“Nada que entre de fuera puede
hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las
fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen
de dentro y hacen al hombre impuro.”
Dicen que las sociedades y grupos
humanos crean tradiciones cuando se sienten felices. Las tradiciones son
precisamente una forma de recordar y revivir esos momentos de felicidad, de
plenitud, de comunión. Son recuerdos y celebraciones de un pasado feliz, que,
gracias a de las tradiciones, van pasando de generación en generación.
Lo malo es
que a veces las tradiciones dejan de ser el recuerdo de un pasado feliz para
convertirse en algo que hay que hacer porque sí. Entonces pierden su sentido.
No son liberadoras. No nos ponen en conexión con nuestra historia, sino que nos
oprimen y nos obligan a hacer cosas de las que desconocemos su sentido y
razón.
En el
Evangelio de hoy, Jesús reprocha a los judíos precisamente el haber convertido
sus hermosas tradiciones en una pura ley que todos, sin excepción, se veían
obligados a cumplir. Es casi seguro que el lavarse las manos antes de la comida
era una forma de expresar que para el judío toda comida era en cierto sentido
un momento de comunión con el Dios que les había regalado la tierra que
habitaban y sus frutos. Pero con el tiempo se olvido el significado y quedó
sólo la norma, la tradición desnuda de sentido. Llegó a ser un mero rito
automático, un gesto sin sentido. Jesús les recuerda que el lavarse las manos
no puede ser más que un signo de una pureza más profunda: la pureza de corazón.
Para entrar en comunión con Dios lo que tenemos que purificar es el corazón.
Las manos son sólo un signo de esa otra pureza necesaria.
Los
cristianos podemos pensar que estamos libres de esas tentaciones que tuvo el
mundo judío. No es verdad. ¿Para cuántos de nosotros la misa dominical es sólo
una obligación que hay que cumplir porque sí? Sin embargo, en su origen no fue
más que la expresión del gozo vivido y sentido de ser comunidad en torno a
Jesús Resucitado. ¿Cómo no se iba a expresar esa alegría en la participación
comunitaria en la Eucaristía? Pero hemos transformado en una obligación lo que
es sólo una gozosa acción de gracias en comunión con los hermanos y hermanas.
La Misa no es más que un ejemplo. Se podrían poner muchos otros. Ser cristiano
no es cumplir con una serie de normas. Es vivir con gozo el amor que Dios ha
puesto en nuestros corazones.
https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2018-09-02
No hay comentarios:
Publicar un comentario