Hoy consideramos la parábola del
sembrador. Tiene una fuerza y un encanto especiales porque es palabra del
propio Señor Jesús.
El mensaje es claro: Dios es
generoso sembrando, pero la concreción de los frutos de su siembra dependen
también —y a la vez— de nuestra libre correspondencia. Que el fruto depende de
la tierra donde cae es algo que la experiencia de todos los días nos lo
confirma.
La experiencia nos dice que
bastantes hermanos llegan a las celebraciones en medio de la Liturgia de la
Palabra, y mientras se centran y prestan atención... se les ha escapado esa
Palabra. O la han escuchado, pero no se les ha quedado casi nada. O no la
entienden en su mayor parte (no es un libro fácil, la verdad). La Liturgia de
la Palabra parece como una especie de «introducción» a la parte «importante» de
la Misa. Pocos son los que se toman el trabajo de repasarla antes o después en
casa, o tenerla en cuenta a lo largo de la semana. A menudo quienes salen a
leerla no se la han preparado adecuadamente para leerlas con un mínimo de
corrección: cualquier espontáneo, vale. Y, también hay que decirlo, las
homilías no siempre se preparan estudiando y orando el texto y no ayudan lo que
debieran a comprender y aterrizar esa Palabra.
Es verdad que se ha reducido
enormemente nuestra capacidad de escucha: tanta verborrea, tanto estímulos
visuales y auditivos, tantos mensajes, tanta indigerible información... nos
embotan. Y nuestras agendas superocupadas apenas tienen sitio para una
reflexión serena sobre la propia vida, los acontecimientos...
Pero fijémonos en las
disposiciones del terreno que recibe la semilla, tal como las describe Jesús,
para entender por qué la poderosa Palabra de Dios... puede quedar
estéril:
• Existe el corazón
duro. El terreno, a base de pisarlo y pisotearlo, se va endureciendo, y no hay
manera de que pueda recibir la semilla y el agua que la haría germinar. Y esto
ocurre cuando el ambiente social, otros valores, otros intereses, otras
voces... van machacando y anulando una tierra que habría podido producir algo.
Pero queda «uniformada», la semilla rebota, no nos dice nada, no la entendemos,
no va con nosotros, acaba al borde del camino, fuera de nuestra vida. Y la
semilla «nos la roban» sin que nos demos por enterados. Es la pasividad y la
indiferencia ante la semilla. No me interesa.
• Está también el corazón
inconstante, De primeras se ilusiona, tiene sinceras ganas de cambiar, de
mejorar, de tomarse las cosas en serio... Pero si no dispone de «medios»,
herramientas concretas que mantengan esa ilusión... al poco tiempo estamos como
antes. Después de estos confinamientos que nos han venido encima, hay quienes
se han replanteado muchas cosas de su vida, quieren vivir de otra manera. Pero
si no concretan y escalonan unos objetivos, si no miden sus fuerzas, si no
buscan algún tipo de acompañamiento espiritual y algunos apoyos necesarios...
esa sincera ilusión acaba en desánimo, y vuelven tristes a lo de siempre.
• También hay corazones
llenos de abrojos, de hierbajos, de malas hierbas, terrenos superficiales que
se dejan enredar más de la cuenta por asuntos cotidianos, por valores y estilos
de vida incompatibles con el Evangelio de Jesús, que ahogan el trigo bueno.
Jesús subraya expresamente la seducción de las riquezas. Pero también ciertas
ideologías políticas, filosóficas, e incluso teológicas... filtran tanto la
semilla, la condicionan tanto... que es imposible que eche raíces y produzca
nada. Y esos estilos de vida acelerados, superocupados, atolondrados....
• Por último, el
corazón bueno capaz de producir ciento, sesenta o treinta por uno. Es el
terreno que hace un sano ejercicio de «ecología auditiva» para no dejarse
atontar con tantos ruidos. Que presta atención a la Palabra que Dios le dirige
personal y comunitariamente, que está en disposición de ir cambiando lo
necesario, que busca espacios de silencio, que hace con frecuencia su examen de
conciencia descubriendo retos, procurando hacer crecer sus talentos, que
«abona» su vida de fe y se arrima a otros que también intentan crecer,
construyendo el Reino con ellos. Puede que no sean muchos, pero no tienen que
desanimarse por ello: el Reino no es cuestión de números, de multitudes, de
grandes medios... sino de que cada cual produzca lo que pueda: cien... o
treinta. Lo que pueda. El sembrador, por su parte, no deja cada día de
depositar en nosotros nuevas semillas... y tarde o temprano brotan.
«No todos estamos llamados al
martirio, ciertamente, pero sí a alcanzar la perfección cristiana. Pero la
virtud exige una fuerza que (…) pide una obra larga y muy diligente, y que no
hemos de interrumpir nunca, hasta morir. De manera que esto puede ser
denominado como un martirio lento y continuado» (Pío XII).
FELIZ DOMINGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario