El evangelio de hoy nos enseña a todos los cristianos aquello por lo que debemos ser reconocidos en el mundo. La parábola del "siervo despiadado" (es un poco contradictorio eso de ser siervo, y despiadado) es una genuina parábola de Jesús, que hace preguntar a Pedro, con objeto de dejar claro a los cristianos, que el perdón no tiene medida. El perdón cuantitativo es como una miseria; el perdón cualitativo, infinito. Setenta veces siete es un elemento enfático para decir que no hay que contar las veces que se ha de perdonar. Dios, desde luego, no lo hace.
La
lectura de la parábola nos hará comprender sobradamente toda la significación
de la misma; es tan clara, tan meridiana, que casi parece imposible, no
solamente que alguien deje de entenderla, sino que alguien tenga una conducta
semejante a la del siervo liberado un instante antes de su muerte por las
súplicas ante su señor. Es desproporcionada la deuda del siervo con su señor,
respecto de la de siervo a siervo (diez mil talentos, es una fortuna, en
relación a cien denarios). Sabemos que en esta parábola se quiere hablar de
Dios y de cómo se compadece ante las súplicas de sus hijos. ¿Por qué? porque es
tan misericordioso, perdonando algo equivalente a lo infinito, que parece casi
imposible que un siervo pueda deberle tanto. Efectivamente, todo es
desproporcionado en esta parábola, y por eso podemos hablar de la parábola de
la "desproporción". Por medio está el verbo "tener piedad".
Cuando la parábola llega a su fin, todo queda más claro que el agua.
Es
una parábola de perplejidades y nos muestra que los hombres somos más duros los
unos con los otros que el mismo Dios. Es más normal que los reyes y los amos no
tengan esa piedad que muestra el rey de esta parábola con sus siervos. Es
intencionada la elección de los personajes. En realidad, en la parábola se
quiere poner el ejemplo del rey; ese es el personaje central, y no los siervos.
Y ya, desde los Santos Padres, se ha visto que el rey 'quiere representar a
Dios. El siervo despiadado se arrastra hasta lo inconcebible con tal de salvar
su vida; es lógico. ¿No podría haber sido él un rey perdonando a alguien como
él, a su compañero de fatigas y de deudas?
Los
que están en la misma escala deberían ser más solidarios. Pero no es así en
esta parábola. El núcleo de la misma es la dureza de corazón que revelamos
frecuentemente en nuestras vidas. Y es una desgracia ser duros de corazón.
Somos comprensivos con nosotros mismos, y así queremos y así exigimos que sea
Dios con nosotros, pero no hacemos lo mismo con los otros hermanos. ¿Por qué?
Porque somos tardos a la misericordia. Por eso, el famoso "olvido,
pero no perdono" no es ni divino ni evangélico. Es, por el contrario,
el empobrecimiento más grande del corazón y del alma humana, porque en ese
caso, más sentido podía tener "perdono, pero no olvido", aunque
tampoco sería, desde el punto de vista psicológico, una buena terapia para el
ser humano. Lo mejor, no obstante, sería perdonar y olvidar, por este orden.
Fray Miguel de Burgos Núñez
FELIZ DOMINGO
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