Epifanía se traduce
literalmente por “manifestación”. En el griego antiguo epifaneia y
los términos afines significaban, en su sentido religioso, la aparición visible
o manifestación de una divinidad que traía la salud para el pueblo. Los
cristianos aplicaron este término a la manifestación salvadora del Hijo de
Dios.
En Jesucristo Dios se ha
manifestado al mundo para salvar a su pueblo y a la humanidad entera. Su venida
había sido anunciada desde antiguo en las Sagradas Escrituras. Su nacimiento
sería “proclamado” por una estrella, y Él sería Rey de Israel: «de Jacob avanza
una estrella, un cetro surge de Israel» (Núm 24, 17).
El lugar de su nacimiento estaba
también profetizado: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades
de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”»
Una brillante estrella anunció y
señaló el lugar del nacimiento del Rey-Salvador. Entonces «unos magos de
oriente», al ver su brillo intenso, se pusieron en marcha cargados de riquezas
para ofrecerlos a este Rey. Ellos representan a los pueblos del orbe entero,
son los que “inundan” la ciudad santa con «una multitud de camellos, de
dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro,
y proclamando las alabanzas del Señor» (1ª lec).
Los cristianos han representado a
los magos de oriente como reyes, probablemente por influencia de la profecía de
Isaías. Que sean “tres reyes magos” se debe al mismo número de regalos que le
ofrecen al Niño: oro, incienso y mirra. Muchos Padres de la Iglesia han querido
descubrir un valor simbólico en los regalos. En el ofrecimiento del oro se
suele ver el reconocimiento a la dignidad de su realeza; en el incienso, por su
carácter sutil, un reconocimiento de la divinidad de Jesús; y en el
ofrecimiento de la mirra un reconocimiento de la humanidad de Cristo. Los
nombres atribuidos a los tres Reyes-Magos, de Melchor, Gaspar y Baltasar,
aparecen recién en el siglo VIII.
Hoy se nos revela, por la
estrella que guio a los Magos de Oriente hasta Cristo, que la salvación no es
solo para los judíos sino también para todo el mundo. En la adoración de los
Magos se cumple la profecía de Isaías: ”La gloria del Señor amanece sobre ti.
Caminaran los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora” (1ª lec).
La estrella simboliza la luz de la fe. Hoy en Cristo, para la luz de los
pueblos, se revela el misterio de nuestra salvación, pues al manifestarse
Cristo en nuestra carne mortal, hemos sido hechos partícipes de la gloria de su
inmortalidad. Llevemos a todo el mundo la luz de Cristo, que nos salva,
anunciando su Evangelio.
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