Jn 20,19-23: “Como el
Padre me ha enviado, así también los envío yo. Reciban el Espíritu Santo”
“Quedaron llenos del Espíritu
Santo y comenzaron a hablar”
731: El día de Pentecostés
(al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con
la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona
divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.(Catecismo de la Iglesia Católica)
La palabra griega pentecostés traducida
literalmente quiere decir: «fiesta del día cincuenta».
Antes de ser una fiesta cristiana
era una importante fiesta judía de origen agrícola. Los judíos la llamaban
también “fiesta de las semanas” o “fiesta de las primicias” pues en ella se
presentaban al Señor las primicias de los frutos cosechados siete semanas
después de haberse iniciado la siega. Se
celebraba cincuenta días después de la pascua judía.
San Lucas señala
que fue en la fiesta judía de Pentecostés cuando el Espíritu prometido por el
Señor Jesús fue enviado sobre los Apóstoles: «Cuando llegó el día de
Pentecostés, estaban todos los creyentes reunidos en un mismo lugar». Desde
entonces Pentecostés es, para los cristianos, la fiesta en la que se celebra el
envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo en torno a
Santa María, acontecimiento que tuvo lugar cincuenta días después de la
Resurrección del Señor Jesús.
Por medio del Espíritu Santo Dios
finalmente realiza la promesa de una nueva creación: «os daré un corazón nuevo,
infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de
piedra y os daré un corazón de carne.» (Ez 36,26) Por el Don del Espíritu
el creyente no sólo recibe un nuevo corazón, sino que además «el amor de Dios
ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado» (Rom 5,5). De este modo el hombre nuevo, fruto de una nueva creación
realizada por el Señor Resucitado, es capaz de amar como Cristo mismo, con sus
mismos amores: al Padre en el Espíritu, a María su Madre y a todos los hermanos
humanos.
Siguiendo las instrucciones del
Señor los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo orando en torno a Santa María
hasta el día en que «vieron aparecer unas lenguas, como de fuego, que se
repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y
empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el
Espíritu le sugería» (Hech 2, 2-4). El Espíritu Santo es, por tanto, el
gran protagonista de la evangelización.
Finalmente, si en Babel todos
quedaron confundidos y sin poder comprenderse los unos a los otros al empezar a
hablar en distintas lenguas, en Pentecostés sucede todo lo contrario: aunque
venían de diversos pueblos y hablaban distintos idiomas, de pronto todos eran
capaces de comprender a Pedro, porque lo escuchaban hablar cada cual en su
propia lengua. El Espíritu Santo ha transformado la confusión en comunión. Él
es la Persona divina que reconcilia, que une en una misma comunión y en un mismo
Cuerpo a quienes son tan diversos entre sí.
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