El evangelio de hoy nos proclama
un milagro de Jesús: la multiplicación de los panes. Es el mismo Jesús que nos
pide que les demos de comer a las personas. Eso es un signo del Reino: la
solidaridad. Se trata no solo de compartir nuestro pan, sino también nuestros
conocimientos, medicinas, la vida misma. El Reino de Dios es compartir y no
acumular. Y Jesús nos muestra lo mucho que desea involucrarnos en su trabajo de
redención.
Él, que ha creado el cielo y la
tierra de la nada, hubiese podido —de igual forma— haber fácilmente creado un
opíparo banquete para saciar a aquella multitud. Pero prefirió hacer el milagro
partiendo de lo único que sus discípulos podían entregarle. «Si aquí no tenemos
más que cinco panes y dos peces», le dijeron. «Traédmelos», les respondió Jesús.
Y el Señor llevó a cabo la multiplicación de tan exiguo recurso para dar de
comer a unas 5000 familias.
El Señor procedió de igual forma
en el festín de las bodas de Caná. Él, que creó todos los mares, podía
fácilmente haber llenado con el vino más selecto aquellas tinajas de más de 100
litros, partiendo de cero. Pero, de nuevo, prefirió involucrar a sus criaturas
en el milagro, haciendo que, primero, llenasen los recipientes de agua.
Y, el mismo principio, podemos
apreciarlo en la celebración de la Eucaristía. Jesús empieza no de la nada, ni
tampoco de cereales o de uvas, sino del pan y del vino, que ya conllevan en sí
el trabajo de manos humanas.
Hoy, el Señor nos pide a
nosotros, sus modernos discípulos, que “demos a las multitudes algo de comer”.
No importa lo mucho o poco que tengamos: démoslo al Señor y dejemos que Él
continúe a partir de ahí.
FELIZ DOMINGO
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