Jesús, como persona, como ser
humano, se pregunta, y le preguntaban, enseñaba y respondía a las trampas que
le proponían. La ridiculez de la trampa saducea para ver de quién será esposa
la mujer de los siete hermanos no hará dudar a Jesús. En este caso son los
saduceos, el partido de la clase dirigente de Israel, que se caracterizaba,
entre otras cosas, por una negación de la vida después de la muerte, los que
pretenden ponerle en ridículo. En ese sentido, los fariseos eran mucho más
coherentes con la fe en el Dios de la Alianza. Es verdad que la concepción de
los fariseos era demasiado prosaica y pensaban que la vida después de la muerte
sería como la de ahora; de ello se burlaban los saduceos que solamente creían
en esta vida. En todo caso, su pensamiento escatológico podría ceñirse a la
supervivencia del pueblo de Dios en este mundo, en definitiva… un mundo sin
fin, sin consumación. Y, por lo mismo, donde el sufrimiento, la muerte y la
infelicidad, nunca serían vencidas.
Jesús es más personal y
comprometido que los fariseos y se enfrenta con los materialistas saduceos; lo
que tiene que decir lo afirma rotundamente, recurre a las tradiciones de su
pueblo, a los padres: Abrahán, Isaac y Jacob. Pero es justamente su concepción
de Dios como Padre, como bondad, como misericordia, lo que le llevaba a enseñar
que nuestra vida no termina con la muerte. Un Dios que simplemente nos dejara
morir, o que nos dejara en la insatisfacción de esta vida y de sus males, no
sería un Dios verdadero. Y es que la cuestión de la otra vida, en el mensaje de
Jesús, tiene que ver mucho con la concepción de quién es Dios y quiénes somos
nosotros. Jesús tiene un argumento que es inteligente y respetuoso a la vez: no
tendría sentido que los padres hubieran puesto se fe en un Dios que no da vida
para siempre. El Dios que se reveló en la zarza ardiendo de Sinaí a Moisés es
un Dios de una vez, porque es liberador; es liberador del pueblo de la
esclavitud y es liberador de la esclavitud que produce la muerte. De ahí que
Jesús proclame con fuerza que Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Para Él
“todos están vivos”, dice Jesús afirmando algo que debe ser el testimonio más
profundo de su pensamiento escatológico, de lo que le ha preocupado al ser
humano desde que tiene uso de razón: hemos sido creados para la vida y no para
la muerte.
Es verdad que, sobre la otra
vida, sobre la resurrección, debemos aprender muchas cosas y, sobre todo,
debemos “repensar” con radicalidad este gran misterio de la vida cristiana. No
podemos hacer afirmaciones y proclamar tópicos como si nada hubiera cambiado en
la teología y en la cultura actual. Jesús, en su enfrentamiento con los
saduceos, no solamente se permite desmontarles su ideología cerrada y
tradicional, materialista y “atea” en cierta forma. También corrige la
mentalidad de los fariseos que pensaban que en la otra vida todo debía ser como
en esta o algo parecido. Debemos estar abiertos a no especular con que la
resurrección tiene que ocurrir al final de los tiempos y a que se junten las
cenizas de millones y millones de seres. Debemos estar abiertos que creer en la
resurrección como un don de Dios, como un regalo, como el final de su obra
creadora en nosotros, no después de toda una eternidad, de años sin sentido,
sino en el mismo momento de la muerte.
¿En qué va a consistir la
resurrección? Pues no sabemos con certeza. Pero vamos a confiar en Dios,
nuestro Padre, porque todo lo que venga de él será bueno para nosotros. Y de él
no puede venir más que la vida. Eso es lo que dice Jesús a los saduceos que le
preguntan por ese complicado caso en el Evangelio: ¿Por qué tenemos que suponer
que la vida eterna va a ser como ésta, así de limitada, así de pobre? ¿No es
Dios un Dios de vivos? El que creó este mundo, ¿no será capaz de crear mil
mundos distintos donde la vida se pueda desarrollar en plenitud, en una
plenitud que nosotros, con nuestra mente limitada por las fronteras de este
universo, no podemos ni siquiera imaginar? Una confianza así es la que
manifestó la familia de que se nos habla en la primera lectura. No saben ni el
cómo ni el cuándo ni el dónde, pero están seguros de que Dios los levantará de
entre los muertos. Y de qué hará buenas todas sus promesas. También nosotros
creemos en él y estamos convencidos de que Dios hará eterna nuestra vida y eterno
nuestro amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario