«Como el Padre me amó, yo también
os he amado a vosotros”…/… »Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a
los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por
sus amigos.” (Jn 15,9-17)
Hoy celebramos el último domingo
antes de las solemnidades de la Ascensión y Pentecostés, que cierran la Pascua.
Si a lo largo de estos domingos Jesús resucitado se nos ha manifestado como el
Buen Pastor y la vid a quien hay que estar unido como los sarmientos, hoy nos
abre de par en par su Corazón.
Naturalmente, en su Corazón sólo
encontramos amor. Aquello que constituye el misterio más profundo de Dios es
que es Amor. Todo lo que ha hecho desde la creación hasta la redención es por
amor. Todo lo que espera de nosotros como respuesta a su acción es amor. Por
esto, sus palabras resuenan hoy: «Permaneced en mi amor» (Jn 15,9). El amor
pide reciprocidad, es como un diálogo que nos hace corresponder con un amor
creciente a su amor primero.
Un fruto del amor es la alegría: «Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros» (Jn 15,11). Si nuestra vida no refleja la alegría de creer, si nos dejamos ahogar por las contrariedades sin ver que el Señor también está ahí presente y nos consuela, es porque no hemos conocido suficientemente a Jesús.
Un fruto del amor es la alegría: «Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros» (Jn 15,11). Si nuestra vida no refleja la alegría de creer, si nos dejamos ahogar por las contrariedades sin ver que el Señor también está ahí presente y nos consuela, es porque no hemos conocido suficientemente a Jesús.
En los comienzos, Dios habla con
Adán como un amigo habla con su amigo. Cristo, nuevo Adán, nos ha recuperado no
solamente la amistad de antes, sino la intimidad con Dios, ya que Dios es Amor.
Todo se resume en esta palabra: “amar”. Nos lo recuerda san Agustín: «El Maestro bueno nos recomienda tan frecuentemente la caridad como el único mandamiento posible. Sin la caridad todas las otras buenas cualidades no sirven de nada. La caridad, en efecto, conduce al hombre necesariamente a todas las otras virtudes que lo hacen bueno».
Todo se resume en esta palabra: “amar”. Nos lo recuerda san Agustín: «El Maestro bueno nos recomienda tan frecuentemente la caridad como el único mandamiento posible. Sin la caridad todas las otras buenas cualidades no sirven de nada. La caridad, en efecto, conduce al hombre necesariamente a todas las otras virtudes que lo hacen bueno».
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