jueves, 31 de mayo de 2018

CORPUS CHRISTI


  Corpus Christi (en latín, "Cuerpo de Cristo") o Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, antes llamada Corpus Domini ("Cuerpo del Señor"), es una fiesta de la Iglesia Católica destinada a celebrar la Eucaristía. Su principal finalidad es proclamar y aumentar la fe de los creyentes en la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento, dándole públicamente el culto de adoración (latría) el jueves posterior a la solemnidad de la Santísima Trinidad, que a su vez tiene lugar el domingo siguiente a Pentecostés (es decir, el Corpus Christi se celebra 60 días después del Domingo de Resurrección).  En España esta fiesta ha sido trasladada al domingo siguiente para adaptarse al calendario laboral, aunque muchas localidades siguen celebrándolo el jueves.

      La fiesta surgió en la Edad Media, cuando en 1208 la religiosa Juliana de Cornillon promueve la idea de celebrar una festividad en honor al Cuerpo y la Sangre de Cristo presente en la Eucaristía. Así, se celebra por primera vez en 1246 en la diócesis de Lieja (Bélgica).
    
     En el año 1263, mientras un sacerdote celebraba la misa en la iglesia de la localidad de Bolsena (Italia), al romper la Hostia consagrada brotó sangre, según la tradición. Este hecho, muy difundido y celebrado, dio un impulso definitivo al establecimiento como fiesta litúrgica del Corpus Christi. Fue instituida el 8 de septiembre de 1264 por el papa Urbano IV, mediante la bula Transiturus hoc mundo. A Santo Tomás de Aquino se le encargó preparar los textos para el Oficio y Misa propia del día, que incluye himnos y secuencias, como Pange Lingua (y su parte final Tantum Ergo), Lauda Sion, Panis angelicus, Adoro te devote o Verbum Supernum Prodiens.

      En el Concilio de Vienne de 1311, Clemente V dará las normas para regular el cortejo procesional en el interior de los templos e incluso indicará el lugar que deberán ocupar las autoridades que quisieran añadirse al desfile.

      En el año 1316, Juan XXII introduce la Octava con exposición del Santísimo Sacramento. Pero el gran espaldarazo vendrá dado por el papa Nicolás V, cuando en la festividad del Corpus Christi del año 1447, sale procesionalmente con la Hostia Santa por las calles de Roma.

    En muchos lugares es una fiesta de especial relevancia en la que las celebraciones del Corpus suelen incluir una procesión en la que el mismo Cuerpo de Cristo se exhibe en una custodia, que recorre algunas calles decoradas con alfombras florales.

     En España existe el dicho popular: Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión, lo que da idea del arraigo de esta fiesta.




domingo, 27 de mayo de 2018

TARDE DE DOMINGO


      Tarde de domingo, día de la Santísima Trinidad y día Pro Orantibus (por los que oran), que mejor ocasión para hacer algo distinto que ir a visitar a aquella que todos los días rezan por todos, aquellas que han entregado su vida a la oración tras las puertas de un convento.

     En primer lugar visitamos el convento de las Madres Carmelitas Descalzas en Sabarís, donde en un ambiente distendido, charlamos con las pocas monjas que allí están. Nos contaron como es su vida tras los barrotes, aunque según sus palabras, “los barrotes  los tenemos nosotros”, les preguntamos por su quehacer diario, si tenían internet o si echaban de menos el salir a la calle, ir a la playa y estas cosas que a diario hacemos el resto de mortales. Por su parte dijeron que ni televisión tienen, aunque están totalmente informadas de la actualidad, e internet tienen por la necesidad que lleva el papeleo con la administración, que hoy hay que hacerlo todo on-line. No echan de menos nada el exterior, incluso comentan que les da pereza cuando tienen que salir por motivos médicos y no tienen más remedio. Son felices y se les ve en su cara, siempre sonriendo. Rezamos un ratito con ellas y nos fuimos.

        Siguiente parada en el convento de las Madres Dominicas de Baiona, donde todos los días rezan el Santo Rosario a las doce de la mañana por la paz y las familias. En la capilla destaca el retablo barroco de su altar mayor está dedicado a la Virgen de la Anunciación, patrona de Baiona.  Allí, como no podía ser de otro modo, rezamos el Santo Rosario acompañados de las monjas y después charlamos con las mismas. También en ellas se les veía cara de felicidad, no les faltaba una sonrisa y tampoco un rosario para regalarnos, pidiéndonos no olvidarnos de rezarlo cada día.

      De allí a San Vicente de Trasmañó en Redondela, al Convento Benedictino, donde hay que subir y subir y seguir subiendo para llegar a un imponente edificio moderno de ladrillo rojo y tener unas vistas inmejorables de la ría. Las Monjas llevan allí desde 1984 tras trasladarse del Convento de San Benito, de la Transfiguración del Señor de A Guarda.  Aquí asistimos al rezo de las vísperas, más bien al canto, donde las monjas, cantaron íntegramente las vísperas correspondientes al día de la Santísima Trinidad. Estaban invitadas todas las parroquias de la diócesis, por lo que nos juntamos buena cantidad de gente. Tras el rezo de las vísperas, las monjas nos ofrecieron un aperitivo para reponer fuerzas, con unas pastas y bollos hechos por ellas y de los que dimos buena cuenta y que la mayoría compró para seguir degustando en casa compartiendo con los que no fueron.

     Una tarde distinta para un domingo distinto.

F.G.M.

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

       Cuenta la historia que san Agustín estaba un día paseando por la playa. Meditaba sobre Jesucristo, su relación con el Padre, al que Jesús siempre llamaba “Abba” que significa “papaíto” en arameo, y sobre el Espíritu Santo que habían recibido los apóstoles el día del Pentecostés. Y no terminaba de comprender. ¿Era un solo Dios? ¿Eran tres? ¿Tres personas y un solo Dios? ¿Tres dioses y una sola persona? Daba vueltas y vueltas en la cabeza a aquellas ideas y cada vez se encontraba más confuso. Pero estaba decidido a comprenderlo y le seguiría dedicando sus mejores esfuerzos. 

    Estando distraído en aquellos pensamientos, casi no se dio cuenta de la presencia de un niño que jugaba en la arena. Pero vio en aquel niño algo extraño que le sacó de su ensimismamiento. Vio con sorpresa que el niño hacia continuos viajes de la orilla a un agujero que había excavado en la arena. Al llegar a la orilla llenaba un pequeño cubo con agua de mar. Y al llegar al agujero lo vaciaba cuidadosamente en él. Así una vez y otra y otra. Se quedó parado mirando al chiquillo y preguntándose qué sentido tendría aquel juego. No lo podía entender. Así que, llevado de la curiosidad, se acercó al niño y le preguntó directamente. “¿Qué pretendes hacer llenando continuamente el cubo de agua de mar y vaciándola en el agujero que has hecho en la arena?”. El niño levantó los ojos, le miró y le respondió: “Quiero meter todo el agua del mar en el agujero”. Agustín se rió. “Eso es imposible” –le dijo–, “nunca lo conseguirás”. Pero el niño le respondió: “Igual de imposible que lo que tú pretendes: comprender el misterio de la Trinidad”. 

     Viene bien esta historia para recordar que Dios no es una teoría o idea que se estudia, se analiza y se disecciona. Dios es un misterio de amor. Se nos ha revelado como amor que crea y libera, que nos ofrece la felicidad. Así se presenta en la primera lectura, del Deuteronomio. No sólo eso. En Jesús, Dios nos ha hecho hijos suyos, nos ha hecho miembros de su familia, herederos de su gracia. Lo mismo que Jesús ha entrado en la gloria de la resurrección, también a nosotros se nos promete participar en su gloria. Y todo por puro amor nuestro. Por eso, el Espíritu de Dios nos hace gritar “Abba”, como dice Pablo en la carta a los romanos. 

    Dios se nos ha manifestado como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Más allá de nuestra comprensión y de nuestras ideas, con el corazón entendemos y experimentamos que Dios es amor. Es amor entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Y es amor para cada uno de nosotros. Dios es amor y no puede hacer otra cosa que amar. No hay otra forma de entenderlo más que amando.

https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2018-05-27

domingo, 20 de mayo de 2018

SECUENCIA DE PENTECOSTÉS


Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua del duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos:
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Amén. Aleluya.


DOMINGO DE PENTECOSTÉS


Jn 20,19-23: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo. Reciban el Espíritu Santo”
“Quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar”

731: El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.(Catecismo de la Iglesia Católica)

La palabra griega pentecostés traducida literalmente quiere decir: «fiesta del día cincuenta».

Antes de ser una fiesta cristiana era una importante fiesta judía de origen agrícola. Los judíos la llamaban también “fiesta de las semanas” o “fiesta de las primicias” pues en ella se presentaban al Señor las primicias de los frutos cosechados siete semanas después de haberse iniciado la siega.  Se celebraba cincuenta días después de la pascua judía.

San Lucas  señala que fue en la fiesta judía de Pentecostés cuando el Espíritu prometido por el Señor Jesús fue enviado sobre los Apóstoles: «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos los creyentes reunidos en un mismo lugar». Desde entonces Pentecostés es, para los cristianos, la fiesta en la que se celebra el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo en torno a Santa María, acontecimiento que tuvo lugar cincuenta días después de la Resurrección del Señor Jesús.

Por medio del Espíritu Santo Dios finalmente realiza la promesa de una nueva creación: «os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.» (Ez 36,26) Por el Don del Espíritu el creyente no sólo recibe un nuevo corazón, sino que además «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5). De este modo el hombre nuevo, fruto de una nueva creación realizada por el Señor Resucitado, es capaz de amar como Cristo mismo, con sus mismos amores: al Padre en el Espíritu, a María su Madre y a todos los hermanos humanos.

Siguiendo las instrucciones del Señor los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo orando en torno a Santa María hasta el día en que «vieron aparecer unas lenguas, como de fuego, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería» (Hech 2, 2-4). El Espíritu Santo es, por tanto, el gran protagonista de la evangelización.

Finalmente, si en Babel todos quedaron confundidos y sin poder comprenderse los unos a los otros al empezar a hablar en distintas lenguas, en Pentecostés sucede todo lo contrario: aunque venían de diversos pueblos y hablaban distintos idiomas, de pronto todos eran capaces de comprender a Pedro, porque lo escuchaban hablar cada cual en su propia lengua. El Espíritu Santo ha transformado la confusión en comunión. Él es la Persona divina que reconcilia, que une en una misma comunión y en un mismo Cuerpo a quienes son tan diversos entre sí.



domingo, 13 de mayo de 2018

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR


«Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación.”

El mandato explícito y misión de ir al mundo entero y proclamar el Evangelio a todas las naciones es una tarea que no podrán realizar con sus solas fuerzas, sino sólo con la fuerza del Espíritu divino. El Espíritu del Señor es el que enciende los corazones en el fuego del divino amor y los lanza al anuncio audaz, decidido, valiente. La evangelización, en ese sentido, tendrá como protagonista al Espíritu Santo que actúa en aquellos que humilde y decididamente cooperan con Él prestándole sus mentes, sus corazones y sus labios. Con la fuerza de lo Alto, los Apóstoles podrán encender otros corazones con ese mismo fuego de amor. El Espíritu Santo anima y conduce a la Iglesia en la tarea evangelizadora a lo largo de los siglos, hasta que el Señor vuelva en su gloria.

En la Ascensión misma contemplamos al Señor resucitado que victoriosamente asciende al Cielo. ¿Quién asciende al Cielo, sino Aquel que antes ha bajado del Cielo? La Ascensión al Cielo constituye el fin de la peregrinación del Verbo Encarnado en este mundo. La presencia visible del Señor Jesús «termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el Cielo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 659). La Ascensión, por la que el Señor deja el mundo y va al Padre, se integra en el misterio de la Encarnación, y es su momento conclusivo.

Aquel que se ha abajado se eleva a los Cielos llevando consigo una multitud de redimidos. Por ello la Ascensión es una fiesta de esperanza para toda la humanidad. Celebrar la Ascensión del Señor resucitado es confesar que Él es verdaderamente el Camino, la Verdad y la Vida que conducen al Padre, es repetir en el corazón alborozado que realmente vale la pena ser persona humana pues Dios, habiéndose hecho hombre, reconciliándonos por su muerte en Cruz, resucitando al tercer día y realizando una nueva Creación mediante el don de su Espíritu, por su Ascensión nos ha abierto finalmente el camino ascensional que conduce a la plena realización humana en participación de la Comunión Divina de Amor.

Luego de su Ascensión los Apóstoles se volvieron a Jerusalén en espera del acontecimiento anunciado y prometido. En el Cenáculo, unidos en común oración en torno a María, la Madre de Jesús, los discípulos preparan sus corazones aguardando la Promesa del Padre. En los Hechos de los Apóstoles San Lucas relata la vida y acción evangelizadora de la Iglesia primitiva a partir de la Ascensión. Este acontecimiento, junto con el don del Espíritu Santo el día de Pentecostés, marca el inicio del despliegue de la misión evangelizadora de la Iglesia.

http://evangeliodominical.org/

miércoles, 9 de mayo de 2018

DIOS EXISTE

Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos, entabló una amena conversación con la persona que le atendía.

Hablaban de muchas cosas y tocaron muchos temas. De pronto tocaron el tema de Dios, y el barbero dijo:

―Fíjese, caballero, que yo no creo que Dios exista, como usted dice.

―Pero, ¿por qué dice usted eso? preguntó el cliente.

―Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe; o dígame: ¿acaso, si Dios existiera, habría tantos enfermos, tanta gente hambrienta, tantas personas que sufren? Si Dios existiera no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad; yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.

El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión. El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Justo al salir, vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo; al parecer, hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado.

Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero.

―¿Sabe una cosa?: los barberos no existen.

―¿Cómo que no existen? preguntó el barbero: aquí estoy yo, y soy barbero.

―¡No! ―dijo el cliente― no existen porque, si existieran, no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.

―¡Ah!, los barberos sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí.

―¡Exacto! ―dijo el cliente― ese es el punto: Dios SÍ existe; lo que pasa es que las personas no van hacia Él y no le buscan. Por eso hay tanto dolor y miseria.



CUENTOS CRISTIANOS:UNA FUENTE DE ESPIRITUALIDAD
Laureano Benítez Grande-Caballero

domingo, 6 de mayo de 2018

VI DOMINGO DE PASCUA


«Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros”…/… »Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.” (Jn 15,9-17)

Hoy celebramos el último domingo antes de las solemnidades de la Ascensión y Pentecostés, que cierran la Pascua. Si a lo largo de estos domingos Jesús resucitado se nos ha manifestado como el Buen Pastor y la vid a quien hay que estar unido como los sarmientos, hoy nos abre de par en par su Corazón.

Naturalmente, en su Corazón sólo encontramos amor. Aquello que constituye el misterio más profundo de Dios es que es Amor. Todo lo que ha hecho desde la creación hasta la redención es por amor. Todo lo que espera de nosotros como respuesta a su acción es amor. Por esto, sus palabras resuenan hoy: «Permaneced en mi amor» (Jn 15,9). El amor pide reciprocidad, es como un diálogo que nos hace corresponder con un amor creciente a su amor primero.

Un fruto del amor es la alegría: «Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros» (Jn 15,11). Si nuestra vida no refleja la alegría de creer, si nos dejamos ahogar por las contrariedades sin ver que el Señor también está ahí presente y nos consuela, es porque no hemos conocido suficientemente a Jesús.

En los comienzos, Dios habla con Adán como un amigo habla con su amigo. Cristo, nuevo Adán, nos ha recuperado no solamente la amistad de antes, sino la intimidad con Dios, ya que Dios es Amor.

Todo se resume en esta palabra: “amar”. Nos lo recuerda san Agustín: «El Maestro bueno nos recomienda tan frecuentemente la caridad como el único mandamiento posible. Sin la caridad todas las otras buenas cualidades no sirven de nada. La caridad, en efecto, conduce al hombre necesariamente a todas las otras virtudes que lo hacen bueno».