La comparación que nos
ofrece el Evangelio de hoy nos sitúa ante dos realidades bien diferentes,
opuestas y separadas. De un lado está el aprisco. Es el lugar donde se guarda a
las ovejas. Allí encuentran refugio frente al frío y el alimento necesario
además de protección contra los animales dañinos. Fuera del aprisco es precisamente
el lugar donde están esos animales. Fuera del aprisco no hay comida. Fuera del
aprisco el frío puede ser mortal. Fuera del aprisco las ovejas están a la
intemperie. El lobo amenaza. Nada hay seguro ahí afuera. Pero la comparación de
Jesús no se centra ni en los peligros de fuera ni en las comodidades de dentro
sino en la puerta. La puerta es el paso obligado por el que las ovejas han de
pasar para entrar en el aprisco. Jesús afirma que él es la puerta o, también,
que es el dueño de las ovejas. Conoce a cada una por su nombre. Las cuida, las
alimenta, las protege. En oposición al ladrón, que salta la valla y sólo entra
para robar y matar, Jesús ofrece a las ovejas vida y vida abundante.
Toda la
comparación se basa, más allá de la imagen concreta, en la contraposición entre
vida y muerte. Seguir a Jesús, acercarse a él, la puerta, es encontrarse con la
vida. No entrar por esa puerta es quedarse afuera, aislado en medio de los
peligros y amenazas. No entrar supone quedarse del lado de la muerte.
Pero, ¿qué
significa para nosotros hoy entrar por la puerta que es Jesús? Alguno podría
pensar que la única solución para alejarse de los peligros de los que, según
dicen algunos, está lleno el mundo sería pasar todo el día metido en la
Iglesia. Ese sería el lugar seguro. Pero se equivoca el que piensa así. Jesús
deja bien claro que “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá
entrar y salir, y encontrará pastos”.
Parece claro
que entrar por la puerta que es Jesús, encontrarse con él, dejar que sea
nuestro único señor, cambia la vida de la persona. No es que cambie el lugar
donde la persona tiene que vivir. Lo que cambia es la persona y su forma de
relacionarse con el mundo. Tras pasar por la puerta que es Jesús, la persona
puede entrar y salir. El mundo ya no es un lugar amenazador y lleno de
peligros. Todo el mundo se ha convertido en un aprisco seguro donde puede
encontrar pastos y vida. Teniendo a Jesús como pastor, podemos salir del
aprisco con confianza, podemos mirar la realidad de otra manera. Sin miedo. La
presencia del Resucitado llena el mundo y hace que las personas tengan vida y
vida abundante. Con Jesús el cristiano no tiene miedo a nada ni a nadie y su
misma presencia en medio del mundo es portadora de salvación para ese mundo.
FELIZ DOMINGO
https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2020-05-03
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