domingo, 20 de mayo de 2018

DOMINGO DE PENTECOSTÉS


Jn 20,19-23: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo. Reciban el Espíritu Santo”
“Quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar”

731: El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.(Catecismo de la Iglesia Católica)

La palabra griega pentecostés traducida literalmente quiere decir: «fiesta del día cincuenta».

Antes de ser una fiesta cristiana era una importante fiesta judía de origen agrícola. Los judíos la llamaban también “fiesta de las semanas” o “fiesta de las primicias” pues en ella se presentaban al Señor las primicias de los frutos cosechados siete semanas después de haberse iniciado la siega.  Se celebraba cincuenta días después de la pascua judía.

San Lucas  señala que fue en la fiesta judía de Pentecostés cuando el Espíritu prometido por el Señor Jesús fue enviado sobre los Apóstoles: «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos los creyentes reunidos en un mismo lugar». Desde entonces Pentecostés es, para los cristianos, la fiesta en la que se celebra el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo en torno a Santa María, acontecimiento que tuvo lugar cincuenta días después de la Resurrección del Señor Jesús.

Por medio del Espíritu Santo Dios finalmente realiza la promesa de una nueva creación: «os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.» (Ez 36,26) Por el Don del Espíritu el creyente no sólo recibe un nuevo corazón, sino que además «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5). De este modo el hombre nuevo, fruto de una nueva creación realizada por el Señor Resucitado, es capaz de amar como Cristo mismo, con sus mismos amores: al Padre en el Espíritu, a María su Madre y a todos los hermanos humanos.

Siguiendo las instrucciones del Señor los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo orando en torno a Santa María hasta el día en que «vieron aparecer unas lenguas, como de fuego, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería» (Hech 2, 2-4). El Espíritu Santo es, por tanto, el gran protagonista de la evangelización.

Finalmente, si en Babel todos quedaron confundidos y sin poder comprenderse los unos a los otros al empezar a hablar en distintas lenguas, en Pentecostés sucede todo lo contrario: aunque venían de diversos pueblos y hablaban distintos idiomas, de pronto todos eran capaces de comprender a Pedro, porque lo escuchaban hablar cada cual en su propia lengua. El Espíritu Santo ha transformado la confusión en comunión. Él es la Persona divina que reconcilia, que une en una misma comunión y en un mismo Cuerpo a quienes son tan diversos entre sí.



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