En este domingo XVIII del tiempo
ordinario la Liturgia nos propone un tema siempre actual. Es una especie de
advertencia para saber manejar, como creyentes y seguidores de Jesús, los
bienes materiales, el dinero en concreto, cuyo uso fácilmente acaba haciéndonos
caer en la codicia.
Estamos en tiempo de vacaciones
en el que buscamos el merecido descanso del trabajo ordinario, también es un
tiempo que invita a la reflexión al silencio interior, puede ser además un
momento propicio para revisar nuestra vida cristiana, para hacer propósitos y
planes nuevos. Las tres lecturas de hoy, desde distintos ángulos, nos dan
pautas para revisar nuestras conductas ante los bienes materiales y valorar los
bienes eternos...
El Evangelio nos habla de la
codicia a través de la parábola del rico-necio quien a la vez que llenó sus
graneros con una gran cosecha pensó que su vida estaba ya resuelta. Es tachado
de necio porque en realidad la vida no está asegurada para nadie, está siempre
en el aire, y esa misma noche le van a pedir el alma. ¿Para qué le sirven sus
riquezas entonces? El relato termina recordándonos que será necio todo aquel
que atesora para sí y no es rico ante Dios.
La parábola del rico que acumula
la gran cosecha y engrandece sus graneros, en vez de distribuirlo entre los que
no tienen para comer, es toda una lección de cómo Jesús ve las cosas de esta
vida, aunque él persiga objetivos más grandes. El que acumula riquezas, pues,
no entiende nada de lo que Jesús propone al mundo. Los que siguen a Jesús,
pues, tienen que sacar, según Lucas, las conclusiones de este seguimiento. Si
no se desprenden de las riquezas, si se preocupan de amasarlas constantemente,
además de cometer injusticia con los que no tienen, se encontrarán, al final,
con las manos vacías ante Dios, porque todo su corazón estará puesto en tener
un tesoro en la tierra. No tendrán tiempo para vivir, para ser sabios… para
entregarse a los demás como se entregan a la producción de riquezas.
Jesús nos dice que quien se afana
por las cosas de este mundo y no por lo que Dios quiere, al final, ¿cómo podrá
llenar su vida? ¿cómo se presentará ante Dios? La acumulación de riquezas,
pues, es una injusticia y la injusticia es contraria al Reino de Dios. Por lo
tanto, este evangelio es una llamada clara a la solidaridad con los pobres y
despreciados del mundo; una llamada a compartir con los que no tienen.
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