jueves, 27 de septiembre de 2018

SAN MIGUEL ARCÁNGEL


San Miguel es uno de los siete arcángeles y está entre los tres cuyos nombres aparecen en la Biblia. Los otros dos son Gabriel y Rafael.  Es el jefe de los ejércitos de Dios en las religiones judía, islámica y cristiana (Iglesias católica, ortodoxa, copta y anglicana).

Para los cristianos es el protector de la Iglesia y considerado abogado del pueblo elegido de Dios. La Iglesia Católica lo considera como patrono y protector de la Iglesia Universal.

La Santa Iglesia da a San Miguel el más alto lugar entre los arcángeles y le llama "Príncipe de los espíritus celestiales", "jefe o cabeza de la milicia celestial". Ya desde el Antiguo Testamento aparece como el gran defensor del pueblo de Dios contra el demonio y su poderosa defensa continúa en el Nuevo Testamento.
Muy apropiadamente, es representado en el arte como el ángel guerrero, el conquistador de Lucifer, poniendo su talón sobre la cabeza del enemigo infernal, amenazándole con su espada, traspasándolo con su lanza, o presto para encadenarlo para siempre en el abismo del infierno.

La cristiandad desde la Iglesia primitiva venera a San Miguel como el ángel que derrotó a Satanás y sus seguidores y los echó del cielo con su espada de fuego. La autoridad y virtudes de San Miguel, están reconocidas desde hace muchos siglos por las autoridades gubernamentales y eclesiásticas. Constantino (emperador Romano), atribuyó en su época la derrota de sus adversarios a San Miguel.

Es tradicionalmente reconocido como el guardián de los ejércitos cristianos contra los enemigos de la Iglesia y como protector de los cristianos contra los poderes diabólicos, especialmente a la hora de la muerte.

El mismo nombre de Miguel, nos invita a darle honor, ya que es un clamor de entusiasmo y fidelidad.  Significa "Quién como Dios". Satanás tiembla al escuchar su nombre, ya que le recuerda el grito de noble protesta que este arcángel manifestó cuando se rebelaron los ángeles. San Miguel manifestó su fortaleza y poder cuando peleó la gran batalla en el cielo. Por su celo y fidelidad para con Dios gran parte de la corte celestial se mantuvo en fidelidad y obediencia. Su fortaleza inspiró valentía en los demás ángeles quienes se unieron a su grito de nobleza: "¡¿Quién como Dios?!" Desde ese momento se le conoce como el capitán de la milicia de Dios, el primer príncipe de la ciudad santa a quien los demás ángeles obedecen.

Se cuenta que el 13 de octubre de 1884, el Papa León XIII, experimento una visión horrible. Después de celebrar la Eucaristía, estaba consultando sobre ciertos temas con sus cardenales en la capilla privada del Vaticano cuando de pronto se detuvo al pie del altar y quedo sumido en una realidad que solo él veía. Su rostro tenía expresión de horror y de impacto. Se fue palideciendo. Algo muy duro había visto. De repente, se incorporó, levanto su mano como saludando y se fue a su estudio privado. Lo siguieron y le preguntaron: ¿Que le sucede su Santidad? ¿Se siente mal? El respondió: "¡Oh, que imágenes tan terribles se me han permitido ver y escuchar!", y se encerró en su oficina.

¿Qué vio León XIII?  "Vi demonios y oí sus crujidos, sus blasfemias, sus burlas. Oí la espeluznante voz de Satanás desafiando a Dios, diciendo que él podía destruir la Iglesia y llevar todo el mundo al infierno si se le daba suficiente tiempo y poder. Satanás pidió permiso a Dios de tener 100 años para poder influenciar al mundo como nunca antes había podido hacerlo." También León XIII pudo comprender que si el demonio no lograba cumplir su propósito en el tiempo permitido, sufriría una derrota humillante. Vio a San Miguel Arcángel aparecer y lanzar a Satanás con sus legiones en el abismo del infierno.

Después de media hora, llamo al Secretario para la Congregación de Ritos. Le entrego una hoja de papel y le ordeno que la enviara a todos los obispos del mundo indicando que bajo mandato tenía que ser recitada después de cada misa, la oración que ahí él había escrito (y así se hizo, hasta el Concilio Vaticano II, cuando fue suprimida).

Esta oración es:
«San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha.
Sé nuestro amparo contra la perversidad y las acechanzas del diablo.
Que Dios manifieste sobre él su poder, esa es nuestra humilde súplica;
y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, con la fuerza que Dios te ha conferido,
arroja al infierno a Satanás y a demás espíritus malignos
que vagan por el mundo para la perdición de las almas.
Amén.»

Después del Concilio Vaticano II, el mandato de recitar esta oración al finalizar la misa fue revocado pero se puede continuar con esta práctica a manera de devoción.



domingo, 23 de septiembre de 2018

DOMINGO XXV ORDINARIO "EL QUE QUIERA SER EL PRIMERO, QUE SEA EL ÚLTIMO"

A lo largo del camino, Jesús va enseñando a los discípulos. Como cualquier estudiante en cualquier colegio del mundo, los discípulos no lo entienden todo a la primera. A veces, ni a la segunda. Pero Jesús, el buen maestro, no pierde la calma. Y repite la explicación. Eso es lo que se ve en el Evangelio de hoy. En camino a casa, Jesús hace por segunda vez una «predicción de su pasión». La primera fue entregada a los conmocionados discípulos en Cesarea de Filipo. Ahora Jesús les recuerda que el Hijo del Hombre (el título que Jesús usa para referirse a sí mismo para revelar que es el Mesías) pronto será entregado a los hombres que lo van a matar. Continúa para asegurarles que después de tres días en la tumba volverá a la vida.

Los discípulos lo escuchan hablar, pero no comprenden esta difícil declaración, mayormente la parte sobre volver a la vida después de estar muerto por tres días. Tienen confianza de que ellos siempre estarán con él y así podrán protegerlo si fuera necesario. Creo que el silencio de ellos aquí habla mucho sobre sus planes personales de proteger a Jesús de aquí en adelante.

Jesús hace una pregunta directa. «¿Qué venían discutiendo ustedes por el camino?». No hay ninguna respuesta. Jesús sabe que algunos en el grupo habían estado argumentando sobre quién entre ellos era el más importante a la vista de Jesús. ¿Quién era el más favorecido por el Señor?

Es fácil imaginar que cada uno se está preguntando quién, entre los tres, es el favorito de Jesús. Aquí, él es muy astuto, y responde a su propia pregunta, tomando a un niño, poniéndolo en medio de ellos, con la intención de enseñar a sus discípulos reunidos que quien reciba a un niño así, en su nombre, recibe no solo a Jesús sino también al Padre que lo envió.

Hoy nosotros seguimos necesitando escuchar esa lección de vez en cuando. Porque en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras comunidades, de vez en cuando hay brotes de violencia, de envidia, hay rencores que no nos dejan vivir en paz y que nos amargan la existencia, hay demasiadas aspiraciones a los primeros puestos, a ser importantes. Hoy nos viene bien que Jesús nos repita la lección: “El que quiera ser el primero...”


domingo, 16 de septiembre de 2018

DOMINGO XXIV ORDINARIO "¿Y VOSOTROS QUIEN DECÍS QUE SOY?"

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo el Señor pregunta a los Apóstoles sobre lo que piensa la gente sobre su identidad. ¿Quién es Jesús? Los discípulos habían recogido algunas de las opiniones más comunes: «Unos [dicen que tú eres] Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los pro­fetas».

Los grandes milagros que realizaba el Señor hacían pensar al común de la gente que se trataba de «un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo» (Lc 24, 19). Sin embargo, hay confusión en cuanto a su identidad, y al tratar de precisar quién es se equivocan completamente.

El Señor pregunta entonces a quienes lo conocen de cerca, a sus Apóstoles: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?». Pedro, en nombre de todos, responde: «Tú eres el Mesías», aquel Ungido por excelencia que Dios había prometido a su pueblo Israel, el descendiente de David, esperado por siglos, que vendría a restaurar el reinado definitivo de Dios en la tierra.

Admitida la respuesta como acertada, el Señor insta a sus Apóstoles a guardar su identidad en el más absoluto secreto. ¿Por qué? Porque si bien es cierto que Él era el Mesías, no se trataba de un Mesías político nacionalista que los judíos y también ellos, los Apóstoles, se habían imaginado y esperaban. Hacer público este anuncio sólo habría entorpecido la misión del Señor. Por tanto, antes de proclamar públicamente que Él era el Mesías, debía corregir la idea equivocada que del Mesías se habían hecho todos, debía instruirlos para que pudiesen despojarse de su idea profundamente enraizada sobre aquel Mesías poderoso y triunfante para reemplazarla por el Mesías humilde, que más bien se identificaba con el Siervo sufriente de Dios anunciado por Isaías (1ª. lectura). Así, pues, una vez que el Señor confirma que Él es el Mesías, empieza a enseñarles que tendrá que «padecer mucho… ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

Ante este inesperado y sorpresivo anuncio Pedro, llevándoselo a un lado, se puso a increparlo. También el pensaba como todos los judíos de su tiempo: el Mesías traerá consigo la victoria política y la gloria para su pueblo, ¿cómo puede ahora Jesús decir que va a morir en manos de los dirigentes religiosos de su mismo pueblo, si Dios está con Él? ¡Eso no le puede suceder a Él! ¿Por qué anuncia tal cosa? Pedro, desconcertado, se cree con el deber de reprochar semejante disparate, y así lo hace discretamente, llevando a Jesús aparte.

El Señor, en respuesta, lo llama Satanás, el gran enemigo de Dios y de su Mesías.  Pedro, al censurar al Señor y mostrarse contrario a la realización de semejante anuncio, se convierte en portavoz y colaborador de Satanás, se convierte él mismo en adversario y enemigo de Dios, opositor a sus designios reconciliadores. En respuesta merece el más enérgico rechazo y corrección por parte del Señor, que en frente de todos le advierte que en vez de constituirse en obstáculo en su camino, debe ponerse detrás de Él como su seguidor.

Esta última enseñanza es para todos, por eso llama también a la gente y a sus discípulos para presentarles las exigencias del discipulado: quien quiera ser su seguidor debe renunciar a sí mismo, cargar su cruz y andar detrás de Él.

La imagen de cargar la cruz evocaba en sus oyentes una escena habitual: la de los condenados y sentenciados a morir por crucifixión. Era el método preferido que aplicaban los romanos para ejecutar la pena de muerte. Sin duda los judíos veían desfilar cortejos como éste con cierta frecuencia, filas más o menos largas de hombres que marchaban a su propia muerte cargando sobre sí sus propios instrumentos de tortura y ejecución. Se cuenta, por ejemplo, que al morir Herodes el Grande, Varo había hecho crucificar a dos mil judíos. La marcha de estos condenados a muerte era, pues, una imagen conocida. El discípulo de Cristo debía considerarse no un hombre destinado a la gloria humana y mundana, sino un condenado a muerte, un hombre que con su propia cruz a cuestas va siguiendo a Cristo que va a la cabeza de aquel cotejo.



domingo, 9 de septiembre de 2018

DOMINGO XXIII ORDINARIO "VIRGEN DE LOS LIÑARES"


¡Oh Virgen de los Liñares, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!
Tú, desde este templo manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de misericordia, maestra del sacrificio escondido y silencioso, a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor. Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia; no nos sueltes de tu mano amorosa.
Concede a nuestros hogares la gracia de amar y respetar la vida que empieza, con el mismo amor con que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios. Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso. Protege a nuestra familias, para que estén siempre muy unidas y bendice la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos a volver a Él mediante la confesión de nuestras culpas y pecados en el Sacramento de la Penitencia, que trae sosiego al alma. Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los Santos Sacramentos, que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.
Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de mal y de odios, podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, que con Dios Padre y con el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.

domingo, 2 de septiembre de 2018

DOMINGO XXII ORDINARIO "TODAS LAS MALDADES SALEN DE DENTRO"


    “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.”

Dicen que las sociedades y grupos humanos crean tradiciones cuando se sienten felices. Las tradiciones son precisamente una forma de recordar y revivir esos momentos de felicidad, de plenitud, de comunión. Son recuerdos y celebraciones de un pasado feliz, que, gracias a de las tradiciones, van pasando de generación en generación.

      Lo malo es que a veces las tradiciones dejan de ser el recuerdo de un pasado feliz para convertirse en algo que hay que hacer porque sí. Entonces pierden su sentido. No son liberadoras. No nos ponen en conexión con nuestra historia, sino que nos oprimen y nos obligan a hacer cosas de las que desconocemos su sentido y razón. 

      En el Evangelio de hoy, Jesús reprocha a los judíos precisamente el haber convertido sus hermosas tradiciones en una pura ley que todos, sin excepción, se veían obligados a cumplir. Es casi seguro que el lavarse las manos antes de la comida era una forma de expresar que para el judío toda comida era en cierto sentido un momento de comunión con el Dios que les había regalado la tierra que habitaban y sus frutos. Pero con el tiempo se olvido el significado y quedó sólo la norma, la tradición desnuda de sentido. Llegó a ser un mero rito automático, un gesto sin sentido. Jesús les recuerda que el lavarse las manos no puede ser más que un signo de una pureza más profunda: la pureza de corazón. Para entrar en comunión con Dios lo que tenemos que purificar es el corazón. Las manos son sólo un signo de esa otra pureza necesaria. 

      Los cristianos podemos pensar que estamos libres de esas tentaciones que tuvo el mundo judío. No es verdad. ¿Para cuántos de nosotros la misa dominical es sólo una obligación que hay que cumplir porque sí? Sin embargo, en su origen no fue más que la expresión del gozo vivido y sentido de ser comunidad en torno a Jesús Resucitado. ¿Cómo no se iba a expresar esa alegría en la participación comunitaria en la Eucaristía? Pero hemos transformado en una obligación lo que es sólo una gozosa acción de gracias en comunión con los hermanos y hermanas. La Misa no es más que un ejemplo. Se podrían poner muchos otros. Ser cristiano no es cumplir con una serie de normas. Es vivir con gozo el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones.