domingo, 30 de agosto de 2020

DOMINGO XXII DEL ORDINARIO "TOME SU CRUZ Y ME SIGA"

 

El evangelio de este domingo es la continuación de lo que se nos narraba el domingo pasado sobre la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo. Las cosas cambian mucho desde aquella confesión de fe, aunque el texto del evangelio las presenta sin solución de continuidad. Jesús comienza a anunciar lo que le lleva a Jerusalén y la previsión de lo que allí ha de suceder.

Pedro, como los otros discípulos, no estaba de acuerdo con Jesús, porque un Mesías no debía sufrir, según lo que siempre se había enseñado en las tradiciones judías; eso desmontaba su visión mesiánica. Entonces recibe de Jesús uno de los reproches más duros que hay en el evangelio: el Señor quiere decirle que tiene la misma mentalidad de los hombres, de la teología de siempre, pero no piensa como Dios. Y entonces Jesús mirando a los que le siguen les habla de la cruz, de nuestra propia cruz, la de nuestra vida, la de nuestras miserias, que debemos saber llevarla, como él lleva su cruz de ser profeta del Reino hasta las última consecuencias. No es una llamada al sufrimiento ciego, sino al seguimiento verdadero, el que da identidad a los que no se acomodan a los criterios de este mundo.

Pedro quiere corregir al profeta con un mesianismo fácil, nacionalista, tradicional, religiosamente cómodo. Y Jesús le exige que se comporte como verdadero discípulo. “Ponte detrás de mí, Satanás! porque tú piensas como los hombres, no como Dios». En la mentalidad de la época Satanás representa lo contrario del proyecto de Dios, el Reino, predicado por Jesús, que es, a su vez, causa de su vida y de su entrega.

Jesús, en nombre de Dios, quiere llevar la iniciativa de su vida, de su entrega y caminar hasta Jerusalén. Y eso es lo que pide también a sus discípulos: seguirle y que tomen la iniciativa de su propia vida. No es la cruz de Jesús la que hay que llevar, sino nuestra propia cruz. Jesús está decidido a llevar la “cruz” del Reino de Dios como causa liberadora para el mundo. Pedro, y todos nosotros, estamos invitados a asumir “nuestra cruz” en este proceso de identificación con la vida y la causa de Jesús.

La identificación, en el texto, entre cruz y vida personal es indiscutible. La cruz es signo de lo ignominioso y de crueldad para los hombres. Pero desde una perspectiva de “martirio”, de radicalidad y de consecuencia de vida, la cruz es el signo de la libertad suprema. Lo fue para Jesús en su causa de Dios y de su Reino y los es para el cristiano en su opción evangélica y sus consecuencias de vida. Y muchas veces, nuestra vida, es una cruz, sin duda. Pero se ha de aseverar con firmeza que la vida cristiana no es estar llamados a "sacrificarse" tal como se entiende ordinariamente, sino a ser felices en nuestra propia vida, que es un don de Dios y como tal hay que aceptarla. El ideal supremo es amar la vida como don de Dios y llevarla a plenitud. Pero por medio “está siempre Satanás” (expresión mítica, sin duda) que nos aleja del don de la vida verdadera.

Fray Miguel de Burgos Núñez

FELIZ DOMINGO

domingo, 23 de agosto de 2020

DOMINGO XXI DEL ORDINARIO "¿Y VOSOTROS QUIEN DECÍS QUE SOY?"

 

En el evangelio de este domingo Jesús lanza a los discípulos la pregunta “¿quién dice la gente que soy yo?” para llegar a la pregunta que a él le interesa formular: “y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. La gente ya tiene una opinión formada sobre Jesús: Juan Bautista resucitado, Elías, que precede a la llegada del Mesías, o un profeta. Estas opiniones apuntan desde luego a la singularidad de la persona de Jesús, es alguien especial, pero ¿y para los discípulos?... Pedro se adelanta y responde afirmando que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios. Se trata de una respuesta “inspirada”. Pedro no sabe en realidad su significado como mostrará el evangelio del próximo domingo, continuación de éste. Esta respuesta de Pedro obedece a una inspiración de lo Alto, no viene “de la carne y de la sangre”. Esta respuesta confirma a Pedro en una misión que se le encomienda y que, para llevarla adelante, necesitará saber el verdadero significado de la misma y no lo que él se imagina. Siguiendo a Jesús, día a día, irá comprendiendo el sentido de su respuesta inspirada y la responsabilidad de su misión de ser “piedra” de la Iglesia de Jesús, representada en ciernes en los apóstoles testigos de estas cosas. Entendiendo poco a poco el mesianismo de Jesús como entrega y servicio estará preparado para desempeñar su propia entrega y servicio. Llaves, atar y desatar: poder responsable que se traduce en un servicio eclesial a todos como primado en el orden de la fe, de la verdad, de la integridad evangélica y la caridad solícita, velando por el bien del rebaño del Buen Pastor.

FELIZ DOMINGO

https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/23-8-2020/pautas/

domingo, 16 de agosto de 2020

DOMINGO XX DEL ORDINARIO "MUJER, QUE GRANDE ES TU FE"

El pan de los hijos y la gran fe de una mujer cananea es el tema que presenta este pasaje del Evangelio. El episodio va precedido de una iniciativa de los escribas y fariseos llegados de Jerusalén, que provocan un encontronazo de poca duración con Jesús, hasta que se alejó con sus discípulos para retirarse a la región de Tiro y de Sidón. 

Mientras va de camino, lo alcanza una mujer con el apelativo de “cananea”. En el Deuteronomio, los habitantes de Canaán son considerados una gente llena de pecados por antonomasia, un pueblo malo e idolátrico. 

Esta mujer empieza a importunarlo con una petición de ayuda a favor de su hija enferma. La mujer se dirige a Jesús con el título de “hijo de David”, un título que suena a extraño en boca de una pagana y que podría encontrar justificación en la extrema necesidad que vive la mujer. En el diálogo con la mujer, parece que Jesús muestra la misma distancia y desconfianza que había entre el pueblo de Israel y los paganos. Por un lado, Jesús manifiesta a la mujer la prioridad de Israel en acceder a la salvación y, ante la insistente demanda de su interlocutora, Jesús parece tomar distancias, una actitud incomprensible para el lector, pero en la intención de Jesús expresa un alto valor pedagógico. A la súplica primera “Ten piedad de mí, Señor, hijo de David”, no responde Jesús. A la segunda intervención, esta vez por parte de los discípulos que lo invitan a atender a la mujer, sólo expresa un rechazo que subraya aquella secular distancia entre el pueblo elegido y los pueblos paganos. Pero a la insistencia del ruego de la mujer que se postra ante Jesús, sigue una respuesta dura y misteriosa: “no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. La mujer va más allá de la dureza de las palabras de Jesús y se acoge a un pequeño signo de esperanza: la mujer reconoce que el plan de Dios que Jesús lleva adelante afecta inicialmente al pueblo elegido y Jesús pide a la mujer el reconocimiento de esta prioridad; la mujer explota esta prioridad con el fin de presentar un motivo fuerte para obtener el milagro:” También los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. La mujer ha superado la prueba de la fe: “Mujer, grande es tu fe”; de hecho, a la humilde insistencia de su fe, Jesús responde con un gesto de salvación. 

Este episodio dirige a todo lector del Evangelio una invitación a tener una actitud de “apertura” hacia todos, creyentes o no, es decir, una disponibilidad y acogida sin reserva hacia cualquier hombre. 

FELIZ DOMINGO 

sábado, 15 de agosto de 2020

FIESTA DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

La solemnidad de la Asunción fue celebrada en la Iglesia católica por muchos siglos sin una definición doctrinal formal. La doctrina de que María fue “asunta al cielo, en cuerpo y alma” es una proclamación oficial de la Iglesia del Papa Pío XII, con la Bula Munificentissimus Deus, en 1950. 

Para muchas personas de nuestro tiempo este dogma de celebrar la asunción al cielo en cuerpo y alma de la Virgen María suena raro y hasta incomprensible. Podemos decir, más allá de la motivación del Papa Pío XII, que es una fiesta que dignifica el cuerpo y el alma, es decir, la persona en su integralidad, pues es un regalo dado por Dios que hay que cuidar. 

Si existe algo que responde a los interrogantes más hondos de la vida es el amor. La Sagrada Escritura afirma que el amor es para siempre, que es semilla que da fruto al encontrar un corazón dispuesto a acogerle. Así fue la vida de María, que acogió, no sin temor, la palabra del Señor y su promesa de vida: “No temas, María, que gozas del favor de Dios. Mira, concebirás y darás a luz a un hijo, a quien llamarás Jesús”. 

La fiesta de hoy del “bienaventurado tránsito” de María es una señal de que aquellas preguntas fundamentales tienen una respuesta en lo que Dios hizo con la Madre de Jesús, haciéndola partícipe de la resurrección de la carne, al concederle la gloria celestial. Que el sí de María, es un sí a la vida hecha donación, entrega a los planes de Dios. 

Si un día María dijo sí a Dios, y acogió en su vida la Palabra, sin reservas, hoy celebramos el sí de Dios a la entrega de María, acogiéndola, en cuerpo y alma, es decir, integralmente, en su gloria. Somos invitados a leer esta fiesta a la luz de la resurrección, que celebra la humanidad acogida en Dios, a través de su Hijo Jesucristo y, con él, la Bienaventurada Virgen María.

FELIZ DÍA

 

domingo, 9 de agosto de 2020

DOMINGO XIX DEL ORDINARIO "¿PORQUÉ HAS DUDADO?

La Historia de Jesús caminando sobre el mar, sigue a la historia de la multiplicación de los panes. Jesús despide a la multitud y se va al monte a orar. Estar en el monte señala que éste es un momento importante para Jesús: Ya antes trató de buscar un momento de soledad, pero la multitud lo interrumpió. Ahora encuentra la oportunidad para orar, está apartado y solo.

Por segunda ocasión, los discípulos enfrentan una situación con la que ellos deben lidiar por si solos inicialmente, pero Jesús una vez más viene en su rescate y los salva a través de un acto soberano de autoridad. 

Jesús viene hacia ellos caminando sobre las aguas, los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad de la noche. Les parece un «fantasma». El miedo los tiene aterrorizados. Lo único real para ellos es aquella fuerte tempestad. Jesús les dice las tres palabras que necesitan escuchar: «¡Ánimo! Soy yo. No temáis». Solo Jesús les puede hablar así. Son palabras de aliento no de reprimenda. 

Pedro comienza diciendo “Señor, si tú eres,”. El discípulo le está diciendo al maestro que hacer, si, en verdad, es el maestro y no un fantasma. Pide un mandato, y actúa cuando el maestro le da ese mandato. Para Pedro, este es un momento tanto de debilidad como de fortaleza. Duda, pero quiere creer. Teme, pero sale de la barca a enfrentar la tormenta. Comienza a caminar, pero se distrae por los fieros vientos. Cuando comienza a hundirse grita “¡Señor, sálvame!”, y con ello expresa su fe incluso a pesar de su miedo. 

Y él extenderá la mano, lo agarra, y le preguntará: «¿Por qué has dudado?» ¿Por qué tu miedo y tu angustia? No mires tanto a la tormenta y a las aguas: mírame a mí, y ven conmigo. 

Los discípulos adoraron a Jesús diciendo “Verdaderamente eres el Hijo de Dios”. El misterio de la persona de Jesús está comenzando a filtrarse. En este evangelio escuchamos proclamar la relación filial de Jesús, en la confesión de Pedro. 

Así hemos de aprender hoy a caminar hacia Jesús en medio de las crisis: apoyándonos no en el poder, el prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús en medio de la oscuridad y las incertidumbres de estos tiempos. 

No es fácil. También nosotros podemos vacilar y hundirnos, como Pedro. Pero, lo mismo que él, podemos experimentar que Jesús extiende su mano y nos salva mientras nos dice: «Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?». 

FELIZ DOMINGO 



domingo, 2 de agosto de 2020

DOMINGO XVIII DEL ORDINARIO "COMIERON TODOS Y SE SACIARON"


El evangelio de hoy nos proclama un milagro de Jesús: la multiplicación de los panes. Es el mismo Jesús que nos pide que les demos de comer a las personas. Eso es un signo del Reino: la solidaridad. Se trata no solo de compartir nuestro pan, sino también nuestros conocimientos, medicinas, la vida misma. El Reino de Dios es compartir y no acumular. Y Jesús nos muestra lo mucho que desea involucrarnos en su trabajo de redención.

Él, que ha creado el cielo y la tierra de la nada, hubiese podido —de igual forma— haber fácilmente creado un opíparo banquete para saciar a aquella multitud. Pero prefirió hacer el milagro partiendo de lo único que sus discípulos podían entregarle. «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces», le dijeron. «Traédmelos», les respondió Jesús. Y el Señor llevó a cabo la multiplicación de tan exiguo recurso para dar de comer a unas 5000 familias.

El Señor procedió de igual forma en el festín de las bodas de Caná. Él, que creó todos los mares, podía fácilmente haber llenado con el vino más selecto aquellas tinajas de más de 100 litros, partiendo de cero. Pero, de nuevo, prefirió involucrar a sus criaturas en el milagro, haciendo que, primero, llenasen los recipientes de agua.

Y, el mismo principio, podemos apreciarlo en la celebración de la Eucaristía. Jesús empieza no de la nada, ni tampoco de cereales o de uvas, sino del pan y del vino, que ya conllevan en sí el trabajo de manos humanas.

Hoy, el Señor nos pide a nosotros, sus modernos discípulos, que “demos a las multitudes algo de comer”. No importa lo mucho o poco que tengamos: démoslo al Señor y dejemos que Él continúe a partir de ahí.

FELIZ DOMINGO