Dos ritos prescritos por la ley
de Moisés se nos muestran en el evangelio: la purificación de la madre y la
presentación del hijo primogénito.
La presentación de Jesús es la
que da título a la celebración litúrgica y nos hace fijarnos en su profundo
significado. El hijo primogénito es consagrado a Dios, es decir, es declarado
posesión suya, entregado a su servicio. El evangelista, quizá
intencionadamente, dice de la ofrenda de la purificación, pero no menciona el
rescate del hijo (una determinada suma de monedas) para acentuar el sentido
total y efectivo de la consagración.
El centro de la vida religiosa de
Israel es el Templo de Jerusalén. Simeón y Ana, guiados por el Espíritu Santo,
dan testimonio del significado salvífico de Jesús. Aguardaban el consuelo y la
liberación de Israel y, ahora, contemplan con sus propios ojos el cumplimiento
de la promesa. Bendicen, alaban, dan gracias y pregonan con gozo a todos, la
buena nueva. Son la nítida imagen de los que ya sienten la salvación.
Simeón responde a la inspiración
del Espíritu Santo con un precioso cántico que se recita en la oración
litúrgica de Completas. Transmite un mensaje a todos los cristianos: lo único
que da sentido a su vida es esperar al Mesías; cuando lo tiene en sus brazos, puede
partir de la vida en paz porque ha visto la salvación prometida en el niño que
sostiene en sus brazos: luz para alumbrar a las naciones.
Pero Simeón es también profeta y
puede revelar algo nuevo: Jesús será luz de las naciones. Se ha cumplido
lo anunciado por Isaías: “Levántate y resplandece, que ya se alza tu luz.” “Yo
te hago luz de las gentes para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra”.
En esta imagen de la luz se basa la fiesta de hoy y el rito complementario de
la procesión de las candelas (La Candelaria). La liturgia da un enfoque muy
personal a esta idea, relacionando los cirios encendidos con la práctica del
bien para «llegar felizmente al esplendor de tu gloria».
Como profeta, Simeón también
conoce el futuro de Jesús («será una bandera discutida»). El rey de la
Gloria, luz de las naciones, gloria de Israel… no será aceptado por todos.
Muchos (la mayor parte del pueblo judío) se le opondrá. Esta oposición la
sufrirá también María, a la que una espada traspasará el alma, y,
consiguientemente, a todos los cristianos.
Curiosamente, la visión más
política de Jesús la propone una anciana piadosísima, que ha pasado ochenta y
cuatro años de viudez entre ayunos, oraciones y visita al templo. Pero,
cuando ve a Jesús, «hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación
de Israel». La esperanza de estas personas tenía un gran componente religioso,
pero también político y social: liberación de los romanos, destitución de
Herodes y sus descendientes, eliminación de las autoridades injustas. «Para
servir al Señor libres de nuestros enemigos», como rezaba Zacarías.
«José y María, la madre de
Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño». ¿Cómo pueden
admirarse después de lo anunciado por Gabriel a María, después de una
concepción y un parto virginales, después de lo que han contado los pastores?
Podríamos decir que la admiración procede de ver cómo se acumulan títulos sobre
Jesús: Gabriel lo presentó como rey de Israel; el ángel, a los pastores, como
«el Salvador, el Mesías, el Señor». Simeón rompe los límites de Israel y lo
presenta como «luz de las naciones». Lucas, a través del asombro de José y
María pretende que también nosotros nos asombremos de lo mucho que significará
ese pequeño niño de cuarenta días.
En este día, la liturgia nos
propone tomar cirios encendidos e ir al encuentro de Cristo. Iluminados,
portadores de la luz, iluminemos, para que todos lleguemos a contemplar la luz
eterna.
!FELIZ DOMINGO¡
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