domingo, 6 de septiembre de 2020

DOMINGO XXIII DEL ORDINARIO " DONDE DOS O TRES SE REÚNEN EN MI NOMBRE..."

 

En el Evangelio de hoy, encontramos las normas de comportamiento básicas de una comunidad cris­tiana: perdón, comprensión, solidaridad. Hoy aparece lo que se ha llamado la corrección fraterna, el tema del per­dón de los pecados en el seno de la comunidad, y el valor de la oración común.

La corrección fraterna es muy importante, porque todos somos pecadores, y tenemos un cierto derecho a nuestra intimidad. Pero se trata de pecados graves que afec­tan a la comunión, y para ello se debe seguir una praxis de admonición, con ne­cesidad de testigos, para que nadie sea expulsado de la comunidad sin una ver­dadera pedagogía de caridad y de comprensión. El poder de «atar y desatar» que se confería a Pedro, completa lo que allí se dijo: es en la comunidad donde tiene todo sentido el perdón de los pecados. Eso exige dar oportunidades, para que no sea el puritanismo lo específico de una comunidad, como muchas lo han pretendido a lo largo de la historia de la Iglesia. ¡No! No es el puritanismo lo esencial, aunque nuestro texto se resiente de ello, sino ofrecer a los que se han equivocado e incluso ofendido a la comunidad, la oportunidad nueva de integrarse solidaria y fraternalmente en ella. Si leemos el texto en clave disciplinar y jurídica, entonces habremos rebajado mucho el valor evangélico de la comunidad.

De la misma manera, la oración común enriquece sobremanera nuestra oración personal. Eso no excluye la necesidad de que tengamos experiencias de perdón y de oración personales, pero hay más sentido cuando todo ello se integra en la comunidad. La religión enriquece la dimensión social de la persona humana. Sin duda que estos aspectos tienen otros matices e interpretaciones, pero la dimen­sión comunitaria es la más rica en consecuencias.

Fray Miguel de Burgos Núñez

 

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