Se hacía difícil para los judíos
escuchar a Jesús. La oferta era ciertamente atractiva, pero les sacaba
totalmente de los caminos trillados a que se habían acostumbrado. Frente a
Jesús ya no eran los que conocían la ley. Tampoco podían presentar mérito ninguno.
Simplemente tenían que aceptar lo que Jesús decía. Seguir a Jesús de verdad
exige siempre dejarlo todo y ponerse en sus manos. Hay que abrirse a la acción
de Dios que nos guía por caminos insospechados.
A lo largo
de su vida pública Jesús se encontraría más de una vez con el rechazo de parte
de los que le escuchaban. No sólo eso. Más de una vez también, aquellos que él
había elegido para seguirle, se separarían del grupo para volver atrás, a su
mundo, a sus ocupaciones habituales. Se les hacía difícil caminar con Jesús,
seguir su ritmo. Ciertamente, su palabra y su estilo de vida, su predicación,
era atrayente, pero era también muy exigente. Y detrás habían dejado la pequeña
seguridad de sus casas y sus trabajos, de sus familias y sus gentes, su mundo,
su hogar.
El Evangelio
de hoy nos pone delante una de estas situaciones de crisis en el mismo grupo de
Jesús. Dice expresamente que “muchos discípulos suyos se echaron atrás y no
volvieron a ir con él”. Pero también nos ofrece la respuesta valiente de
algunos otros. Ciertamente ni unos ni otros sabían con seguridad cuál sería el
final del camino. Pero los que decidieron quedarse estaban seguros de que Jesús
tenía palabras de vida eterna. Su novedad les había deslumbrado de tal manera
que valía la pena dejar cualquier cosa por seguirle. Fue Pedro, como otras
veces, el encargado de responder en nombre del grupo. “Señor, ¿a quién vamos a
acudir?” Sus palabras fueron solemnes, pero detrás de ellas se esconde un largo
proceso de dudas y vacilaciones, pasos adelante y pasos atrás. Recordemos que
éste es el mismo Pedro que negaría a Jesús tres veces durante la Pasión. Y que,
mientras tanto, los demás discípulos habían huido.
Para
nosotros, es importante recordar estas palabras de Pedro. En los momentos de
dificultad y vacilación, cuando sentimos la tentación de abandonar a Jesús, de
dejar la comunidad, de entregarnos a una vida cómoda y descomprometida, cuando
todo se nos hace cuesta arriba, estas palabras se pueden convertir en nuestra
oración: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” Seguro
que en ellas y en la gracia de Dios encontramos la fuerza para volver a
empezar.
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