San Miguel es uno de los siete
arcángeles y está entre los tres cuyos nombres aparecen en la Biblia. Los otros
dos son Gabriel y Rafael. Es el jefe de
los ejércitos de Dios en las religiones judía, islámica y cristiana (Iglesias católica,
ortodoxa, copta y anglicana).
Para los cristianos es el
protector de la Iglesia y considerado abogado del pueblo elegido de Dios. La Iglesia
Católica lo considera como patrono y protector de la Iglesia Universal.
La Santa Iglesia da a San Miguel
el más alto lugar entre los arcángeles y le llama "Príncipe de los
espíritus celestiales", "jefe o cabeza de la milicia celestial".
Ya desde el Antiguo Testamento aparece como el gran defensor del pueblo de Dios
contra el demonio y su poderosa defensa continúa en el Nuevo Testamento.
Muy apropiadamente, es
representado en el arte como el ángel guerrero, el conquistador de Lucifer,
poniendo su talón sobre la cabeza del enemigo infernal, amenazándole con su
espada, traspasándolo con su lanza, o presto para encadenarlo para siempre en el
abismo del infierno.
La cristiandad desde la Iglesia
primitiva venera a San Miguel como el ángel que derrotó a Satanás y sus
seguidores y los echó del cielo con su espada de fuego. La autoridad y virtudes
de San Miguel, están reconocidas desde hace muchos siglos por las autoridades
gubernamentales y eclesiásticas. Constantino (emperador Romano), atribuyó en su
época la derrota de sus adversarios a San Miguel.
Es tradicionalmente reconocido
como el guardián de los ejércitos cristianos contra los enemigos de la Iglesia
y como protector de los cristianos contra los poderes diabólicos, especialmente
a la hora de la muerte.
El mismo nombre de Miguel, nos
invita a darle honor, ya que es un clamor de entusiasmo y fidelidad. Significa "Quién como Dios". Satanás tiembla al escuchar su
nombre, ya que le recuerda el grito de noble protesta que este arcángel
manifestó cuando se rebelaron los ángeles. San Miguel manifestó su fortaleza y
poder cuando peleó la gran batalla en el cielo. Por su celo y fidelidad para
con Dios gran parte de la corte celestial se mantuvo en fidelidad y obediencia.
Su fortaleza inspiró valentía en los demás ángeles quienes se unieron a su
grito de nobleza: "¡¿Quién como Dios?!" Desde ese momento se le
conoce como el capitán de la milicia de Dios, el primer príncipe de la ciudad
santa a quien los demás ángeles obedecen.
Se cuenta que el 13 de octubre de
1884, el Papa León XIII, experimento una visión horrible. Después de celebrar
la Eucaristía, estaba consultando sobre ciertos temas con sus cardenales en la
capilla privada del Vaticano cuando de pronto se detuvo al pie del altar y
quedo sumido en una realidad que solo él veía. Su rostro tenía expresión de
horror y de impacto. Se fue palideciendo. Algo muy duro había visto. De
repente, se incorporó, levanto su mano como saludando y se fue a su estudio
privado. Lo siguieron y le preguntaron: ¿Que le sucede su Santidad? ¿Se siente
mal? El respondió: "¡Oh, que imágenes tan terribles se me han permitido
ver y escuchar!", y se encerró en su oficina.
¿Qué vio León XIII? "Vi
demonios y oí sus crujidos, sus blasfemias, sus burlas. Oí la espeluznante voz
de Satanás desafiando a Dios, diciendo que él podía destruir la Iglesia y
llevar todo el mundo al infierno si se le daba suficiente tiempo y poder.
Satanás pidió permiso a Dios de tener 100 años para poder influenciar al mundo
como nunca antes había podido hacerlo." También León XIII pudo comprender
que si el demonio no lograba cumplir su propósito en el tiempo permitido,
sufriría una derrota humillante. Vio a San Miguel Arcángel aparecer y lanzar a
Satanás con sus legiones en el abismo del infierno.
Después de media hora, llamo al
Secretario para la Congregación de Ritos. Le entrego una hoja de papel y le
ordeno que la enviara a todos los obispos del mundo indicando que bajo mandato tenía
que ser recitada después de cada misa, la oración que ahí él había escrito (y
así se hizo, hasta el Concilio Vaticano II, cuando fue suprimida).
Esta oración es:
«San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha.
Sé nuestro amparo contra la perversidad y las acechanzas del diablo.
Que Dios manifieste sobre él su poder, esa es nuestra humilde súplica;
y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, con la fuerza que Dios te ha
conferido,
arroja al infierno a Satanás y a demás espíritus malignos
que vagan por el mundo para la perdición de las almas.
Amén.»
Después del Concilio Vaticano II,
el mandato de recitar esta oración al finalizar la misa fue revocado pero se
puede continuar con esta práctica a manera de devoción.
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