El evangelio de Lucas nos ofrece
aquí una serie de elementos que están en el Sermón de la Montaña, en Mateo, y
un conjunto de parábolas (los criados que esperan a que su amo vuelva de unas
bodas, el amo que vigila su casa por si llega un ladrón, y el administrador
fiel al que se le ha confiado repartir el trigo) sobre la vigilancia y la
fidelidad al Señor. La exhortación primera, que concluye con el dicho “donde
está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón”, es toda una llamada a la
comunidad sobre el comportamiento en este mundo con respecto a las riquezas.
Lucas es un evangelista que cuida, más que ningún otro, este aspecto tan
determinante de la vida social y económica, donde los cristianos debían tomar
postura frente a la injusticia y la división de clases.
Lucas sitúa esto en el programa
de buscar el Reino de Dios, pidiendo y exigiendo al cristiano no desear las
mismas cosas que desean y tienen los poderosos de este mundo. El Reino exige
otros comportamientos. Así, pues, las parábolas sobre la vigilancia y la
fidelidad vienen a ser como el comentario a esa actitud. Es una llamada a la
responsabilidad en todos los órdenes, pero especialmente la responsabilidad de
saberse en la línea de que la vida tiene una dimensión espiritual,
trascendente, sabiendo que hay que ponerse en las manos de Dios. Eso no es una
huida de lo que hay que hacer en este mundo; pero, por otra parte, tampoco
ignorando que nos espera Alguien que un día se ceñirá para servirnos si le
hemos sido fieles. Ése de quien habla Jesús en la parábola, es Dios. Nosotros,
mientras, administramos, trabajamos, ayudamos a los más pobres y necesitados,
como una responsabilidad muy importante que se nos ha otorgado.
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