En la Iglesia hemos vivido muchas
veces pendientes de la ley. Cuando éramos pequeños, nos enseñaron el catecismo
y, en aquellos tiempos, de memoria aprendimos los mandamientos de la ley de
Dios, los mandamientos de la Iglesia y muchos otros. Sabíamos que eran las
normas básicas por las que se debía regir nuestra vida. Hacer lo contrario
estaba mal, era pecado. Había que confesarse de esas cosas. Pero lo malo es que
no nos explicaron la razón por la que debíamos obedecer aquellas leyes, cuál
era la motivación, la causa. Y mucho menos nos explicaron qué había que hacer
en los muchos casos que nos encontraríamos en la vida de los que la ley no
decía nada.
Las lecturas de hoy, sobre todo
el Evangelio, nos sitúan frente a lo más básico de la ley. No se trata de hacer
esto o de no hacer lo otro simplemente porque está prohibido o porque la ley
dice que se haga. Hay que levantar los ojos más allá de la letra de la ley,
darnos cuenta de que lo que tenemos delante es la decisión básica por la muerte
o la vida.
Esa opción nos lleva a cumplir
algo más que la letra de ley. Hoy, Jesús nos dice «No he venido a abolir, sino
a dar cumplimiento». ¿Qué es la Ley? ¿Qué son los Profetas? Por Ley y Profetas,
se entienden dos conjuntos diferentes de libros del Antiguo Testamento. La Ley
se refiere a los escritos atribuidos a Moisés; los Profetas, como el propio
nombre lo indica, son los escritos de los profetas y los libros sapienciales.
En el Evangelio de hoy, Jesús
hace referencia a aquello que consideramos el resumen del código moral del
Antiguo Testamento: los mandamientos de la Ley de Dios. Según el pensamiento de
Jesús, la Ley no consiste en principios meramente externos. No. La Ley no es
una imposición venida de fuera. Todo lo contrario. En verdad, la Ley de Dios
corresponde al ideal de perfección que está radicado en el corazón de cada
hombre. Esta es la razón por la cual el cumplidor de los mandamientos no
solamente se siente realizado en sus aspiraciones humanas, sino también alcanza
la perfección del cristianismo, o, en las palabras de Jesús, alcanza la
perfección del reino de Dios: «El que los observe y los enseñe, ése será grande
en el Reino de los Cielos».
«Pues yo os digo». Es en este
sentido que Jesús empeña su autoridad para interpretar la Ley según su espíritu
más auténtico. En la interpretación de Jesús, la Ley es ampliada hasta las
últimas consecuencias: el respeto por la vida está unido a la erradicación del
odio, de la venganza y de la ofensa; la castidad del cuerpo pasa por la
fidelidad y por la indisolubilidad, la verdad de la palabra dada pasa por el
respeto a los pactos. Al cumplir la Ley, Jesús «manifiesta con plenitud el
hombre al propio hombre, y a la vez le muestra con claridad su altísima
vocación» (Concilio Vaticano II).
El ejemplo de Jesús nos invita a
aquella perfección de la vida cristiana que realiza en acciones lo que se
predica con palabras.
FELIZ DOMINGO
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