domingo, 28 de junio de 2020

DOMINGO XIII DEL ORDINARIO "EL QUE OS RECIBE A VOSOTROS, ME RECIBE A MI"


La primera lectura de este domingo nos cuenta la historia de una mujer que hizo sitio en su casa para acoger a un caminante. No se dice que la mujer supiese que era un profeta. Eliseo simplemente pasaba por allá. La mujer le ofrece lo que tiene: un cuarto para descansar y comida para reponer las fuerzas. La ley de la hospitalidad es una antigua ley en muchas culturas y también en nuestra cultura. Es un valor que no hay que perder sino cultivar y reforzar. 

Las palabras de Jesús en el Evangelio nos dan la razón profunda por la que la hospitalidad se convierte para el cristiano en algo más que una norma o una tradición. Jesús nos dice que recibir al que se acerca a nosotros, abrirle nuestra casa y nuestra amistad es como recibirle a él. Esa es la clave. Jesús mismo es el que pasa por delante de nuestra puerta y de nuestra vida. Jesús es el que nos llama y nos pide albergue. 

En nuestro mundo, sin embargo, la hospitalidad se va perdiendo. A los otros, a los desconocidos, que son la inmensa mayoría, los vemos, casi por principio, como una amenaza para nuestra tranquilidad, para nuestra paz. Los periódicos están llenos de noticias de asesinatos, robos y otras fechorías. La televisión nos trae también casi a diario imágenes preocupantes. Todo contribuye a crear un ambiente en el que nos parece lo más natural desconfiar del desconocido que se nos acerca. Valoramos mucho, quizá demasiado, nuestra seguridad, nuestra paz, nuestras cosas. No nos damos cuenta de que en el fondo así no hacemos más que poner de manifiesto nuestra propia inseguridad.

Jesús nos invita a no vivir tan centrados en nosotros mismos. Eso es lo que quiere decir cuando habla de que debemos “perder nuestra vida”. Jesús nos pide que dejemos de mirarnos a la punta de nuestra nariz, a nuestros problemas y abramos la mano al vecino, aunque piense diferente, sea de otra raza, lengua o religión. Nos encontraremos con una persona, con parecidos problemas a los nuestros, y descubriremos que juntos podemos ser más felices que separados por barreras y armas. Pero hay algo más. Desde nuestra fe, sabemos que ése que tenemos enfrente, por amenazador que parezca, es nuestro hermano. Es Cristo mismo.

FELIZ DOMINGO



domingo, 21 de junio de 2020

DOMINGO XII DEL ORDINARIO "NADA HAY CUBIERTO QUE NO LLEGUE A DESCUBRIRSE"


Las personas y los pueblos a veces se sienten dominados por el miedo, por el temor. Sentimos miedo ante lo desconocido. En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a cambiar de actitud. Invitó a los apóstoles, que eran los que escucharon sus palabras en aquel momento, a que fuesen por los pueblos y ciudades de Palestina a anunciar el Reino de Dios sin miedo, aunque Jesús les dijo muy claramente que podían morir incluso. Pero que no hay que tener miedo a los que pueden matar el cuerpo pero no el alma. Porque el Padre del cielo estaba de su parte.

Nos puede parecer que es un mensaje duro y difícil de vivir en la práctica. Todos tenemos miedo a algo, pero quizá más que todo tenemos miedo a la muerte. Pero Jesús nos invita a situarnos en una perspectiva diferente. ¿Qué es la muerte sino el paso necesario para encontrarse con Dios, nuestro Padre? Él nos está esperando con los brazos abiertos. Además siendo él nuestro Padre, no dejará que nos suceda nada malo. Hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados. 

      Al final, todos nos tendremos que enfrentar al momento de la muerte por mucho que no nos guste hablar de ello. Lo que Jesús nos invita es a vivir ese momento con la confianza puesta en Dios. Ese momento y toda nuestra vida. Porque así viviremos de un modo diverso. Con una actitud diferente. Sentiremos la alegría de vivir y disfrutar de este inmenso regalo que Dios nos ha hecho. Cada uno de sus minutos y segundos. Y comunicaremos a los que viven cerca de nosotros esa alegría y esa confianza. Tendremos fuerza para luchar con las dificultades que nos vayamos encontrando, porque Dios, estamos convencidos, está con nosotros. 

      Eso fue lo que Jesús dijo a los discípulos. No debían tener miedo porque Dios Padre estaba con ellos. Y porque difícilmente se puede anunciar un mensaje tan alegre como el del Reino si el que lo anuncia vive atemorizado. Hoy somos nosotros los portadores de ese mensaje. Y nadie nos creerá si no nos ve vivir con alegría y confianza. Porque sabemos que nuestra alegría y nuestra confianza se apoyan en Dios mismo. Esa es la verdadera alegría. La eucaristía de cada domingo nos recuerda que Dios está con nosotros, que no nos abandona y que se hace alimento para nuestra vida. Para que encontremos la verdadera alegría y perdamos el temor.

FELIZ DOMINGO


domingo, 14 de junio de 2020

DOMINGO DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

La experiencia del pueblo de Israel en el desierto es el punto de partida de las lecturas de este día tan importante. Allí el pueblo aprendió que su vida estaba en las manos generosas de Dios, que no dependía de sus propias fuerzas. El pueblo pasó hambre, se sintió desfallecer, se vio perseguido y acosado. Pero allí también experimentó el poder de Dios que con brazo fuerte y mano poderosa los libró de los enemigos, los alimentó y los llevó a la tierra prometida. Nada sucedió porque el pueblo fuese poderoso. Fue la pura gracia de Dios que les sacó de la esclavitud y les alimentó con el maná. 

La comunidad cristiana se sabe hoy también en camino. Peregrinamos en busca de la morada definitiva. Cada uno, cada familia, sabe de las penurias y dificultades, de los momentos de gozo pero también de los muchos momentos de dolor y desesperanza. Sabemos por experiencia que nuestras fuerzas son pequeñas, que estamos muy limitados. Pero en medio de nuestro caminar siempre podemos hacer un alto. Una parada en el camino. Para celebrar con los hermanos y hermanas la Eucaristía. Es un tiempo de encuentro solidario. Los rostros de los otros al entrar en la iglesia se nos hacen amables. Brota el saludo. Allí vamos a experimentar la comunidad y, lo más importante, al que es el vínculo de unión de la comunidad, el que anima nuestra esperanza y da fuerza a nuestro caminar: Jesús. Juntos cantamos y alabamos, juntos escuchamos y meditamos su palabra, juntos damos gracias y compartimos su cuerpo y su sangre. Juntos celebramos la Eucaristía sabiéndonos miembros de una inmensa comunidad que está extendida por todo el mundo. 

En la Eucaristía, en la misa, aprendemos que nuestro caminar tiene sentido, que a pesar del cansancio vale la pena seguir esforzándose. En la Eucaristía descubrimos que no estamos solos, que los hermanos y hermanas que nos rodean están comprometidos en el mismo camino, que Dios está con nosotros, porque se ha hecho alimento, el pan y el vino que dan la verdadera vida. “El que come de ese pan vivirá para siempre” dice Jesús en el Evangelio. Ahora ya sabemos que no sólo de pan vivimos. Sabemos que nuestro pan, nuestros esfuerzos, vale poco. Y reconocemos que en el pan de la Eucaristía, el cuerpo mismo del Señor, hallamos la vida verdadera, la que no se acaba, la que nos orienta en nuestro caminar. 

Al salir cada domingo de la Eucaristía hemos recuperado las fuerzas. Los problemas afuera, en el trabajo, en la familia, en la ciudad, son los mismos. No han cambiado. Pero nosotros hemos recibido la visita de Dios en nuestros corazones. Y sentimos su gracia y su fuerza. Y seguimos caminando. 

FELIZ DÍA DEL CORPUS CHISTI


domingo, 7 de junio de 2020

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Este domingo de la Trinidad se puede decir que marca el final de las celebraciones más importantes del año litúrgico. Adviento y Navidad traen consigo la primera pascua: el Nacimiento de Jesús. Cuaresma y Semana Santa nos llevan a la segunda pascua: la Resurrección de Jesús. Y los cincuenta días de Pascua nos guían hacia Pentecostés, la tercera pascua, la venida del Espíritu Santo. Se ha culminado así el proceso de la revelación de Dios, que se nos ha manifestado en Jesús. A través de sus palabras, de sus acciones y de su estilo de vida, nos ha revelado al Padre. Y cuando él desaparece de este mundo, nos envía su Espíritu Santo para que siga alentando en nuestros corazones el mismo fuego que nos dejó su presencia. 

Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No es cuestión de entrar en discusiones teológicas. Pero sí de dejar que llegue a nuestro corazón un mensaje claro: Dios es amor. Y no es otra cosa. Padre, Hijo y Espíritu Santo son relación de amor entre ellos. Y en ese amor viven en la más perfecta unidad que imaginarse pueda. Tanto que son un solo Dios. 

Y lo que es más: ese amor se vuelve hacia nosotros. En Jesús se nos revela el amor del Padre y el Espíritu nos ayuda a reconocerlo con nuestra mente y con nuestro corazón. Hay que volver a leer el texto del evangelio de Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Es decir, se entregó a sí mismo. Se dio totalmente por nosotros. Sin medida. Sin condiciones. ¿Cómo es posible que haya gente que todavía piense que Dios anda persiguiéndonos para castigarnos, para ponernos dificultades y piedras en el camino, para condenarnos incluso? Hay que repetir muchas veces ese texto: “Tanto amó Dios al mundo...” Y dejar que nos llegue adentro ese cariño inmenso de Dios y darnos cuenta de la incongruencia que supone pensar que Dios pueda estar planificando nuestra condenación o que pueda tener pensada la destrucción de este mundo y de sus hijos. Dios, lo dice también el evangelio de hoy, quiere que “el mundo se salve”. 

Pero, ¿nos dejaremos salvar? Porque también es verdad lo que dice la primera lectura del libro del Éxodo: que somos un pueblo de cerviz dura, que a veces no somos capaces de aceptar la mano que Dios nos tiende para salvarnos. Hoy es tiempo de volver nuestros ojos a lo alto y reconocer que Dios está ahí, siempre deseoso de echarnos una mano, de ayudarnos, de estar a nuestro lado, de acogernos, de enseñarnos a perdonar (generalmente nos cuesta mucho perdonarnos a nosotros mismos y por eso nos cuesta también aceptar el perdón de Dios). Levantemos los ojos y nos daremos cuenta de que el Dios del amor y de la paz está con nosotros. Para siempre. ¿No es tiempo de darle las gracias?

FELIZ DOMINGO