«Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la
creación.”
El mandato explícito y misión de
ir al mundo entero y proclamar el Evangelio a todas las naciones es una tarea
que no podrán realizar con sus solas fuerzas, sino sólo con la fuerza del
Espíritu divino. El Espíritu del Señor es el que enciende los corazones en el
fuego del divino amor y los lanza al anuncio audaz, decidido, valiente. La
evangelización, en ese sentido, tendrá como protagonista al Espíritu Santo que
actúa en aquellos que humilde y decididamente cooperan con Él prestándole sus
mentes, sus corazones y sus labios. Con la fuerza de lo Alto, los Apóstoles
podrán encender otros corazones con ese mismo fuego de amor. El Espíritu Santo
anima y conduce a la Iglesia en la tarea evangelizadora a lo largo de los
siglos, hasta que el Señor vuelva en su gloria.
En la Ascensión misma
contemplamos al Señor resucitado que victoriosamente asciende al Cielo. ¿Quién
asciende al Cielo, sino Aquel que antes ha bajado del Cielo? La Ascensión al
Cielo constituye el fin de la peregrinación del Verbo Encarnado en este mundo.
La presencia visible del Señor Jesús «termina con la entrada irreversible de su
humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el Cielo» (Catecismo
de la Iglesia Católica, 659). La Ascensión, por la que el Señor deja el mundo y
va al Padre, se integra en el misterio de la Encarnación, y es su momento
conclusivo.
Aquel que se ha abajado se eleva
a los Cielos llevando consigo una multitud de redimidos. Por ello la Ascensión
es una fiesta de esperanza para toda la humanidad. Celebrar la Ascensión del
Señor resucitado es confesar que Él es verdaderamente el Camino, la Verdad
y la Vida que conducen al Padre, es repetir en el corazón alborozado que
realmente vale la pena ser persona humana pues Dios, habiéndose hecho hombre,
reconciliándonos por su muerte en Cruz, resucitando al tercer día y realizando
una nueva Creación mediante el don de su Espíritu, por su Ascensión nos ha
abierto finalmente el camino ascensional que conduce a la plena realización
humana en participación de la Comunión Divina de Amor.
Luego de su Ascensión los
Apóstoles se volvieron a Jerusalén en espera del acontecimiento anunciado y
prometido. En el Cenáculo, unidos en común oración en torno a María, la Madre
de Jesús, los discípulos preparan sus corazones aguardando la Promesa del
Padre. En los Hechos de los Apóstoles San Lucas relata la vida y
acción evangelizadora de la Iglesia primitiva a partir de la Ascensión. Este
acontecimiento, junto con el don del Espíritu Santo el día de Pentecostés,
marca el inicio del despliegue de la misión evangelizadora de la Iglesia.
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