domingo, 26 de agosto de 2018

DOMINGO XXI ORDINARIO "SEÑOR ¿A QUIEN IREMOS?"


    Se hacía difícil para los judíos escuchar a Jesús. La oferta era ciertamente atractiva, pero les sacaba totalmente de los caminos trillados a que se habían acostumbrado. Frente a Jesús ya no eran los que conocían la ley. Tampoco podían presentar mérito ninguno. Simplemente tenían que aceptar lo que Jesús decía. Seguir a Jesús de verdad exige siempre dejarlo todo y ponerse en sus manos. Hay que abrirse a la acción de Dios que nos guía por caminos insospechados.
     
      A lo largo de su vida pública Jesús se encontraría más de una vez con el rechazo de parte de los que le escuchaban. No sólo eso. Más de una vez también, aquellos que él había elegido para seguirle, se separarían del grupo para volver atrás, a su mundo, a sus ocupaciones habituales. Se les hacía difícil caminar con Jesús, seguir su ritmo. Ciertamente, su palabra y su estilo de vida, su predicación, era atrayente, pero era también muy exigente. Y detrás habían dejado la pequeña seguridad de sus casas y sus trabajos, de sus familias y sus gentes, su mundo, su hogar.
     
      El Evangelio de hoy nos pone delante una de estas situaciones de crisis en el mismo grupo de Jesús. Dice expresamente que “muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. Pero también nos ofrece la respuesta valiente de algunos otros. Ciertamente ni unos ni otros sabían con seguridad cuál sería el final del camino. Pero los que decidieron quedarse estaban seguros de que Jesús tenía palabras de vida eterna. Su novedad les había deslumbrado de tal manera que valía la pena dejar cualquier cosa por seguirle. Fue Pedro, como otras veces, el encargado de responder en nombre del grupo. “Señor, ¿a quién vamos a acudir?” Sus palabras fueron solemnes, pero detrás de ellas se esconde un largo proceso de dudas y vacilaciones, pasos adelante y pasos atrás. Recordemos que éste es el mismo Pedro que negaría a Jesús tres veces durante la Pasión. Y que, mientras tanto, los demás discípulos habían huido. 
      
       Para nosotros, es importante recordar estas palabras de Pedro. En los momentos de dificultad y vacilación, cuando sentimos la tentación de abandonar a Jesús, de dejar la comunidad, de entregarnos a una vida cómoda y descomprometida, cuando todo se nos hace cuesta arriba, estas palabras se pueden convertir en nuestra oración: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” Seguro que en ellas y en la gracia de Dios encontramos la fuerza para volver a empezar. 



domingo, 19 de agosto de 2018

DOMINGO XX DEL ORDINARIO "EL PAN QUE YO DARÉ ES MI CARNE"


Hoy continuamos con la lectura del Discurso del pan de vida que nos ocupa en estos domingos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6,51). Tiene una estructura, incluso literaria, muy bien pensada y llena de ricas enseñanzas. ¡Qué bonito sería que los cristianos conociésemos mejor la Sagrada Escritura! Nos encontraríamos con el mismo Misterio de Dios que se nos da como verdadero alimento de nuestras almas, con frecuencia amodorradas y hambrientas de eternidad. Es fantástica esta Palabra Viva, la única Escritura capaz de cambiar los corazones.

Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida, habla de sí mismo diciéndonos que es Pan. Y el pan, como bien sabemos, se hace para comerlo. Y para comer —debemos recordarlo— hay que tener hambre. ¿Cómo podremos entender qué significa, en el fondo, ser cristiano, si hemos perdido el hambre de Dios? Hambre de conocerle, hambre de tratarlo como a un buen Amigo, hambre de darlo a conocer, hambre de compartirlo, como se comparte el pan de la mesa. ¡Qué bella estampa ver al cabeza de familia cortando un buen pan, que antes se ha ganado con el esfuerzo de su trabajo, y lo da a manos llenas a sus hijos! Ahora, pues, es Jesús quien se da como Pan de Vida, y es Él mismo quien da la medida, y quien se da con una generosidad que hace temblar de emoción.

Pan de Vida..., ¿de qué Vida? Está claro que no nos alargará ni un día más nuestra permanencia en esta tierra; en todo caso, nos cambiará la calidad y la hondura de cada instante de nuestros días. Preguntémonos con honestidad: —Y yo, ¿qué vida quiero para mí? Y comparémosla con la orientación real con que vivimos. ¿Es esto lo que querías? ¿No crees que el horizonte puede ser todavía mucho más amplio? Pues mira: mucho más aun que todo lo que podamos imaginar tú y yo juntos... mucho más llena... mucho más hermosa... mucho más... es la Vida de Cristo palpitando en la Eucaristía. Y allí está, esperándonos para ser comido, esperando en la puerta de tu corazón, paciente, ardiente como quien sabe amar. Y después de esto, la Vida eterna: «El que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6,58). —¿Qué más quieres?



miércoles, 15 de agosto de 2018

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA


Hoy, la Virgen María, sube gloriosa al cielo. Colma completamente el gozo de los ángeles y de los santos. En efecto, es ella quien, con la simple palabra de salutación, hizo exultar al niño todavía encerrado en el seno materno. ¡Cuál ha debido de ser la exultación de los ángeles y de los santos cuando han podido escuchar su voz, ver su rostro, y gozar de su bendita presencia! ¡Y para nosotros, amados hermanos, qué fiesta en su gloriosa Asunción, qué causa de alegría y qué fuente de gozo el día de hoy! La presencia de María ilumina el mundo entero tal como el cielo resplandece por la irradiación esplendorosa de la santísima Virgen. Es, pues, con todo derecho, que en los cielos resuena la acción de gracias y la alabanza.  

 Pero nosotros..., en la misma medida que el cielo exulta de gozo por la presencia de María ¿no es razonable que nuestro mundo de aquí abajo llore su ausencia? Pero no nos lamentamos porque no tenemos aquí abajo la ciudad permanente sino que buscamos aquella a donde la Virgen María ha llegado hoy. Si estamos ya inscritos en el número de los habitantes de esta ciudad, es conveniente que hoy nos acordemos de ella..., compartamos su gozo, participemos de la misma alegría que goza hoy la ciudad de Dios, y que hoy cae como rocío sobre nuestra tierra. Sí, ella nos ha precedido, nuestra reina nos ha precedido y ha sido recibida con tanta gloria que nosotros, sus humildes siervos, podemos seguir a nuestra soberana con toda confianza gritando [con la Esposa del Cantar de los Cantares]: «Llévame en pos de ti: ¡Correremos tras el olor de tus perfumes!». Viajeros todavía en la tierra, hemos enviado por delante a nuestra abogada..., madre de misericordia, para defender eficazmente nuestra salvación.  
San Bernardo (1091-1153)
Monje cisterciense y doctor de la Iglesia
1er sermón sobre la Asunción



domingo, 12 de agosto de 2018

DOMINGO XIX ORDINARIO "YO SOY EL PAN QUE HA BAJADO DEL CIELO"


Hoy, el Evangelio presenta el desconcierto en el que los connacionales de Jesús vivían en su presencia: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?». La vida de Jesús entre los suyos había sido tan normal que, el comenzar la proclamación del Reino, quienes le conocían se escandalizaban de lo que entonces les decía.

¿De qué Padre les hablaba Jesús, que nadie había visto? ¿Quién era este pan bajado del cielo que quienes lo comen vivirán para siempre? Él negaba que fuera el maná del desierto porque, quienes lo comieran, morirían. «El pan que yo (...) voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». ¿Su carne podía ser un alimento para nosotros? El desconcierto que sembraba Jesús entre los judíos podía extenderse entre nosotros si no respondemos a una pregunta central para nuestra vida cristiana: ¿Quién es Jesús?

Muchos hombres y mujeres antes que nosotros se han hecho esta pregunta, la han respondido personalmente, han ido a Jesús, lo han seguido y ahora gozan de una vida sin fin y llena de amor. Y a los que vayan a Jesús, Él los resucitará el último día. Juan Casiano exhortaba a sus monjes diciéndoles: «‘Acercaos a Dios, y Dios se acercará a vosotros’, porque ‘nadie puede ir a Jesús si el Padre que lo ha enviado no lo atrae’ (...). En el Evangelio escuchamos al Señor que nos invita para que vayamos hacia Él: ‘Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré reposar’». Acojamos la Palabra del Evangelio que nos acerca a Jesús cada día; acojamos la invitación del mismo Evangelio a entrar en comunión con Él comiendo su carne, porque «éste es el verdadero alimento, la carne de Cristo, el cual, siendo la Palabra, se ha hecho carne para nosotros».


domingo, 5 de agosto de 2018

DOMINGO XVIII ORDINARO "YO SOY EL PAN DE VIDA"


     El pan del alma es Cristo, «el pan vivo bajado del cielo» (Jn 6,51) que alimenta a los suyos, ahora a través de la fe, y por la visión en el mundo futuro. Porque Cristo habita en ti por la fe, y la fe en Cristo es Cristo en tu corazón (Ef 3,17). Posees a Cristo en la medida que tú crees en él.      

Y en verdad Cristo es un solo pan, «porque no hay más que un solo Señor, una sola fe» (Ef 4,5) para todos los creyentes aunque del mismo don de la fe unos reciban más y otros menos... Así como la verdad es una, así también una sola fe en la verdad es la única guía y alimento para los creyentes, y «el mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece» (1C 12,11).     

Así pues, vivimos todos del mismo pan y cada uno recibe su parte; y sin embargo Cristo está todo entero para todos, excepto para los que rompen la unidad... En el don que yo recibo poseo a Cristo entero y Cristo me posee todo entero, igual que el miembro que pertenece al cuerpo entero posee, a cambio, al cuerpo entero. Esta porción de fe que tú has recibido compartiéndola con los demás es como el trozo pequeño de pan que tienes en tu boca. Pero si tú no meditas de manera frecuente y piadosa eso que crees, si no lo masticas, esto es, triturándolo y pasándolo de nuevo por los dientes, es decir, por los sentidos de tu espíritu, no pasará de tu garganta, es decir, no llegará hasta tu inteligencia. Pues, en efecto, ¿cómo podrás comprender bien lo que raramente y con negligencia meditas, sobre todo tratándose de una cosa tenue e invisible?... Que por la meditación, pues, «la Ley del Señor esté siempre en tu boca» (Ex, 3,9) a fin de que en ti nazca la buena inteligencia de estas cosas. A través de la buena comprensión el alimento espiritual llega hasta tu corazón, para que aprecies lo que has comprendido y lo recojas con amor.