El Evangelio de hoy nos
relata la historia de la transfiguración. El hecho de que Jesús se
transfigurara ante los apóstoles pone de manifiesto que aquellos no poseían
todavía la fe plena. No eran capaces de verle tal cual era. No eran capaces de
verle todavía con los ojos de la fe. Lo veían apenas como un hombre. Un hombre
grande, ciertamente. Pero apenas un hombre.
Jesús manifestará a Pedro,
Santiago y a Juan su identidad más profunda, oculta tras el velo de su
humanidad. La luminosidad de sus vestidos manifiesta su divinidad. ¿No está
Dios «vestido de esplendor y majestad, revestido de luz como de un manto» (Sal 104,
1-2)? El Mesías no es tan sólo un hombre, sino Dios mismo que se ha hecho
hombre.
En el momento de su
transfiguración aparecieron dos hombres, Elías y Moisés, conversando con Jesús:
Moisés representa “la Ley” y Elías “los Profetas”, el conjunto de las enseñanzas
divinas ofrecidas por Dios a su Pueblo hasta entonces. Toda la escena tiene al
Señor Jesús como centro. Él está muy por encima de sus dos importantes
acompañantes.
En cuanto al contenido del
diálogo San Lucas especifica que «hablaban de su muerte, que iba a consumar en
Jerusalén» (Lc 9, 31).
El momento que viven los tres
apóstoles es muy intenso, por ello Pedro ofrece al Señor construir «tres
carpas»: una para Jesús, otra para Moisés, otra para Elías. Se consideraba que
una de las características de los tiempos mesiánicos era que los justos
morarían en carpas o tiendas. La manifestación de la gloria de Jesucristo en su
transfiguración sería interpretada por Pedro como el signo palpable de que ha
llegado el tiempo mesiánico, su manifestación.
Mas en el momento en que Pedro se
hallaba aún hablando «llegó una nube que los cubrió». La nube «es el signo de
la presencia de Dios mismo, la shekiná. La nube sobre la tienda del
encuentro indicaba la presencia de Dios. Jesús es la tienda sagrada sobre la
que está la nube de la presencia de Dios y desde la cual cubre ahora “con su
sombra” también a los demás.» (S.S. Benedicto XVI)
De esta nube salió una voz que
decía: «Éste es mi Hijo, mi elegido; escúchenlo». Es la voz de Dios, la voz del
Padre que proclama a Jesucristo como Hijo suyo y manda escucharlo. El Señor
Jesús es más que Moisés y Elías, está por encima de quienes hasta entonces
habían hablado al Pueblo en nombre de Dios, Él ha venido a dar cumplimiento a
la Ley y los Profetas.
A los apóstoles les queda todavía
un largo camino de maduración en la fe, de ir creciendo al lado de Jesús, de
aprender a vivir de acuerdo con el Evangelio. Lo mejor de esta historia es que
Jesús no les deja solos en ese proceso. Está con ellos, los acompaña, los
ayuda, los orienta. Es paciente con sus errores. Cuando caen, los levanta y los
anima para que sigan caminando con él. La transfiguración no es más que una
etapa en el camino de seguir a Jesús. Suben al monte y luego bajan. Sigue el
camino, a veces difícil, pero los apóstoles saben ahora que tienen a Jesús con
ellos. Que no les va a dejar de su mano.
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