domingo, 12 de julio de 2020

DOMINGO XV DEL ORDINARIO "EL QUE TENGA OÍDOS QUE OIGA"


Hoy consideramos la parábola del sembrador. Tiene una fuerza y un encanto especiales porque es palabra del propio Señor Jesús.

El mensaje es claro: Dios es generoso sembrando, pero la concreción de los frutos de su siembra dependen también —y a la vez— de nuestra libre correspondencia. Que el fruto depende de la tierra donde cae es algo que la experiencia de todos los días nos lo confirma.

La experiencia nos dice que bastantes hermanos llegan a las celebraciones en medio de la Liturgia de la Palabra, y mientras se centran y prestan atención... se les ha escapado esa Palabra. O la han escuchado, pero no se les ha quedado casi nada. O no la entienden en su mayor parte (no es un libro fácil, la verdad). La Liturgia de la Palabra parece como una especie de «introducción» a la parte «importante» de la Misa. Pocos son los que se toman el trabajo de repasarla antes o después en casa, o tenerla en cuenta a lo largo de la semana. A menudo quienes salen a leerla no se la han preparado adecuadamente para leerlas con un mínimo de corrección: cualquier espontáneo, vale. Y, también hay que decirlo, las homilías no siempre se preparan estudiando y orando el texto y no ayudan lo que debieran a comprender y aterrizar esa Palabra.

Es verdad que se ha reducido enormemente nuestra capacidad de escucha: tanta verborrea, tanto estímulos visuales y auditivos, tantos mensajes, tanta indigerible información... nos embotan. Y nuestras agendas superocupadas apenas tienen sitio para una reflexión serena sobre la propia vida, los acontecimientos...

Pero fijémonos en las disposiciones del terreno que recibe la semilla, tal como las describe Jesús, para entender por qué la poderosa Palabra de Dios... puede quedar estéril: 

•  Existe el corazón duro. El terreno, a base de pisarlo y pisotearlo, se va endureciendo, y no hay manera de que pueda recibir la semilla y el agua que la haría germinar. Y esto ocurre cuando el ambiente social, otros valores, otros intereses, otras voces... van machacando y anulando una tierra que habría podido producir algo. Pero queda «uniformada», la semilla rebota, no nos dice nada, no la entendemos, no va con nosotros, acaba al borde del camino, fuera de nuestra vida. Y la semilla «nos la roban» sin que nos demos por enterados. Es la pasividad y la indiferencia ante la semilla. No me interesa.

• Está también el corazón inconstante, De primeras se ilusiona, tiene sinceras ganas de cambiar, de mejorar, de tomarse las cosas en serio... Pero si no dispone de «medios», herramientas concretas que mantengan esa ilusión... al poco tiempo estamos como antes. Después de estos confinamientos que nos han venido encima, hay quienes se han replanteado muchas cosas de su vida, quieren vivir de otra manera. Pero si no concretan y escalonan unos objetivos, si no miden sus fuerzas, si no buscan algún tipo de acompañamiento espiritual y algunos apoyos necesarios... esa sincera ilusión acaba en desánimo, y vuelven tristes a lo de siempre.

•  También hay corazones llenos de abrojos, de hierbajos, de malas hierbas, terrenos superficiales que se dejan enredar más de la cuenta por asuntos cotidianos, por valores y estilos de vida incompatibles con el Evangelio de Jesús, que ahogan el trigo bueno. Jesús subraya expresamente la seducción de las riquezas. Pero también ciertas ideologías políticas, filosóficas, e incluso teológicas... filtran tanto la semilla, la condicionan tanto... que es imposible que eche raíces y produzca nada. Y esos estilos de vida acelerados, superocupados, atolondrados....

•  Por último, el corazón bueno capaz de producir ciento, sesenta o treinta por uno. Es el terreno que hace un sano ejercicio de «ecología auditiva» para no dejarse atontar con tantos ruidos. Que presta atención a la Palabra que Dios le dirige personal y comunitariamente, que está en disposición de ir cambiando lo necesario, que busca espacios de silencio, que hace con frecuencia su examen de conciencia descubriendo retos, procurando hacer crecer sus talentos, que «abona» su vida de fe y se arrima a otros que también intentan crecer, construyendo el Reino con ellos. Puede que no sean muchos, pero no tienen que desanimarse por ello: el Reino no es cuestión de números, de multitudes, de grandes medios... sino de que cada cual produzca lo que pueda: cien... o treinta. Lo que pueda. El sembrador, por su parte, no deja cada día de depositar en nosotros nuevas semillas... y tarde o temprano brotan.

«No todos estamos llamados al martirio, ciertamente, pero sí a alcanzar la perfección cristiana. Pero la virtud exige una fuerza que (…) pide una obra larga y muy diligente, y que no hemos de interrumpir nunca, hasta morir. De manera que esto puede ser denominado como un martirio lento y continuado» (Pío XII).

FELIZ DOMINGO

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