domingo, 29 de septiembre de 2019

DOMINGO XXVI DEL ORDINARIO "RECIBISTE TUS BIENES EN VIDA"


El evangelio de Lucas cierra el famoso capítulo social que el domingo pasado planteaba cuestiones concretas para los cristianos, como el amor al dinero o a las riquezas y la actitud que se debe mantener. Se cierra con la famosa parábola del pobre Lázaro y el rico epulón, que es lo opuesto a la parábola con la que se abría el mismo. El rico epulón es el motivo para poner de manifiesto, en la mentalidad de Lucas, lo que espera a los que no son capaces de compartir sus riquezas con los pobres. Y no ya solamente dando limosnas, sino que la parábola es mucho más concluyente: la situación de Lázaro se produce por la actitud del que se viste de púrpura y lino y celebra grandes fiestas. Esta narración parabólica da mucho de sí para hablar, hoy más que nunca, de las diferencias sociales; del empobrecimiento mundial, de la deuda que muchos pueblos del Tercer y Cuarto mundo no pueden soportar. Y se hablará, incluso, del “infierno” que muchos se merecen… Veamos algunos aspectos.

La culpabilidad del rico siempre está en oposición a alguien que vive miserablemente y a quien él debería haber sacado de ese mal. De ahí que la figura de Lázaro, el pobre, aparezca en toda la narración como punto de referencia del rico, no solamente mientras están los dos en este mundo, sino muy especialmente en el más allá. Cuando el rico vive su situación de desgracia, ya irreversible según la ideología del texto, pide y ruega que Lázaro le refresque su lengua con la punta de sus dedos; o que se le mande para que advierta a sus hermanos. ¿Es un adorno literario, pasivo, para confirmar lo que se ha definido como el infierno? Es mucho más que eso. No intentemos definir el “infierno” al pie de la letra de la narración, con llamas o algo así: ¡sería una equivocación teológicamente imperdonable! Consideramos que se quiere poner el dedo en la llaga como conciencia crítica expresada de una forma semiótica por la figura del pobre, que tiene un nombre propio, a quien él debería haber liberado. Y es que la riqueza en sí no es neutra, ni se recibe nunca como bien discriminatorio, como muchos defendían en la mentalidad del judaísmo del tiempo de Jesús y del cristianismo primitivo.

La acumulación de riquezas es injusta; pero es más injusta todavía cuando al lado (y hoy, al lado, por los medios de comunicación, son miles de kilómetros) hay personas que ni siquiera tienen las migajas necesarias para comer. A nosotros nos parece que la culpabilidad de los ricos (o de los pueblos ricos) que se comportan frente a los miserables como el de nuestro ejemplo está absolutamente presente desde el principio al final de la narración, y esto sin recurrir a una alegorización excesiva de la misma. Pero no deja de ser curioso que el rico ni siquiera tiene nombre. Es un rico sin nombre… ¡qué curioso! En la parábola, por el contrario, quien tiene nombre propio es Lázaro. No es eso lo que sucede precisamente en nuestro mundo de relaciones sociales injustas. Los ricos salen en todos los periódicos y hablan de ellos todas las revistas financieras y del corazón. Y, además, el rico sin nombre bien que sabe el nombre que tiene el pobre: ¡Lázaro!, signifique lo que signifique (Eleazar, en hebreo significa “Dios es mi ayuda”). ¡Todo esto da que pensar en la parábola que Jesús ha inventado, no solamente de una historia, sino de muchas historias reales!

El rico es culpable frente a Lázaro, no frente a los pobres en general, que siempre puede ser una excusa; frente a una persona con nombre propio que se ha encontrado en su vida. Eso, desde luego, no quita que también se pueda hablar de la esperanza de los pobres frente al Dios justo, aquí representado por Abrahán. El abismo, pues, entre los ricos y los pobres, según Lucas quiere poner de manifiesto, puede y debe cambiarse en el presente. El futuro se hace en el presente y quien sabe cambiar su presente, cambia también el futuro. Este es el objetivo final también de la narración sobre el rico epulón y el pobre Lázaro, como lo era del administrador de la injusticia que supo repartir el dinero acumulado de su señor para hacerse amigos; no se lo guardó para él. Pero los que usan las riquezas sólo para sí... se están cerrando el futuro.


https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/29-9-2019/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

domingo, 22 de septiembre de 2019

DOMINGO XXV DEL ORDINARIO "NO SE PUEDE SERVIR A DIOS Y AL DINERO"

El evangelio de hoy es uno de los momentos más sociales de la obra de Lucas, en consonancia con el mensaje del profeta Amós y quiere mostrar el planteamiento nuevo de cómo los discípulos tienen que comportarse en este mundo, en el que uno de los valores más deseados por todos es la riqueza (lo que es lo más estimable para los hombres). El ejemplo del administrador sagaz, listo, inteligente, que no injusto propiamente hablando, es el punto de partida de toda la enseñanza; aquí se desestabiliza prácticamente la tradición representada por los fariseos, justificada desde hacía tiempo por la tesis de que la riqueza era considerada como una bendición de Dios, olvidando la crítica profética contra los que amontonan poder y riquezas.

Al final de la parábola del administrador sagaz, plantea el interrogante de cómo ha podido ser alabado un hombre que ha actuado de forma y manera que la fortuna del "hombre rico" va a quedar reducida, ya que los dos casos que se nos presentan solamente sirven de modelo paradigmático de todos los deudores - "y llamando a cada uno de los deudores de su señor” es decir a “todos”. La parábola, muy probablemente, ha sido transformada desde una historia singular de un administrador de un hombre rico, a una narración en la que indirectamente está presente Dios como "señor", quien ha puesto las riquezas de la creación al servicio de los hombres, y nosotros solamente somos administradores que un día debemos dar cuentas de nuestra actuación. Todo lo que sea acumular riquezas es una injusticia, una falsedad. Esa es la razón por la cual es alabado el administrador tras haber sido informado "el señor" de su proceder. Porque este Señor de la parábola no es un vulgar terrateniente, que acumula riquezas injustamente, sino el dueño del mundo. La acusación o difamación que se había hecho de este ecónomo, se va a volver en contra de los mismos difamadores. Este hombre es el que ha entendido de verdad la forma en que deben tratarse y usarse las riquezas en este mundo: con equidad. Por eso, el hombre rico de esta parábola ha pasado a ser el Señor, el juez de todos los hombres ricos de este mundo, que en vez de ser administradores "que actúan sagazmente", se han quedado en ser ricos, acumulando riquezas, endeudando a los pobres cada vez más y exigiéndoles más de lo que pueden dar.

El administrador, por el contrario, es un ejemplo. Él ha podido enriquecerse sin medida y, sin embargo, a la hora de entregar las cuentas de su administración, se encuentra con las manos vacías. En lo único en que puede confiar es en haber actuado con prudencia, con sagacidad, con sabiduría y equidad con los deudores, es decir es que en vez de hacerse con las riquezas, que son engañosas, se ha preocupado de hacer amigos, es decir, haciendo el bien con ellas, cuando la administraba. Con las riquezas, lo que uno debe pretender es hacerse amigos, haciendo el bien, en vez de acumular poder. Esto es, en verdad lo más práctico, lo más justo y lo más positivo que los cristianos deben hacer con los bienes que Dios nos ha encomendado en este mundo. No se puede hacer amigos, si no es compartiendo con ellos los bienes; es la mejor manera de usar las riquezas. Lo contrario, además de ser un escándalo en la perspectiva del Reino, nos cierra el futuro que está en las manos de Dios.

Podemos entender ahora que “el señor” –que claramente en la parábola no puede ser más que Dios-, haya felicitado al gerente, porque ha sabido actuar de manera que las riquezas no vengan a ser injustas o engañosas. Casi todos consideran las riquezas en este mundo como el futuro más seguro, y debe ser verdad, si no fuera porque un día debemos enfrentarnos con la realidad de que tenemos que desprendernos de todo y dar cuentas al Señor. Un día hay que dejarlo todo; por eso, lo verdaderamente inteligente es hacer lo que hizo el administrador, quien, al contrario de los criterios de los que sirven a dos señores, a Dios y a la seguridad del dinero, ha preferido servir a su señor, usando las riquezas que se le han encomendado para hacerse amigo de los hombres, en vez de contribuir a acumular riquezas engañosas para él o para el señor.

domingo, 15 de septiembre de 2019

DOMINGO XXIV DEL ORDINARIO "MI HIJO ESTABA MUERTO Y HA REVIVIDO"

El evangelio del día nos lleva a lo que se ha llamado, con razón, el corazón del evangelio de Lucas. Tres parábolas componen este capítulo. Las dos parábolas “gemelas” (de la oveja y la dracma perdidas, respectivamente), que preceden a la del hijo pródigo (que debería llamarse del padre misericordioso), vienen a introducir el tema de la generosidad y misericordia de Dios con los pecadores y abandonados. En las dos narraciones, la del pastor que busca a su oveja perdida (una frente a noventa y nueva) y la de la mujer que por una moneda perdida (que no vale casi nada), pone patas arriba toda la casa hasta encontrarla, se pone de manifiesto una cosa: la alegría por el encuentro. Estas parábolas, junto a la gran parábola del padre y sus dos hijos, intentan contradecir muchos comportamientos que parecen legales o religiosos, e incluso lógicos, pero que ni siquiera son humanos. El Reino de Dios llega por Jesús a todos, pero muy especialmente a los que no tienen oportunidad de ser algo. Jesús, con su comportamiento, y con este tipo de predicación profética en parábolas, trasmite los criterios de Dios. Los que se escandalizan, pues, no entienden de generosidad y misericordia.

Comienza todo con esa afirmación: “se acercaba a él todos los publicanos y pecadores”. También merece la pena tener en cuenta para qué: “para escucharle”. Escuchar a Jesús, para aquellos que todo lo tienen perdido, debe ser una delicia. También se acercaban, como es lógico, los escribas de los fariseos, pero para “espiar”. Serían éstos, los que escuchaban, pero no podían entender, porque su corazón estaba cerrado al nuevo acontecimiento del Reino que Jesús anunciaba en nombre de su Dios, el Dios de Israel. No debemos olvidar que en las tres parábolas se quiere hablar expresamente del Dios de Jesús. Por tanto, no solamente en la parábola del padre de los dos hijos (entre ellos el pródigo), sino también en la del pastor y en la de la pobre mujer que pierde su dracma.

Así, pues, se acercaban a él, para escucharlo, los publicanos y pecadores, porque Jesús les presentaba a un Dios del que no les hablaban los escribas y doctores de la ley. Un Dios que siente una inmensa alegría cuando recupera a los perdidos es un Dios del que pueden fiarse todos los hombres. Un Dios que se preocupa personalmente de cada uno (como es una oveja o una dracma) es un Dios que merece confianza. El Dios de la religión oficial siempre ha sido un Dios sin corazón, sin entrañas, sin misericordia, sin poder entender las razones por las cuales alguien se ha perdido o se ha desviado. Es curioso que eso lo tengan que hacer ahora las terapias psicológicas y no esté presente en la experiencia religiosa oficial. No se trata de decir que Dios ama más a los malos que a los buenos. Eso sería una infamia de un fundamentalismo religioso irracional. Lo que Dios hace, según Jesús, según el evangelista Lucas, es comprender por qué. La terapia del reino debería ser la clave del cristianismo. Y la mejor manera para abandonar la vida sin sentido no es hablar de un Dios inmisericorde, sino del Dios real de Jesús que espera siempre sentir alegría por la vuelta, por la recomposición de la existencia y de la dignidad personal.

domingo, 8 de septiembre de 2019

DOMINO XXIII DEL ORDINARIO "TOME SU CRUZ Y SÍGAME"

"El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”

El seguimiento de Jesús es claro y radical, por tanto, no se puede tomar a la ligera ni menos pretender acoplarlo a los gustos o caprichos personales por muy atractivos que puedan ser. El seguimiento de Jesús tal como el Evangelio lo señala, se debe vivir con coherencia. Por eso, el cristiano ha de escuchar la llamada de Jesús a tomar la cruz que consiste en una entrega generosa por la humanidad entera. No pretendamos rechazar la cruz con algún método, pensando que el cristianismo o la vida misma será más fácil. Un cristianismo sin cruz no existe.

Por otro lado, el cristiano ha de tener claro en qué consiste la cruz para un creyente, porque puede suceder que, a veces, la ponga donde Cristo no la ha puesto. Más todavía, puede darse que un cristiano, tratando de asumir la cruz de Cristo, viva mortificándose en diversos aspectos de su vida y, así paradójicamente, todo se convierta en tranquilizante que, de hecho, le impide seguir el camino trazado por el Crucificado.

Por eso, es importante recordar que la cruz cristiana sólo se entiende en su contenido más genuino a partir del seguimiento fiel a Jesucristo y del servicio a la causa del Reino. Jesús llama a sus discípulos a seguirle poniéndose incondicionalmente al servicio del reino de Dios. La cruz no es sino el sufrimiento que se producirá en la vida del discípulo como consecuencia de ese seguimiento, el destino doloroso que habrá de compartir con Cristo si sigue realmente sus pasos “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. La cruz brota en la vida del cristiano como consecuencia de ese seguimiento fiel a Cristo y a su proyecto.

Esta humilde y elemental observación es muy importante ya que en la actualidad, a veces, se llama fácilmente cruz a cualquier cosa que hace sufrir, incluso a sufrimientos que aparecen en nuestra vida generados por nuestro propio pecado o nuestra manera equivocada de vivir. En realidad, no hemos de confundir la cruz con cualquier desgracia, contrariedad o desgracia que encontramos en la vida. La cruz no es el mal o el destino penoso, sino el sufrimiento que resulta para nosotros únicamente del hecho de estar vinculados a Jesús. La cruz es un sufrimiento vinculado no a la existencia natural, sino al hecho de ser y actuar como cristiano; por eso no podemos confundir con las contrariedades y los sufrimientos normales de la vida.
“Negarse a sí mismo”

El seguimiento de Jesús es una respuesta a una vocación, que nos llega desde más allá de nosotros mismos. Por otro lado, es un compromiso serio y al mismo tiempo gozoso; requiere esfuerzo para reconocer al Maestro en los más pobres y descartado de la vida y ponerse a su servicio. Sin embargo para responder a esta llamada, el texto evangélico nos invita a renunciar a todo tipo de ataduras e incluso a uno mismo para convertirse en auténticos y verdaderos discípulos.

Negarse a sí mismo es olvidarse de uno mismo y de sus propios intereses para fijar la mirada en Jesús al que se desea seguir. Asimismo, consiste en liberarse de uno mismo para adherirse radicalmente a Él, porque el seguimiento requiere la absoluta libertad del creyente llevando una vida al estilo de Jesús en nuestro tiempo y en nuestro mundo.

En definitiva, la cruz que Jesús aceptó no era cualquier sufrimiento. Si Jesús aceptó la cruz no fue por gusto, sino porque no quiere negarse a sí mismo ni negar al Padre que ama sin fin a la humanidad y busca la felicidad de todos sus hijos. Por tanto, hemos de afirmar que el evangelio de Cristo y su anuncio de felicidad pasa por la cruz. Por eso, ignorar la cruz de Cristo para orientarlo todo a una búsqueda hábil de felicidad, utilizando incluso la religión como un medio más para el disfrute o la satisfacción de los deseos inmediatos, es desvirtuar la cruz y falsear el cristianismo.

Pero poner la cruz de Cristo en el centro de la vida cristiana no significa centrar el cristianismo en el sufrimiento, renunciando a toda búsqueda de felicidad. La cruz, como no es negación de la aspiración del hombre a la felicidad, ni tampoco resignación o aceptación masoquista del dolor como único camino para merecer una felicidad que se situaría exclusivamente en la otra vida.

El mensaje “cruz aquí y felicidad en el más allá” falsea el núcleo de la buena noticia de Jesucristo. Porque el anuncio cristiano no se reduce a ofrecer una salvación para la otra vida, y a exigir aquí, para merecerla, el sacrificio y la represión de las tendencias a la felicidad inmediata. Es en esta vida donde el ser humano anhela ya la felicidad y la echa de menos, y es en esta vida donde Jesucristo «convoca a la bienaventuranza» (Mt 5,3-12) por el camino acertado, e invita ya a acoger el reino de Dios, que es reino de verdad, de justicia, de amor fraterno y de paz dentro de las limitaciones y fragilidad de este mundo.

domingo, 1 de septiembre de 2019

DOMINGO XXII DEL ORDINARIO "AMIGO, SUBE MAS ARRIBA"


En el evangelio Jesús se dirige a los fariseos. Ellos se sentían religiosamente buenos, socialmente importantes y más perfectos que el resto de la gente. Les invita a ser más humildes. Les cuenta una historia muy sencilla. Les habla de los invitados a un banquete. Entre ellos algunos buscan los primeros puestos. Y les habla de lo que le pasa a uno que se había sentado en el mejor lugar y al que le terminan rebajando al último porque llega otro invitado que es más amigo del amo de la casa. Luego les recomienda que cuando tengan que organizar un banquete no inviten a los poderosos sino a los pobres y a los que no tienen nada. Así es Dios que prefiere a los últimos y a los humildes. 

Como cristianos no estamos llamados a ocupar los primeros puestos en el banquete sino a servir y preparar el gran banquete de la familia de Dios. E invitar a todos, abrir las puertas de par en par para que nadie se sienta excluido. Los creyentes somos los camareros de ese banquete, los que ayudamos a Dios para que todos se sientan acogidos. Lo nuestro no es ocupar los puestos de privilegio sino servir a la mesa. La fe en Jesús nos lleva a vivir en actitud de servicio y acogida, de cariño, a todos los que necesitan experimentar el amor de Dios. Lo nuestro no es imponer sino servir, ayudar, curar, sanar, perdonar, compartir.

Jesús nos propone vivir no en la grandiosidad, no apoyándonos en el poder sino en la humildad. Jesús nunca defendió sus derechos. Vivió una vida sencilla, enseñando a sus discípulos y a los que le querían escuchar. Se hizo cercano a los pobres y a los sencillos. No despreció a nadie. Y habló siempre del amor de un Dios que se hacía pequeño para ponerse a nuestro nivel, para escuchar nuestras penas y compartir nuestras alegrías. Como dice la segunda lectura, la comunidad cristiana no se apoya en el poder ni la fuerza. Somos parte de la ciudad del Dios vivo, de la familia de Dios, de un Dios que acoge a todos sin distinción. Y por eso también nosotros debemos acoger a todos. 

https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2019-09-01