domingo, 3 de noviembre de 2019

DOMINGO XXXI DEL ORDINARIO "HOY ME ALOJARÉ EN TU CASA"



A cuántas personas conocemos que su fundamental preocupación es mantener su imagen. Podemos ver que se trata de un trabajo agotador. Tienen que estar todo el día en guardia, tienen que decir la mentira oportuna a la persona oportuna en el momento justo, tienen que disimular continuamente. Estas personas no se pueden permitir expresar nunca lo que sienten de verdad. Siempre van como cubiertos con una coraza que, supongo, les debe pesar muchísimo y resultarles muy incómoda. De ese modo logran el aplauso de la gente. Pero ciertamente pagan un precio muy alto. Demasiado alto. 

La historia de Zaqueo es parecida. Por lo que nos dice el Evangelio, era un hombre rico. De entrada, eso ya nos habla de una persona que tiene una buena imagen. La imagen social se hace a base de tener una buena casa y un buen coche, vivir en un buen barrio y disponer de fondos en el banco. A esas personas, los empleados de los bancos los tratan con respeto. Zaqueo era un hombre rico. Zaqueo había conseguido el respeto de los que vivían con él. Pero sabía que ese respeto era más por temor que por amor. Le tenían respeto, pero no cariño. Porque su riqueza, probablemente, había sido amasada a base de machacar a los demás. Zaqueo era un publicano, uno que se dedicaba a recaudar los impuestos para los opresores romanos a cambio de quedarse con un tanto por ciento. Había hecho su riqueza a base de oprimir a sus vecinos. Zaqueo sabía que su imagen era sólo apariencia, que si le cedían el paso cuando le encontraban por la calle no era porque le amasen. En absoluto. Más bien, le odiaban. Zaqueo se había esforzado mucho por triunfar, pero la verdad era que no lo había logrado. Para nada. 

De repente, Jesús pasa por su vida. Y Zaqueo es suyo. Zaqueo es hijo de Dios. Dios le quiere mostrar el buen camino, lo que tiene que hacer para triunfar de verdad en la vida. Hoy Dios va a pasar por su casa. Jesús se lo dice con claridad. “Hoy me voy a quedar contigo”. Jesús le va a hacer de espejo. Mirando a Jesús, Zaqueo se da cuenta de que ha perdido el tiempo y de que su aparente éxito en la vida no es más que un estrepitoso fracaso. Pero Jesús es su oportunidad. Dios le visita y le ofrece un nuevo comienzo. Menos mal que Zaqueo no fue tonto. Abrió su corazón a la salvación que Dios le ofrecía. Aceptó la realidad de su fracaso y reorientó su vida. Empezó a construir de nuevo su futuro, pero esta vez apoyado en la realidad: no en el cuidado de la imagen y las apariencias sino en el amor y en la confianza en Dios.

Jesús no conoce a Zaqueo, y le llama por su nombre. Y es que el Señor, a cada una de sus ovejas, las llama por su nombre; a las que son sus ovejas y las que busca porque se han perdido. Hoy es el día de su salvación, de la salvación de Zaqueo.

¿No nos dirá también hoy Jesús que quiere hospedarse en nuestra casa?


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