miércoles, 29 de mayo de 2019

TALLER DE ORACION Y VIDA “APRENDER A ORAR PARA APRENDER A VIVIR”

Finalizó el Taller de Oración y Vida, que durante quince semanas se ha venido desarrollando en los locales parroquiales. Quince semanas, quince sesiones en las que hemos aprendido a orar, a entablar un diálogo con Dios, a entrar en una relación personal con el Señor, a llegar a una paz interior que nos ha hecho desaparecer la tristeza y recuperar la alegría de vivir, nos han proporcionado una gran serenidad, sanando las heridas del corazón y sofocando las angustias del alma. Estos eran los retos: “ORANDO, SE APRENDE A ORAR”.

Poco a poco en este tiempo hemos llegado a ser personas más pacientes, humildes y comprensivas como Jesús, “¿qué haría Jesús en mi lugar?” nos preguntamos ante los problemas que nos surgen a diario. 

Mediante las sesiones semanales hemos aprendido a orar siguiendo la metodología propia del taller. Mediante la práctica de diversas modalidades de oración y la meditación de la Palabra, nos hemos introducido progresivamente en la relación personal con Dios, así como en la oración litúrgica de una manera ordenada, variada y progresiva “¿qué me está diciendo Dios?” y en la vida sacramental y cristiana. Ello nos compromete en tres dimensiones: con Dios, con nosotros mismos y con los demás. 

Cada sesión tiene dos fases, una descendente: Dios habla al hombre y una ascendente: el hombre habla (responde a Dios), y para desarrollar estas fases la sesión se divide en varias partes. La primera de ellas es la palabra, textos de la Biblia para reflexionar cada día de la semana y que se comentan al inicio de cada sesión. Después lectura de un texto evangélico, meditación y comentario. Esta sería la parte descendente, Dios nos habla por la palabra. Para la parte ascendente contamos con la Modalidad (práctica) para ejercitar durante la sesión y que practicamos a lo largo de la semana. Diferentes modalidades, diferentes formas de responder a Dios. Finalizamos las sesiones con un mensaje de Padre Larrañaga relacionado con la Modalidad que se ha desarrollado en la sesión. 

La última sesión se desarrolló en el colegio de las Hijas de María Inmaculada, donde realizamos un desierto espiritual. 

Ha sido una experiencia muy positiva, porque, si bien, cuando se trabaja en los grupos parroquiales es algo que hacemos para la comunidad, algo para los demás, en estos talleres se trabaja para uno mismo, es algo para nuestra paz interior, algo que desde una perspectiva personal podemos agradecer y que gracias a este taller poder servir mejor a la comunidad con un compromiso más activo y decidido de la actividad parroquial. “Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido” (1Pe 4,10) 

No hay que olvidar que los Talleres de Oración y Vida son una nueva forma de Evangelización mas viva y con una visión mas positiva de lo que ha mostrado siempre. Es una presentación más vibrante y activa de Jesús que posee una mayor adaptación a las necesidades de la sociedad actual y a lo que realmente las personas necesitan. 

“Todo lo acepto con amor 
Que se haga tu voluntad 
En tus manos me entrego 
Con silencio y paz” 

Todo nuestro agradecimiento a Ramón, nuestro tallerista, por su entrega desinteresada, que nos ha guiado en este taller para sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Siempre estarás en nuestras oraciones. 

Os invito a que, si en un futuro próximo se vuelve a convocar otro taller, no dudéis en apuntaros, es una experiencia muy grata y merece la pena, porque “si algún bien tengo, es de Dios” 


Los Talleres de Oración y Vida fueron creados por el Padre Ignacio Larrañaga (1928-2013) sacerdote franciscano, capuchino, originario de España (Azpeitia (Guipúzcoa)), en 1984 y aprobados por la Santa Sede en 1997 con el lema “DEL ENCANTO DE DIOS, AL ENCANTO DE LA VIDA”

domingo, 26 de mayo de 2019

PASCUA DEL ENFERMO "DAD GRATIS"


La Iglesia en España celebra el domingo 26 de mayo la Pascua del Enfermo. El lema, “Gratis habéis recibido, dad gratis”, el mismo de la Jornada Mundial del Enfermo 2019 que se celebró el 11 de febrero.
La Campaña se centra en el voluntariado en la Pastoral de la Salud y pretende reconocer el valor de la gratuidad en la entrega al cuidado de los enfermos.

La gratuidad humana es la levadura de la acción de los voluntarios, que son tan importantes en el sector socio-sanitario y que viven de manera elocuente la espiritualidad del Buen Samaritano.” “El voluntario es un amigo desinteresado con quien se puede compartir pensamientos y emociones; a través de la escucha, es capaz de crear las condiciones para que el enfermo, de objeto pasivo de cuidados, se convierta en un sujeto activo y protagonista de una relación de reciprocidad, que recupere la esperanza, y mejor dispuesto para aceptar las terapias.” Papa Francisco

Es necesario hacer una reflexión en la importancia del voluntariado y la necesidad de animar a más personas que deseen trabajar llevando el consuelo de Cristo a los enfermos.

La Iglesia española se acerca tradicionalmente en este domingo, en el seno de sus comunidades parroquiales, al mundo de los enfermos, sus familias y los profesionales sanitarios, así como mostrando el rostro de Cristo curando y acompañándolos, y por eso hoy rezamos por nuestros enfermos y sus cuidadores, por los que sufren el misterio del dolor, por los ancianos y mayores de residencias y por todos los hospitalizados. Oremos también por nos profesionales de la sanidad y por los voluntarios que trabajan en los equipos de pastoral de la salud.

Jesús nos exige y reclama que la disponibilidad a acompañar, escuchar, aliviar, a cada enfermo o sus familiares, sea obra de la gracia, de su amor en nosotros. Lo que llevamos en la visita a un enfermo no somos nosotros, sino al Señor. 

ORACIÓN:
Estuve enfermo y me visitaste, me llamaste por mi nombre, y venías cada mañana sonriente a decirme: buenos días. Fui para ti alguien, y no algo, aceptaste con paciencia mis impaciencias, y siempre que venías a verme me dabas paz. Yo me encontraba con miedo, asustado; tú me acogiste con serenidad y con cariño, y diste la vuelta a mi almohada para que me sintiera mejor. Me trataste con competencia y me diste lo que más necesitaba: cariño, comprensión, escucha y amor. Y con todo ello me diste a Dios.

FELIZ PASCUA DEL ENFERMO

VI DOMINGO DE PASCUA "EL QUE ME AMA, GUARDARA MI PALABRA"

El Señor enseña a sus Apóstoles la noche de la Última Cena: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo ama­rá, y vendremos a él y haremos morada en él».

Promete el Señor: «haremos morada en él». Sabe perfectamente el Señor Jesús que en lo profundo del corazón humano existe una necesidad o “hambre” de amor y comunión. Sabe también que esta profunda necesidad no hallará su plena satisfacción sino en la comunión con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Quien ha creado al ser humano para la comunión en el amor, es en sí mismo Comunión de Amor. Sólo Él puede resolver esa profunda necesidad que experimenta su criatura humana. Sólo en la comunión de amor con Dios el ser humano puede alcanzar su completa realización y felicidad.

Mas esta comunión a la que está invitada la criatura humana no es una comunión que excluya la comunión con todos aquellos que han sido rescatados por la Sangre del Cordero. La comunión a la que está llamada la criatura humana no es “entre Dios y yo solamente”.

¿Pero cómo llega el ser humano a hacerse merecedor de esta promesa? Amando a Cristo, con un amor que se verifica en la obediencia a sus enseñanzas. En efecto, advierte Él mismo que quien lo ama necesariamente guarda sus palabras. No hay un verdadero amor a Jesús donde no hay un serio y sostenido esfuerzo por conocer y seguir sus enseñanzas. Hacer lo que Él dice es la manifestación de un auténtico amor al Señor Jesús.

Continúa diciendo el Señor: «Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nom­bre, será quien les enseñe todo y les recuerde todo lo que les he dicho». El Señor promete a los Apóstoles, a la Iglesia, el don del Espí­ritu. Su misión será la de enseñar y recordar sus palabras a la comunidad de los discípulos. El Espíritu San­to es quien ayudará a los discípulos a com­prender a fondo el Evangelio, a encar­narlo en la propia existencia y a hacerlo vivo y operante a través de su testimonio per­sonal.

Dice finalmente el Señor: «Me voy y volveré a ustedes». Sus palabras encierran, de manera sintética, el acontecimiento pascual: su partida mediante la muerte en Cruz y su vuelta por la Resurrección. Pero también anuncian que cuarenta días después de la Resurrección se separará visiblemente de sus Apóstoles para volver al Padre. Esta partida será al mismo tiempo la condición para una nueva presencia en su Iglesia: por el Espíritu Santo Él permanecerá en y con su Iglesia «todos los días hasta el fin del mundo».

domingo, 19 de mayo de 2019

V DOMINGO DE PASCUA "AMAR COMO EL NOS AMA"


     Jesús está a punto de despedirse de sus discípulos y les deja un mandamiento nuevo que es como su testamento. Les dice que se amen unos a otros como él les ha amado. Ésa será la señal por la que conocerán que somos discípulos de Jesús. Así pues, lo más distintivo de los cristianos no es que nos reunamos los domingos para celebrar la misa. Tampoco el que tengamos una jerarquía con un papa, obispos y sacerdotes. Ni siquiera es nuestra característica el que celebremos siete sacramentos. Jesús no deseaba que fuésemos conocidos por ninguna de esas cosas. Jesús deseaba que los que no perteneciesen a nuestra comunidad nos conociesen por otra señal, más humilde si se quiere, pero más importante y mucho más humana: por el modo como nos tratamos unos a otros, por el modo como nos amamos y amamos a todos sin distinción. Jesús quería que nos amásemos como él nos había amado. 

      Ése es el signo que hará descubrir a los que no son cristianos que la comunidad cristiana es la semilla de un nuevo mundo. Porque sólo Dios es capaz de dar vida a ese amor fraterno que hace que todo se comparta y que todos vivan más en plenitud. Cuando los que no son cristianos nos vean amar de verdad, necesariamente han de pensar que Dios está presente en nuestra comunidad, porque las personas, por nuestras solas fuerzas, no podemos amar de esa manera. 

      ¿Es que los cristianos estamos hechos de otra madera? ¿Es que somos superiores a los demás? En absoluto. Somos iguales. Pero la presencia de Dios está con nosotros. Y cuando le dejamos actuar en nuestros corazones, experimentamos que un amor mayor que nuestras fuerzas brota de dentro de nosotros. Es el amor de Dios. Es el amor que es signo de la tierra nueva y del cielo nuevo. Es, por ejemplo, el amor con que la madre Teresa de Calcuta amó a los enfermos y moribundos. Es el amor con que muchos padres aman a sus hijos. Sin medida, sin tiempo, sin límite, con absoluta generosidad. 

      Pero como no somos superiores a los demás, a los que no son cristianos, como cometemos errores y a veces nos hacemos daño unos a otros, hay una dimensión del amor que la comunidad cristiana debe saber vivir de una manera especial. Es la dimensión del perdón, de la reconciliación. Perdonar a los hermanos –y perdonarme– es una forma de amar que reconocer la limitación propia y la supera porque el amor va más allá de los límites que marca nuestra debilidad. Vivir el perdón y la reconciliación en la comunidad cristiana es la mejor forma de dar testimonio del amor que nos une. 



domingo, 12 de mayo de 2019

IV DOMINGO DE PASCUA "MIS OVEJAS ESCUCHAN MI VOZ"


  El principal instrumento para construir la comunidad cristiana es la predicación de la Palabra. Así lo podemos ver en la lectura de los Hechos de los Apóstoles donde se nos relata parte del primer viaje apostólico de Pablo. Cuando llegan a una ciudad, comienzan predicando en la sinagoga y luego predican a toda la ciudad. El fruto de esa predicación es la creación de una comunidad. Aunque, según la lectura, Pablo y Bernabé son expulsados de la ciudad, los discípulos quedan llenos de alegría y de Espíritu Santo. Consecuencia de esa predicación es la gran muchedumbre que compone la Iglesia.

      Pero el Evangelio nos habla de una realidad que es más importante que la predicación. Si la comunidad cristiana nace de la predicación de la Palabra, esa predicación no es más que el instrumento que nos abre los ojos a otra realidad más profunda. La verdad, la más importante verdad de nuestras vidas, es que somos familia de Dios. Para usar la comparación que nos ofrece Jesús, somos ovejas del rebaño del Padre. Hay una relación especial de conocimiento, de ternura, de amor, entre el Padre y Jesús y cada una de las ovejas. Tanto que, según dice Jesús, nadie puede arrebatar las ovejas de la mano del Padre. 

      En un mundo secularizado, en el que prima la imagen sobre la palabra, la pregunta no es tanto ¿quién escucha hoy la voz de Dios?, como ¿qué voz, o a qué voz, escuchan hoy la mayoría de nuestros contemporáneos? La escucha, como la contemplación, tienen que ver con la serenidad y con el interior, con la vida profunda e íntima de nuestro yo auténtico, con ese lugar y momento que es capaz de conmovernos hasta las entrañas. El reto no es buscar fuera, sino caminar hacia dentro de nosotros mismos, sin caer en el egotismo. Si soy capaz de escucharme, puede que sea capaz de escuchar a Dios, a los otros y a la creación.

      Nunca ha sido fácil para un cristiano vivir con credibilidad y coherencia el seguimiento a Cristo. Nos ha tocado vivir, en una cultura donde lo cristiano se difumina cada día más; lejos van quedando los tiempos de la cristiandad, en la buena parte de la realidad estaba permeada de ‘lo cristiano’. La secularización nos sitúa en otro escenario. La vivencia de la fe está dejando de ser un hecho social y cultural de masas para pasar a ser un hecho existencial y de comunidades más reducidas. Nuestros templos se vacían y van cerrando poco a poco. El reto es no caer por ello, como el pueblo de Israel en el desierto, en el desaliento, sino el explorar nuevos caminos, el buscar nuevas rutas. Dios sigue comunicando porque su corazón sigue latiendo.

      La experiencia del encuentro con la voz de Dios es individual, pero la salvación ofrecida por Dios es universal. Persona y comunidad, individuo y totalidad humana, se entrecruzan porque no podemos vivir incomunicados ni desconectados. Los cristianos tenemos como fundamento de lo que somos la vida de Jesús, confesado como el Cristo, y un proyecto que realizar: ir construyendo con su aliento y Espíritu el Reino de Dios. La voz de Jesús es la misma que la del Padre eterno, “Yo y el Padre somos una sola cosa”, y está, sobre todo, en su Palabra proclamada en la Iglesia en cada celebración y contenida, de modo eminente, en la Biblia, Palabra de Dios. Ojalá escuchemos hoy su voz de resucitado y no endurezcamos nuestros oídos perdidos en el mundanal ruido.


domingo, 5 de mayo de 2019

III DOMINGO DE PASCUA "SÍGUEME"


  La pascua es al gran momento del nacimiento de la Iglesia. Sobre la experiencia de la resurrección de Jesús se levanta el edificio de la Iglesia. Los apóstoles y discípulos, que en su mayoría habían huido atemorizados a la hora de la pasión, se sienten fortalecidos por la experiencia de que Jesús, el que había muerto en la cruz, está vivo. Pero no en el sentido de que haya vuelto a “nuestra” vida. Está vivo de una forma nueva y más plena. La muerte ya no tiene poder sobre él. Más bien, Jesús ha vencido a la muerte. Dios le ha resucitado. Es lo que se expresa de una forma gloriosa en la lectura del Apocalipsis. El cielo y la tierra canta sus alabanzas al que ha vencido a la muerte. “Digno es el cordero degollado de recibir el honor y la gloria”. 

      El encuentro con Jesús se ha dado cuando los discípulos, desanimados –todo parecía haber terminado en el momento de la muerte de Jesús en cruz, ya no había lugar para más sueños ni ilusiones–, habían vuelto a sus antiguas labores. Otra vez las redes y la pesca en el lago. Otra vez las noches de trabajo para volver a la orilla con las redes vacías y el cuerpo cansado. Pero sucede lo impensable. Una figura familiar está en la orilla. Les sugiere que echen la red al otro lado de la barca. Esta vez la red se llena. Los discípulos sienten temor, pero saben que esa figura familiar es Jesús. No hay duda. Cuando llegan a la orilla, les espera con el fuego encendido y el almuerzo preparado. Bendice el pan y lo reparte. Y se encuentran de nuevo comiendo con Jesús, como tantas veces cuando recorrían los caminos de Galilea, como aquella última cena en la que Jesús les dijo que su muerte era la condición para la Nueva Alianza entre Dios y los hombres, aunque entonces no entendieron nada. Ahora comienzan a entender. Se les abre el entendimiento. Si Jesús está vivo, es que todas sus palabras eran verdaderas. Otra vez se les abre el corazón a la esperanza y a las ilusiones. Otra vez Jesús les dice: “Sígueme”.

      Por eso los discípulos no tienen temor en anunciar el Evangelio, la buena nueva de que Jesús ha resucitado y de que su reino es una promesa real. No es una fantasía. No es una ficción. Vale la pena arriesgarse por él. Aunque los jefes de su pueblo les prohíban hablar de Jesús, no pueden callar. Ellos son testigos de que Dios “lo exaltó haciéndolo jefe y salvador”. 

      Nosotros seguimos siendo los testigos del resucitado en nuestro mundo. Cuando nos sentimos cansados, celebramos la Eucaristía y Jesús se hace pan bendito que nos da la fuerza para seguir creyendo, para seguir proclamando el Evangelio, la alegría de sabernos salvados, la esperanza de un futuro nuevo en fraternidad. Y el compromiso para, aquí y ahora, comenzar a vivir el amor a nuestros hermanos y hermanas.