El pasaje evangélico de este
Domingo describe la auto- revelación de Jesús a través del símbolo del agua. En
el transcurso de esta lectura se produce un progreso en cuanto al
descubrimiento de la identidad de Jesús. El relato comienza con un encuentro
casual. Jesús llega por el camino junto al pozo mientras sus discípulos van a
la ciudad a comprar víveres, y comienza el diálogo con la petición: «Dame de
beber». Jesús cansado y sediento tiene necesidad del auxilio de esta afortunada
mujer. Es una expresión poderosa y clara de su condición humana. Apenas Jesús
le habla, ella lo reconoce por su modo de hablar, y le pregunta: «¿Cómo tú
siendo judío me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? (Los judíos
y los samaritanos no se hablaban)», nos aclara San Juan.
Cuando Jesús demuestra conocer
detalles de la vida privada de la mujer, ella le dice: «Señor, veo que eres un
profeta». Ha dado así un paso inmenso en el reconocimiento de Jesús. Los
profetas eran hombres de Dios y el pueblo los veneraba; pero no es suficiente
para expresar quién es Jesús. Era la opinión común de mucha gente. Reconocido
como profeta, la mujer inmediatamente le plantea un problema «teológico»: ¿Cuál
es el lugar donde Dios quiere que se le ofrezcan sacrificios? Jesús aclara que
en adelante el culto verdadero será espiritual y no estará vinculado a un lugar
físico único. Es una respuesta que la mujer no puede comprender y para evitar
entrar en mayor profundidad, dice: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado
Cristo. Cuando venga nos lo explicará todo».
Sigue una afirmación
impresionante de Jesús, en la cual revela toda su identidad: «YO SOY, el que te
habla». La sentencia de Jesús, como ocurre a menudo en el Evangelio de San
Juan, tiene un doble sentido ambos igualmente válidos. Un primer sentido es el
inmediato: «Yo, el que te está hablando, soy el Mesías». Pero otro, también
insinuado por Juan, es la clara alusión al nombre divino revelado a Moisés.
Dios, enviando a Moisés, le había dicho: «Así dirás a los israelitas: ‘YO SOY’
me ha enviado a vosotros… Este es mi nombre para siempre»
La mujer corre a la ciudad y
anuncia: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No
será el Cristo?». En la consideración de la samaritana, Jesús ha pasado de ser
un simple judío, a un «profeta» y a la sospecha de que pueda ser el Cristo.
Pero no basta. Para que sea un encuentro con Jesús, que capte su identidad
verdadera, es necesaria la fe. Es necesario creer que Él es el Hijo de Dios,
que Él es YO SOY
«Díjole la mujer: Señor, dame
de esa agua para que no sienta más sed». La petición de la samaritana a Jesús
manifiesta, en su significado más profundo, la necesidad insaciable y el deseo
inagotable del hombre. Efectivamente, cada uno de los hombres digno de este
nombre se da cuenta inevitablemente de una incapacidad congénita para responder
al deseo de verdad, de bien y de belleza que brota de lo profundo de su ser. A
medida que avanza en la vida, se descubre, exactamente igual que la samaritana,
incapaz de satisfacer la sed de plenitud que lleva dentro de sí… El hombre
tiene necesidad de Otro, vive, lo sepa o no, en espera de Otro, que redima su
innata incapacidad de saciar las esperas y esperanzas».
Juan Pablo II. Catequesis del 12
de Octubre de 1983.
FELIZ DOMINGO
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