"MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO"
El último domingo del año
litúrgico los católicos celebramos la solemnidad de Cristo, Rey del Universo.
Es una forma de decir que en Cristo este mundo llega a su plenitud. Este mundo
y nuestra vida, claro. Así se ve en las lecturas. El hijo del hombre de la
primera lectura, tomada del profeta Daniel, se identifica con Jesús resucitado,
que ha vencido a la muerte y al que se le ha dado el dominio sobre todo el
universo. Su reino no tendrá fin. La lectura del Apocalipsis da un mensaje
parecido. Jesucristo nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha
convertido en un reino y nos ha hecho sacerdotes de Dios, su padre. Le vemos
venir en gloria. Es el principio y el final, el todopoderoso. Todas estas
afirmaciones forman parte de nuestra fe. Creemos en Jesús, creemos que ha
vencido a la muerte y ha entrado en la nueva vida que le ha ofrecido su Padre.
Con él también nosotros hemos vencido a la muerte y con él entraremos en la
nueva vida que el Padre nos regala. Ese Reino del que Jesús es el centro es el
reino de todos, allá donde no habrá más lágrima ni llanto, donde ni la muerte
ni el dolor tendrán ningún poder.
Pero ese
Reino no es de este mundo. Ése es el mensaje que nos comunica el Evangelio de
Juan. Vemos a Jesús en un momento crucial de su vida. No está predicando
tranquilamente a los discípulos por los caminos de Galilea. Tampoco está
rodeado de una multitud que lo escucha con agrado. Ha sido detenido y está
siendo juzgado por Pilato, el representante del imperio romano. Sabe que su fin
más probable es ser ajusticiado. Parte del juicio es el interrogatorio del
acusado. Pilato no está preocupado por los reinos celestiales. A él le
preocupan los que pretenden ser reyes de este mundo y, por ello, representan
una amenaza para el dominio romano. Por eso, le pregunta si cree que es el rey
de los judíos. Es sólo una pregunta más del interrogatorio. Pero Jesús da una
respuesta que Pilato no logra comprender: “Mi reino no es de este mundo”.
Jesús afirma
de sí mismo que es rey, pero de una forma diferente. Su reino no lleva a la
dominación, a la opresión de los súbditos. Su reino es el reino de la verdad.
Allá donde todos nos encontramos con nuestra verdad más íntima: que somos hijos
de Dios-Padre que quiere nuestro bien, que los demás son nuestros hermanos y
hermanas. Esa verdad se desvelará algún día. El día en que seamos capaces de
reconocer en nuestros corazones esa profunda verdad, ese día, en ese momento,
entraremos a formar parte del Reino de Jesús. Y él, testigo de la verdad,
reinará en nuestros corazones, que es el verdadero lugar donde quiere reinar.
El día en que todos le reconozcamos, se cumplirán definitivamente las profecías
de las dos primeras lecturas.
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