miércoles, 26 de febrero de 2020

MIÉRCOLES DE CENIZA "POLVO ERES.."


El Miércoles de Ceniza es un día santo cristiano de oración y ayuno. Está precedido por el Martes de Carnaval y es el primer día de Cuaresma, que son las seis semanas de penitencia antes de Pascua. Es el primer día de la Cuaresma en los calendarios litúrgicos católico y anglicano, como así también de diversas denominaciones protestantes, luterana, metodista, presbiterana y algunas bautistas. En los primeros años de la Iglesia la duración de la Cuaresma variaba. Finalmente alrededor del siglo IV se fijó su duración en 40 días. Es decir, que ésta comenzaba seis semanas antes del domingo de Pascua. Por tanto, un domingo llamado, precisamente, domingo de cuadragésima.

El Miércoles de Ceniza es una celebración litúrgica móvil, ya que tiene lugar en diferente fecha cada año, siempre relacionada con la también móvil celebración de la Pascua. Puede acontecer entre el 4 de febrero y el 10 de marzo.

En los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica cuaresmal, presentándose un inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en domingo por ser día de fiesta, la celebración del Día del Señor. ¿Cómo hacer entonces para respetar el domingo y, a la vez, tener cuarenta días efectivos de ayuno durante la cuaresma? Para resolver este asunto, en el siglo VII, se agregaron cuatro días más a la cuaresma, antes del primer domingo, estableciendo los cuarenta días de ayuno, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto. Si uno cuenta los días que van del Miércoles de Ceniza al Sábado Santo y le resta los seis domingos, le dará exactamente cuarenta.

Este día, que es para los católicos día de ayuno y abstinencia, igual que el Viernes Santo, se realiza la imposición de la ceniza a los fieles que asisten a misa. Estas cenizas se elaboran a partir de la quema de los ramos del Domingo de Ramos del año anterior, y son bendecidas y colocadas sobre la cabeza de los fieles como signo de la caducidad de la condición humana; como signo penitencial, ya usado desde el Antiguo Testamento, y como signo de conversión, que debe ser la nota dominante durante toda la Cuaresma.

En este día se inicia un tiempo espiritual particularmente importante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.

El simbolismo de la ceniza se relaciona con el hecho de ser el residuo frío y pulverulento de la combustión, lo que persiste luego de la extinción del fuego. La ceniza simboliza la muerte, la conciencia de la nada y de la vanidad de las cosas, la nulidad de las criaturas frente a su Creador, el arrepentimiento y la penitencia.  De allí las palabras que Abraham pronuncia en el Génesis:
“Aunque soy polvo y ceniza me atrevo a hablar a mi Señor.”
La ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento.

La imposición de ceniza es una costumbre que recuerda a los que la practican que algún día vamos a morir y que el cuerpo se va a convertir en polvo.

Este tiempo del Año Litúrgico, la Cuaresma, se caracteriza por el llamado a la conversión. Si escuchamos con atención la Palabra de Dios durante este tiempo, descubriremos la voz del Señor que nos llama a la conversión. Por eso es elocuente empezar este tiempo con el rito austero de la imposición de ceniza, el cual, acompañado de las palabras “Convertíos y creed en el Evangelio” y de la expresión “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás”, nos invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión, recordándonos la fragilidad de nuestra vida aquí en la tierra.


domingo, 23 de febrero de 2020

VII DOMINGO EL ORDINARIO "AMAD A VUESTROS ENEMIGOS"


“Ojo por ojo, diente por diente”. Así rezaba la conocida “ley del talión”, vigente entonces no sólo para el pueblo judío, sino en todo Oriente. Por este principio jurídico se imponía una pena idéntica o proporcionada a quien cometía un crimen. Esta ley, aunque pueda parecer en primera instancia cruel, era un primer intento por establecer una proporcionalidad entre daño recibido y el castigo aplicado, y evitar una escalada de violencia típica de la venganza. Es a estos excesos comunes a los que se quería poner un límite que obligara a todos.

Se entiende que para aplacar la ira de una persona que ha recibido un daño lo mínimo que se puede ofrecer es resarcir el daño recibido con un daño igual. Pero para que la justicia no dé pie a la venganza descontrolada, era necesario establecer una ley que limitase la retribución a la equivalencia del daño recibido. La ley buscaba, pues, prevenir los excesos que son típicos de la ira, y que, en vez de resarcir el daño recibido, generaban una escalada de violencia difícil de contener. A cambio del daño recibido, la Ley de Moisés admitía también la sustitución del castigo idéntico por una compensación en especie o dinero.

A partir de este principio jurídico por entonces vigente y ampliamente aceptado, el Señor Jesús proclama para sus discípulos otro principio, el de la caridad suprema: «No hagan frente al que los agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas».

Este principio enseñado por Cristo no anula aquel principio de la justa retribución por el daño recibido, sino que introduce el espíritu generoso de caridad que han de tener sus discípulos en la práctica misma de sus derechos de justicia. El discípulo no debe dar lugar a la cólera, no debe tomar la venganza por su cuenta, debe vencer el mal con el bien.

La doctrina de Cristo contenida en esos ejemplos es la siguiente: la caridad del cristiano debe ser tal que, incluso en los casos de ofensa o abuso de los que es víctima, y en los que tiene la justicia a su favor, su respuesta jamás debe estar movida por la cólera, sino que su ánimo debe estar siempre dispuesto al perdón de quien lo agravia y a la generosidad con su prójimo. La expresión del Señor de poner la otra mejilla para recibir otra bofetada debe ser entendida en ese sentido y no de modo literal, pues tampoco se trata de provocar una nueva injuria sobre uno.

La enseñanza del Señor, que busca perfeccionar la Ley, da un paso inesperado: ya no sólo deben mostrar amor al prójimo, sino también a los enemigos, es decir, a todos los no judíos, a todos los hombres sin exclusión. El Señor pide rezar por quienes los persiguen y buscarán darles muerte.

El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones, y con ese amor perfecto que desciende de lo alto, sí podemos amar a nuestros enemigos, bendecid a los que hablan mal de nosotros, haced bien a todos aun de aquellos que nos aborrecen, porque sabemos que a aquellos, no les ha amanecido la luz del evangelio, y por eso proceden de esa manera, más si ven ese amor en tu corazón querrán saber ¿porque actúas de esa manera?, querrán saber y conocer ¿porque tienes esa paz y ese gozo en tu corazón?, y no solamente haciendo el bien sino que oremos por esas personas para que Dios controle esa ira y ese enojo sino que también la luz del evangelio alumbre sus corazones.

Vencer el mal con el bien es estar en paz con todos, si en cuanto dependa de nosotros, buscar la paz y seguirla. El Espíritu de Dios está en nosotros y, si nos dejamos llevar por él, encontraremos la fuerza para amar y perdonar en el día a día de nuestras vidas. 

FELIZ DOMINGO




domingo, 16 de febrero de 2020

VI DOMINGO DEL ORDINARIO "NO HE VENIDO A ABOLIR LA LEY Y LOS PROFETAS"


En la Iglesia hemos vivido muchas veces pendientes de la ley. Cuando éramos pequeños, nos enseñaron el catecismo y, en aquellos tiempos, de memoria aprendimos los mandamientos de la ley de Dios, los mandamientos de la Iglesia y muchos otros. Sabíamos que eran las normas básicas por las que se debía regir nuestra vida. Hacer lo contrario estaba mal, era pecado. Había que confesarse de esas cosas. Pero lo malo es que no nos explicaron la razón por la que debíamos obedecer aquellas leyes, cuál era la motivación, la causa. Y mucho menos nos explicaron qué había que hacer en los muchos casos que nos encontraríamos en la vida de los que la ley no decía nada. 

Las lecturas de hoy, sobre todo el Evangelio, nos sitúan frente a lo más básico de la ley. No se trata de hacer esto o de no hacer lo otro simplemente porque está prohibido o porque la ley dice que se haga. Hay que levantar los ojos más allá de la letra de la ley, darnos cuenta de que lo que tenemos delante es la decisión básica por la muerte o la vida.

Esa opción nos lleva a cumplir algo más que la letra de ley. Hoy, Jesús nos dice «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento». ¿Qué es la Ley? ¿Qué son los Profetas? Por Ley y Profetas, se entienden dos conjuntos diferentes de libros del Antiguo Testamento. La Ley se refiere a los escritos atribuidos a Moisés; los Profetas, como el propio nombre lo indica, son los escritos de los profetas y los libros sapienciales.

En el Evangelio de hoy, Jesús hace referencia a aquello que consideramos el resumen del código moral del Antiguo Testamento: los mandamientos de la Ley de Dios. Según el pensamiento de Jesús, la Ley no consiste en principios meramente externos. No. La Ley no es una imposición venida de fuera. Todo lo contrario. En verdad, la Ley de Dios corresponde al ideal de perfección que está radicado en el corazón de cada hombre. Esta es la razón por la cual el cumplidor de los mandamientos no solamente se siente realizado en sus aspiraciones humanas, sino también alcanza la perfección del cristianismo, o, en las palabras de Jesús, alcanza la perfección del reino de Dios: «El que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos».

«Pues yo os digo». Es en este sentido que Jesús empeña su autoridad para interpretar la Ley según su espíritu más auténtico. En la interpretación de Jesús, la Ley es ampliada hasta las últimas consecuencias: el respeto por la vida está unido a la erradicación del odio, de la venganza y de la ofensa; la castidad del cuerpo pasa por la fidelidad y por la indisolubilidad, la verdad de la palabra dada pasa por el respeto a los pactos. Al cumplir la Ley, Jesús «manifiesta con plenitud el hombre al propio hombre, y a la vez le muestra con claridad su altísima vocación» (Concilio Vaticano II).

El ejemplo de Jesús nos invita a aquella perfección de la vida cristiana que realiza en acciones lo que se predica con palabras.

FELIZ DOMINGO


viernes, 14 de febrero de 2020

CURSOS ON LINE


El equipo de delegados de Catequesis de Galicia, la Delegación de Medios de la Diócesis de Santiago de Compostela y la Escuela de Agentes de Pastoral de la Parroquia de Carballo organizan una nueva edición de los cursos de formación online dirigidos a los distintos agentes de pastoral (catequistas, animadores bíblicos, religiosas/os, y animadores litúrgicos), al profesorado de Religión, y en general a los laicos y laicas que estén interesados en iniciar y/o profundizar un proceso de formación en su fe y misión pastoral. 

Son 8 los cursos ofertados distribuidos en tres bloques: por un lado, cuatro cursos base (Biblia, Liturgia, Catequesis y Ministerio Extraordinario de la Comunión), por otra parte, tres cursos monográficos (Acción Catequética, Jubileo compostelano 2021 y Community Manager eclesial), y, por último, un curso especializado en Nuevas Tecnologías en el ámbito familiar.

Los cursos se realizan íntegramente por internet utilizando una plataforma sencilla, por lo que no es imprescindible tener conocimientos informáticos. Tan solo es necesario disponer de un pc, portátil o tablet con acceso a internet. La Plataforma se encuentra activa las 24 hs. del día, por lo cual cada persona puede acceder en el momento que tenga más libre para dedicarse a la formación.

Son cursos completamente gratuitos. Los cursos tendrán un máximo de 25 participantes, admitidos por orden de inscripción. El plazo de matrícula abarca desde el domingo 9 de febrero hasta el lunes 24 de febrero.




domingo, 9 de febrero de 2020

V DEL ORDINARIO "VOSOTROS SOIS LA SAL Y LA LUZ DEL MUNDO"


 El Señor Jesús, comparando a los discípulos con la sal y con la luz, les explica que son dos cosas las que deben tener en cuenta para cumplir con su misión en el mundo: 1) ser fieles a su identidad; y 2) la necesidad de “ubicarse” en un lugar apropiado desde el cual su luz pueda iluminar a los que se encuentran “en la casa”.

      La sal, para “dar sabor” a los alimentos, debe mantener su fuerza o virtud, es decir, su capacidad de salar. De modo análogo el discípulo, para ser sal de la tierra, debe ser lo que está llamado a ser, debe ser verdaderamente cristiano, acogiendo en sí mismo la fuerza transformante del Señor, viviendo como el Señor enseña.

      Por otro lado, el Señor Jesús compara la misión de sus discípulos con la función que desempeña una lámpara puesta en un lugar oscuro: de ellos ha de brotar una luz que debe iluminar a todos los hombres que vienen a este mundo. ¿Es ésta una luz propia? No, la luz que ha de difundir el discípulo es la Luz que él mismo recibe del Maestro, del Señor: Él mismo es la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, Luz que viene de Dios.

      Es decir, el modo ordinario como Dios ha pensado en sus amorosos designios hacer brillar su Luz en el mundo —aquella que es la vida de los hombres, aquella que los arranca de las tinieblas del pecado y de la muerte— es por su Hijo: «Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas». Pero también ha querido hacer brillar su Luz asociando a esta misión de su Hijo a sus discípulos, quienes congregados en su Iglesia —desde que el Señor Resucitado ascendió a los cielos hasta que Él vuelva— han de hacer brillar “en su rostro”, es decir, en sí mismos la luz de Cristo para reflejarla al mundo entero: «Luz de los Pueblos es Cristo. Por eso, este Sagrado Concilio, congregado bajo la acción del Espíritu Santo, desea ardientemente que su claridad, que brilla sobre el rostro de la Iglesia, ilumine a todos los hombres por medio del anuncio del Evangelio a toda criatura» (Lumen gentium, 1).

      Al percibir aquella luz —luz que viene de Dios y que es “hecha propia”— que emana del ser del discípulo (cual luz que arde en una lámpara, y que puesta sobre la mesa ilumina a todos los que están en la casa), luz que se hace visible a todos particularmente en sus buenas obras (las obras de la caridad que corresponden perfectamente a las enseñanzas del Señor Jesús), muchos —conociendo la misericordia del Padre por la fuerza irradiativa de la caridad— se verán impulsados a volverse a Dios y a darle gloria ellos mismos.

FELIZ DOMINGO


domingo, 2 de febrero de 2020

IV DEL ORDINARIO "PRESENTACIÓN DEL SEÑOR"


Dos ritos prescritos por la ley de Moisés se nos muestran en el evangelio: la purificación de la madre y la presentación del hijo primogénito.

La presentación de Jesús es la que da título a la celebración litúrgica y nos hace fijarnos en su profundo significado. El hijo primogénito es consagrado a Dios, es decir, es declarado posesión suya, entregado a su servicio. El evangelista, quizá intencionadamente, dice de la ofrenda de la purificación, pero no menciona el rescate del hijo (una determinada suma de monedas) para acentuar el sentido total y efectivo de la consagración.

El centro de la vida religiosa de Israel es el Templo de Jerusalén. Simeón y Ana, guiados por el Espíritu Santo, dan testimonio del significado salvífico de Jesús. Aguardaban el consuelo y la liberación de Israel y, ahora, contemplan con sus propios ojos el cumplimiento de la promesa. Bendicen, alaban, dan gracias y pregonan con gozo a todos, la buena nueva. Son la nítida imagen de los que ya sienten la salvación.

Simeón responde a la inspiración del Espíritu Santo con un precioso cántico que se recita en la oración litúrgica de Completas. Transmite un mensaje a todos los cristianos: lo único que da sentido a su vida es esperar al Mesías; cuando lo tiene en sus brazos, puede partir de la vida en paz porque ha visto la salvación prometida en el niño que sostiene en sus brazos: luz para alumbrar a las naciones.

Pero Simeón es también profeta y puede revelar algo nuevo: Jesús será luz de las naciones. Se ha cumplido lo anunciado por Isaías: “Levántate y resplandece, que ya se alza tu luz.” “Yo te hago luz de las gentes para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra”. En esta imagen de la luz se basa la fiesta de hoy y el rito complementario de la procesión de las candelas (La Candelaria). La liturgia da un enfoque muy personal a esta idea, relacionando los cirios encendidos con la práctica del bien para «llegar felizmente al esplendor de tu gloria».

Como profeta, Simeón también conoce el futuro de Jesús («será una bandera discutida»). El rey de la Gloria, luz de las naciones, gloria de Israel… no será aceptado por todos. Muchos (la mayor parte del pueblo judío) se le opondrá. Esta oposición la sufrirá también María, a la que una espada traspasará el alma, y, consiguientemente, a todos los cristianos.

Curiosamente, la visión más política de Jesús la propone una anciana piadosísima, que ha pasado ochenta y cuatro años de viudez entre ayunos, oraciones y visita al templo. Pero, cuando ve a Jesús, «hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel». La esperanza de estas personas tenía un gran componente religioso, pero también político y social: liberación de los romanos, destitución de Herodes y sus descendientes, eliminación de las autoridades injustas. «Para servir al Señor libres de nuestros enemigos», como rezaba Zacarías.

«José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño». ¿Cómo pueden admirarse después de lo anunciado por Gabriel a María, después de una concepción y un parto virginales, después de lo que han contado los pastores? Podríamos decir que la admiración procede de ver cómo se acumulan títulos sobre Jesús: Gabriel lo presentó como rey de Israel; el ángel, a los pastores, como «el Salvador, el Mesías, el Señor». Simeón rompe los límites de Israel y lo presenta como «luz de las naciones». Lucas, a través del asombro de José y María pretende que también nosotros nos asombremos de lo mucho que significará ese pequeño niño de cuarenta días.

En este día, la liturgia nos propone tomar cirios encendidos e ir al encuentro de Cristo. Iluminados, portadores de la luz, iluminemos, para que todos lleguemos a contemplar la luz eterna.

!FELIZ DOMINGO¡