Para todo cristiano que quiera
vivir seriamente su fe, Emaús ha sido en algún momento de su vida el destino de
sus pasos. ¿Quién no ha sentido el fracaso en su vida? ¿Quién no ha tenido la
tentación de dejarlo todo y de buscar otros caminos? Son muchas las razones que
nos han podido llevar a querer abandonar, a dejar Jerusalén, para buscarnos un
lugar más cómodo y menos comprometido para vivir. Pero, y ésa es también una
experiencia común, de algún modo en el camino de Emaús nos hemos encontrado con
el Señor, hemos sentido que nuestro corazón ardía con su Palabra y le hemos
terminado reconociendo al partir el pan. Y hemos vuelto a Jerusalén.
La historia de los discípulos
que, desesperanzados, dejan Jerusalén y se vuelven a sus casas es nuestra
historia. Cada uno podría contar su propia experiencia. Las veces que hemos
experimentado el desamor, el egoísmo, incluso la traición, y totalmente
abatidos hemos pensado que lo mejor era abandonar, retirarnos, dejarlo todo.
Nos hemos dicho: “¡Qué luchen los otros, yo ya he tenido bastante!” Pero
también podemos contar cómo en ese mismo camino del abandono, del dejarlo todo,
nos hemos encontrado con la fuerza que nos ha invitado a empezar de nuevo, a
volver a Jerusalén y creer que, con la ayuda del Señor, todo es posible. Muchos
matrimonios han vuelto así a vivir con renovada ilusión su amor, muchos
cristianos han descubierto de esa manera la fuerza y el poder de la oración,
muchos que no esperaban ya nada de la vida se han levantado y han vuelto a
caminar.
El camino de Jerusalén a Emaús y
de Emaús a Jerusalén es, pues, nuestro mismo camino. Pero hay algunos elementos
en este relato que nos pueden ayudar a reconocer mejor a Jesús en nuestros
próximos Emaús –los momentos de abandono, de huida, de pocos ánimos–, que
vendrán. Primero, hay que estar atentos a los caminantes desconocidos. En
ellos, puede estar presente el Señor. De ellos nos puede llegar la Palabra que
ilumine nuestro corazón, que lo haga arder con nueva ilusión.
Segundo, la Eucaristía es el
momento privilegiado para reconocer al Señor y descubrir el sentido de nuestra
vida como cristianos. En torno al altar nos sabemos hermanos que compartimos el
mismo pan. No en vano el momento de partir el pan fue cuando a los discípulos
se les abrieron los ojos y lo reconocieron. ¿No tenemos muchos de nosotros una
experiencia parecida de la Eucaristía?
Y, tercero, no hay que tener
miedo en compartir con los demás nuestras experiencias de Emaús tal y como
hicieron estos dos discípulos. Todos estamos en camino y todos experimentamos
cansancio, desilusión y desesperanza. Quizá, en más de una ocasión, simplemente
compartiendo nuestra experiencia y ayudando al que está cansado y a punto de
abandonar, podemos ser el caminante desconocido que ilusione de nuevo el
corazón de un hombre o de una mujer. ¿No es eso ser misionero?
FELIZ DOMINGO
https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2020-04-26
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