Antiguamente, y también hoy en día, en los pueblos pequeños
había que tener mucho cuidado con lo que se hacía y con las apariencias. Era
importante que todos te viesen comportarte adecuadamente. En caso contrario,
las comidillas y los comentarios comenzaban a circular con facilidad. Todo el
mundo se sentía con la autoridad necesaria para entender el caso, desechar los
argumentos de la defensa y dictar sentencia, generalmente condenatoria. En
definitiva, todo el mundo se sentía con capacidad de ser juez. Y eso a veces a
partir de datos mínimos, de hechos accidentales, que en realidad nada tenían
que ver con lo que la persona era o vivía.
En la actualidad hacemos eso también
con los conocidos, los amigos, los políticos, las estrellas del cine o, en
general, con cualquier personaje público. Muchos hablan y parecen saber
perfectamente lo que menganito o zutanito debería hacer o dejar de hacer.
Muchos se atreven a dar consejos con una clarividencia tan absoluta que no
entendemos cómo no han conseguido mayores triunfos en su propia vida. Sucede lo
que dice el refrán: “Consejos vendo, que para mí no tengo”. Los refranes no son
otra cosa que el reflejo de la sabiduría popular. En el fondo la primera
lectura de este domingo no es más que una acumulación de refranes o dichos. “Si
se zarandea la criba, queda la cascarilla” es el comienzo del texto de hoy.
Luego nos explica que en las palabras del hombre descubrimos su corazón y lo
que hay en él. Es decir, que todas esas críticas y comentarios de que hemos
hablado más arriba dicen más de la persona que hace el comentario que de la
persona sobre la que se hace el comentario.
Jesús insiste en parecidas ideas. Jesús
usa mucho el sentido común. No es extraño porque esa sabiduría popular tiene
mucho de experiencia humana profunda. Y esa profundidad no puede estar anclada
más que en Dios, que es nuestro creador. En ella Jesús encuentra las raíces de
la sabiduría y de la relación del hombre con Dios.
La persona que señala y denuncia con
tanta claridad la mota en el ojo ajeno y su disponibilidad (¿hipócrita quizá?)
para ayudar a eliminarla, no hace más que poner al descubierto las pobrezas
humanas de su propio corazón. Lo suyo, como dice Jesús, no es una mota sino una
viga. Deberíamos aprender a ser muy prudentes a la hora de denunciar o condenar
las acciones de nuestros hermanos. ¡Tenemos el tejado de cristal! Pero además
deberíamos tener el valor de mirar dentro de nuestro corazón sin miedo y tratar
de remover sinceramente la viga que seguramente tenemos. Así estaremos más
ligeros para seguir a Jesús y amar a nuestros hermanos y hermanas.
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