Todos los años terminamos el año
litúrgico con esta fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Es un modo bello y
significativo de concluir el itinerario de todo un año, dedicado a conmemorar
los misterios de nuestro Salvador, que iluminan y desvelan nuestra vida
personal y comunitaria.
Muchos nos preguntamos qué sentido puede tener proclamar a
Jesucristo como rey en una sociedad desacralizada que hace del gobierno
democrático su ideal y que esconde lo religioso. La fe ha sido relegada al
ámbito de la privatividad. Concretamente, la moderna Europa pretende ignorar
sus raíces cristianas.
Para evitar todo tipo de
suspicacias, hay que entender bien la realeza de Cristo. No se trata de mezclar
las cosas de Dios con las del César. No implica ningún matiz político ni
partidista, porque su Reino no es como los de este mundo y en modo alguno hace
competencia a los reinos terrenales, sino que es compatible con cualquier
régimen justo que sirva al bien común. Jesús es verdadero Rey. Él mismo lo
confiesa abiertamente ante el gobernador romano Pilato. Este le interroga: “¿Eres
tú el Rey de los judíos?”. “Sí, yo soy Rey como tú dices» (Jn 18,33-37). Jesús
es pues auténtico Rey. Pero, ¿cuáles son los títulos o razones de su realeza?
Los siguientes:
a) Estar por
encima de las cosas y los hombres como creador suyo que es. Pues: “Todas las
cosas han sido hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho”
(Jn 1,3)
b) Ser el único
Mediador de la salvación, no solo de los hombres, sino de toda la creación.
Jesús es el “primogénito de toda criatura” (Col 1,15), colocándose sobre todo
cuanto existe como indiscutible Rey.
c) Y ser el
único Redentor. Como Redentor, le pertenecemos por derecho de “conquista”
realizada derramando no la sangre de los demás, sino la suya propia: “Dios
Padre nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino
de su Hijo amado, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los
pecados” (Col 1,13-14).
Partiendo de la base de la
realeza de Jesús, los cesares políticos de turno no deben temer la competencia
de Cristo Rey, porque su realeza es de orden religioso y moral. No es un
reinado material, intramundano. Jesús no hace competencia a ninguna potestad
humana. Cristo es Rey de los hombres a otro nivel superior.
La liturgia del día nos habla de
otro tipo de Rey. El reino de Jesucristo es un Reino que, sin desentenderse de
las realidades humanas, las trasciende y sobrepasa. Ciertamente Pilato no
entendió la realeza de Cristo y muchos cristianos tampoco, porque no es un poder,
de fuerza, de conquista, de imposición violenta. Es sencillamente, un Reino
cuyo compendio dio en el Padrenuestro y en las Bienaventuranzas. Empieza en la
intimidad del hombre allí donde brotan los deseos, las inquietudes y los
proyectos. Las características de su reinado nos las describe el Prefacio de la
misa: “Reino de verdad y de vida. Reino de santidad y de gracia. Reino de
justicia, de amor y de paz”.
Se da el Reino de Dios allí donde
las personas viven con dignidad y grandeza moral, y se relacionan
fraternalmente, donde se vive el amor, síntesis de todos los valores de los discípulos
de Jesús. No todo el Reino de Dios está en la Iglesia ni todo lo que está en la
Iglesia es Reino de Dios. El Reino de Dios es una realidad callada y humilde, nada
ruidosa ni aparatosa. Sus signos son la solidaridad con los pobres, la curación
de los enfermos. Es necesario conocer bien dónde, en qué comunidades y
movimientos se encarna mejor para integrarse en ellos, situarnos en sus claros
espacios y colaborar en su crecimiento, vida y misión.
Hoy día muchos rechazan la
soberanía de Cristo, declarándole la guerra abierta o solapada, buscando
expulsarle de la sociedad, de la escuela, de la familia y hasta de la conciencia
del hombre. Son los sucesores de aquellos que gritaban ante Pilato: “¡Fuera,
fuera! ¡Crucifícale! No tenemos más rey que al César”.
La pregunta que debemos hacernos
los cristianos este día no es la que hicieron los fariseos al Señor: ¿Cuándo va
a llegar el Reino de Dios?, sino, ¿cómo construir el Reino de Dios? Porque este
es, al mismo tiempo, don y tarea.
Feliz Domingo.
(Leonardo García Martín, "¡Ay de mí, si no evangelizare!: Homilías ciclos A, B y C" Ed. San Pablo)
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