El pan
del alma es Cristo, «el pan vivo bajado del cielo» (Jn 6,51) que alimenta a los
suyos, ahora a través de la fe, y por la visión en el mundo futuro. Porque
Cristo habita en ti por la fe, y la fe en Cristo es Cristo en tu corazón (Ef
3,17). Posees a Cristo en la medida que tú crees en él.
Y en verdad Cristo es un solo pan, «porque no hay más
que un solo Señor, una sola fe» (Ef 4,5) para todos los creyentes aunque del
mismo don de la fe unos reciban más y otros menos... Así como la verdad es una,
así también una sola fe en la verdad es la única guía y alimento para los
creyentes, y «el mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno
en particular como a él le parece» (1C 12,11).
Así pues,
vivimos todos del mismo pan y cada uno recibe su parte; y sin embargo Cristo
está todo entero para todos, excepto para los que rompen la unidad... En el don
que yo recibo poseo a Cristo entero y Cristo me posee todo entero, igual que el
miembro que pertenece al cuerpo entero posee, a cambio, al cuerpo entero. Esta
porción de fe que tú has recibido compartiéndola con los demás es como el trozo
pequeño de pan que tienes en tu boca. Pero si tú no meditas de manera frecuente
y piadosa eso que crees, si no lo masticas, esto es, triturándolo y pasándolo
de nuevo por los dientes, es decir, por los sentidos de tu espíritu, no pasará
de tu garganta, es decir, no llegará hasta tu inteligencia. Pues, en efecto,
¿cómo podrás comprender bien lo que raramente y con negligencia meditas, sobre
todo tratándose de una cosa tenue e invisible?... Que por la meditación, pues,
«la Ley del Señor esté siempre en tu boca» (Ex, 3,9) a fin de que en ti nazca
la buena inteligencia de estas cosas. A través de la buena comprensión el
alimento espiritual llega hasta tu corazón, para que aprecies lo que has
comprendido y lo recojas con amor.
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