En el Evangelio de hoy, encontramos las normas de comportamiento básicas de una comunidad cristiana: perdón, comprensión, solidaridad. Hoy aparece lo que se ha llamado la corrección fraterna, el tema del perdón de los pecados en el seno de la comunidad, y el valor de la oración común.
La
corrección fraterna es muy importante, porque todos somos pecadores, y tenemos
un cierto derecho a nuestra intimidad. Pero se trata de pecados graves que afectan
a la comunión, y para ello se debe seguir una praxis de admonición, con necesidad
de testigos, para que nadie sea expulsado de la comunidad sin una verdadera
pedagogía de caridad y de comprensión. El poder de «atar y desatar» que se
confería a Pedro, completa lo que allí se dijo: es en la comunidad donde tiene
todo sentido el perdón de los pecados. Eso exige dar oportunidades, para que no
sea el puritanismo lo específico de una comunidad, como muchas lo han
pretendido a lo largo de la historia de la Iglesia. ¡No! No es el puritanismo
lo esencial, aunque nuestro texto se resiente de ello, sino ofrecer a los que
se han equivocado e incluso ofendido a la comunidad, la oportunidad nueva de
integrarse solidaria y fraternalmente en ella. Si leemos el texto en clave
disciplinar y jurídica, entonces habremos rebajado mucho el valor evangélico de
la comunidad.
De
la misma manera, la oración común enriquece sobremanera nuestra oración
personal. Eso no excluye la necesidad de que tengamos experiencias de perdón y
de oración personales, pero hay más sentido cuando todo ello se integra en la
comunidad. La religión enriquece la dimensión social de la persona humana. Sin
duda que estos aspectos tienen otros matices e interpretaciones, pero la dimensión
comunitaria es la más rica en consecuencias.
Fray
Miguel de Burgos Núñez
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