Las personas y los pueblos a
veces se sienten dominados por el miedo, por el temor. Sentimos miedo ante lo
desconocido. En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a cambiar de actitud.
Invitó a los apóstoles, que eran los que escucharon sus palabras en aquel
momento, a que fuesen por los pueblos y ciudades de Palestina a anunciar el
Reino de Dios sin miedo, aunque Jesús les dijo muy claramente que podían morir
incluso. Pero que no hay que tener miedo a los que pueden matar el cuerpo pero
no el alma. Porque el Padre del cielo estaba de su parte.
Nos puede parecer que es un
mensaje duro y difícil de vivir en la práctica. Todos tenemos miedo a algo,
pero quizá más que todo tenemos miedo a la muerte. Pero Jesús nos invita a
situarnos en una perspectiva diferente. ¿Qué es la muerte sino el paso
necesario para encontrarse con Dios, nuestro Padre? Él nos está esperando con
los brazos abiertos. Además siendo él nuestro Padre, no dejará que nos suceda
nada malo. Hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados.
Al final,
todos nos tendremos que enfrentar al momento de la muerte por mucho que no nos
guste hablar de ello. Lo que Jesús nos invita es a vivir ese momento con la
confianza puesta en Dios. Ese momento y toda nuestra vida. Porque así viviremos
de un modo diverso. Con una actitud diferente. Sentiremos la alegría de vivir y
disfrutar de este inmenso regalo que Dios nos ha hecho. Cada uno de sus minutos
y segundos. Y comunicaremos a los que viven cerca de nosotros esa alegría y esa
confianza. Tendremos fuerza para luchar con las dificultades que nos vayamos
encontrando, porque Dios, estamos convencidos, está con nosotros.
Eso fue lo
que Jesús dijo a los discípulos. No debían tener miedo porque Dios Padre estaba
con ellos. Y porque difícilmente se puede anunciar un mensaje tan alegre como
el del Reino si el que lo anuncia vive atemorizado. Hoy somos nosotros los
portadores de ese mensaje. Y nadie nos creerá si no nos ve vivir con alegría y
confianza. Porque sabemos que nuestra alegría y nuestra confianza se apoyan en
Dios mismo. Esa es la verdadera alegría. La eucaristía de cada domingo nos
recuerda que Dios está con nosotros, que no nos abandona y que se hace alimento
para nuestra vida. Para que encontremos la verdadera alegría y perdamos el
temor.
FELIZ DOMINGO
https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2020-06-21
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