domingo, 8 de marzo de 2020

II DOMINGO DE CUARESMA "QUE BIEN SE ESTA AQUÍ"


Seguimos avanzando en el camino hacia la Pascua. El domingo pasado Jesús era movido por el Espíritu Santo hacia el desierto, donde pasó 40 días y 40 noches en ayuno y oración, resistiendo las tentaciones de Satanás; acontecimiento con el que redimió los 40 años de desierto del pueblo de Israel, que sucumbió en reiteradas ocasiones ante el pecado y cayó en idolatría. 

Hoy, después de haber anunciado por primera vez su pasión y muerte, sube al Monte Tabor, donde se transfigura ante la mirada de sus tres discípulos más íntimos. 

Pedro ya había hecho su gran confesión: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Y hasta ese entonces solo habían conocido a Jesús de Nazareth, hijo de María y José, un hombre no tan distinto a los demás. Sin embargo, estos tres discípulos tienen ahora, en el Monte Tabor, la dicha, la gracia de conocer al verdadero Jesús. Y son los mismos tres que más tarde acompañarán a Jesús en la agonía del Getsemani, viéndolo ante la gloria y la humillación, dos misterios que se quedan fuera de su capacidad de comprensión. 

Pedro había sido uno de los que más conturbados habían quedado con el anuncio de la pasión de Cristo, de modo que el acontecimiento de la transfiguración es como un anticipo de la gloria eterna de Jesús (un primer atisbo de su gloria última y definitiva) y una experiencia para alejar del corazón de sus discípulos el escándalo que había provocado el anuncio de su muerte. Les ayuda a superar el trauma de la Cruz y a descubrir en Jesús al verdadero Mesías. Después de Resucitado recibirán más pruebas de la gloria de Cristo, para predicar con toda certeza que Jesús, muerto y resucitado, es verdaderamente el Hijo de Dios. 

Junto a Jesús, aparecen también Moisés y Elías. La Ley, representada por Moisés, y los Profetas, representada por Elías, tienen su pleno cumplimiento en Cristo. Hablaban sobre el “éxodo” (la muerte) de Jesús en Jerusalén. Tanto la Ley como los Profetas enseñaron que el camino a la gloria de Jesús tenía que pasar por la cruz. En Jesús se cumplen las promesas de Dios. 

A Pedro, y los otros dos discípulos, ya les había gustado el escenario que estaban contemplando. Era bonito en realidad ver a Jesús glorificado y había que buscar la manera de eternizar ese momento, evitando bajar de aquel cerro para continuar su camino hacia Jerusalén, donde les esperaba una realidad que contrastaba realmente con la que estaban viendo. Por eso Pedro propone la construcción de tres tiendas, una para Jesús, una para Moisés y otra para Elías. Era tanta la emoción de Pedro que ni siquiera pensó en las chozas de los otros discípulos y la suya. Había que evitar el paso por el calvario, y era lo más importante en ese momento. 

A casi todos nos encantan las experiencias bonitas con Dios. Es agradable contemplar a Dios en el Santísimo, vivirlo y sentirlo en esas oraciones que nos trasladan al cielo, experimentarlo en un momento de retiro espiritual o en tantos momentos en que la gloria de Dios se manifiesta en nuestras vidas porque Dios nos permite saborear esos “dulces” en nuestro camino espiritual. Pero no nos gusta cuando hay que bajar a Jerusalén y pasar por la cruz. Queremos llegar a contemplar la gloria de Dios pero evadiendo el calvario. Queremos llegar al cielo pero en la ruta hacia el Monte Tabor, no en la que conduce a Jerusalén, al calvario. El camino al cielo pasa por el calvario, no hay otra vía… 

Y en ese camino de cruz, que provoca miedo, pánico, Jesús, a quien Dios Padre nos manda escuchar, se nos acerca, nos toca y nos dice que no tengamos miedo, que debemos dejarnos deslumbrar por la luz de Dios (Evangelio). 

No es, por tanto, Cuaresma un tiempo de oscuridad. En la oscuridad vivíamos antes de la Cuaresma. Ahora se nos invita a abrir los ojos a la luz. Lo que pasa es que, a veces, la luz, cuando es mucha, deslumbra y nos hace falta algo de tiempo para acostumbrarnos. Para eso es la Cuaresma, para acostumbrarnos a la luz. 

FELIZ DOMINGO



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