El evangelio del día nos lleva a
lo que se ha llamado, con razón, el corazón del evangelio de Lucas. Tres
parábolas componen este capítulo. Las dos parábolas “gemelas” (de
la oveja y la dracma perdidas, respectivamente), que preceden a la del hijo
pródigo (que debería llamarse del padre misericordioso), vienen a introducir el
tema de la generosidad y misericordia de Dios con los pecadores y abandonados. En
las dos narraciones, la del pastor que busca a su oveja perdida (una frente a
noventa y nueva) y la de la mujer que por una moneda perdida (que no vale casi
nada), pone patas arriba toda la casa hasta encontrarla, se pone de manifiesto
una cosa: la alegría por el encuentro. Estas parábolas, junto a la gran
parábola del padre y sus dos hijos, intentan contradecir muchos comportamientos
que parecen legales o religiosos, e incluso lógicos, pero que ni siquiera son
humanos. El Reino de Dios llega por Jesús a todos, pero muy especialmente a los
que no tienen oportunidad de ser algo. Jesús, con su comportamiento, y con este
tipo de predicación profética en parábolas, trasmite los criterios de Dios. Los
que se escandalizan, pues, no entienden de generosidad y misericordia.
Comienza todo con esa afirmación:
“se acercaba a él todos los publicanos y pecadores”. También merece la pena
tener en cuenta para qué: “para escucharle”. Escuchar a Jesús, para aquellos
que todo lo tienen perdido, debe ser una delicia. También se acercaban, como es
lógico, los escribas de los fariseos, pero para “espiar”. Serían éstos, los que
escuchaban, pero no podían entender, porque su corazón estaba cerrado al nuevo
acontecimiento del Reino que Jesús anunciaba en nombre de su Dios, el Dios de
Israel. No debemos olvidar que en las tres parábolas se quiere hablar
expresamente del Dios de Jesús. Por tanto, no solamente en la parábola del
padre de los dos hijos (entre ellos el pródigo), sino también en la del pastor
y en la de la pobre mujer que pierde su dracma.
Así, pues, se acercaban a él,
para escucharlo, los publicanos y pecadores, porque Jesús les presentaba a un
Dios del que no les hablaban los escribas y doctores de la ley. Un Dios que
siente una inmensa alegría cuando recupera a los perdidos es un Dios del que
pueden fiarse todos los hombres. Un Dios que se preocupa personalmente de cada
uno (como es una oveja o una dracma) es un Dios que merece confianza. El Dios
de la religión oficial siempre ha sido un Dios sin corazón, sin entrañas, sin
misericordia, sin poder entender las razones por las cuales alguien se ha
perdido o se ha desviado. Es curioso que eso lo tengan que hacer ahora las
terapias psicológicas y no esté presente en la experiencia religiosa oficial. No
se trata de decir que Dios ama más a los malos que a los buenos. Eso sería una
infamia de un fundamentalismo religioso irracional. Lo que Dios hace, según
Jesús, según el evangelista Lucas, es comprender por qué. La terapia del reino
debería ser la clave del cristianismo. Y la mejor manera para abandonar la vida
sin sentido no es hablar de un Dios inmisericorde, sino del Dios real de Jesús
que espera siempre sentir alegría por la vuelta, por la recomposición de la
existencia y de la dignidad personal.
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