Con la fiesta del Bautismo del
Señor se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del
tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento
más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción
por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél
que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es
la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos
quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo.
La manifestación de Jesús como el
Hijo amado de Dios ocurrió cuando, una vez bautizado, se abrió el cielo y el
Espíritu Santo se posó sobre Él como una paloma, que viene a darnos la
salvación (1ª lec). Se manifiesta Jesús así como el Cristo, el Ungido por Dios
con la fuerza del Espíritu, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos
por el diablo, porque Dios estaba con Él (2ª lec). También se manifiesta como
hombre, Él, el único santo, en la fila de los pecadores para ser bautizado. Con
su bautismo, Jesús instituye nuestro bautismo, cuya agua nos da la gracia del
Espíritu Santo por el que somos hijos de Dios.
El Bautismo de Jesús se enmarca
en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río
por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por
la penitencia y el perdón de los pecados y marca ese momento trascendental, de
cambio, que determina el futuro de Jesús. Antes de su bautismo, es seguro que
Jesús se dedicó muy seriamente a pensar en su vida, en su misión. Cuando lo vio
claro, entonces se decidió. Se presentó a Juan y se hizo bautizar. Y del mismo
cielo le llegó la confirmación de su misión: “Tú eres mi Hijo, el amado”. A
partir de entonces su vida dio un vuelco total.
En su bautismo, Jesús vio
claramente su vocación: servir a Dios y al pueblo. En nuestro bautismo nosotros
también recibimos nuestra vocación, la misma de Jesús, aunque a nuestra pequeña
escala. Que todos y cada uno de nosotros nos convirtamos en siervos fieles y en
hijas e hijos amados del Padre, siendo siempre humildes siervos de los hermanos
que nos rodean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario