En el evangelio de hoy destacan
los sentimientos humanos y el poder divino, Jesús que llora y a la vez se
proclama «resurrección y vida». Ambas dimensiones nos convencen de su verdad.
El evangelista San Juan nos
muestra el bellísimo relato de la resurrección de Lázaro, en Betania. Lázaro
y sus hermanas, Marta y María, son amigos de Jesús. Jesús los quiere
sinceramente. Con frecuencia ha acudido a su casa en Betania, distante unos
pocos kilómetros de Jerusalén, para descansar y cultivar su amistad.
Ahora llega a la casa de sus
amigos avisado por las hermanas que le comunican que Lázaro ha muerto. Marta,
hermana del amigo difunto, sale al encuentro de Jesús y le dice con
dolor: “¡si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto! Pero sé
que cualquier cosa que pidas a Dios, Él te la concederá”. Marta pide de manera
confiada un milagro; pide a Jesús que resucite a su hermano Lázaro, que
devuelva a la vida a uno de sus seres más queridos aquí en esta tierra. Jesús
responde con palabras que se refieren a la vida eterna: “el que vive y
cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees tú esto?” Apenas entra en la
casa, Jesús se emociona, llora ante el sepulcro de su amigo Lázaro. ¿Por qué
llora si sabía que iba a devolverle la vida? Estas lágrimas tienen un valor
simbólico, pues se trata de las lágrimas por todas las miserias humanas, cuyo
culmen es la muerte corporal.
La enfermedad de Lázaro
servirá para que brille la gloria de Dios y para que sea glorificado el
Hijo del hombre. Él sabe que el Padre celestial le escucha siempre. Por ello,
se siente movido a hacer el milagro. Lleva cuatro días enterrado, (el
número cuatro en la cultura judía significaba totalidad; por lo que el
evangelista nos está diciendo que estaba bien muerto). Entonces se impone una
fuerza mayor, una fuerza más fuerte que la muerte, una fuerza capaz de decir
“Quitad la losa”, una fuerza capaz de gritar “Lázaro, ven afuera”. Es la fuerza
de Jesús, el que dice de sí mismo que “es la resurrección y la vida”.
Jesús hace que Lázaro vuelva a la
vida. Lázaro resucita a la vida mortal. Y su resurrección le sirve a Jesús para
manifestar algo más profundo, el secreto último de su misión, Él es fuente de
vida eterna, los que creen en Él reciben una vida espiritual, nueva y profunda,
que no termina con la muerte. Él mismo lo afirma: Yo soy la resurrección y
la vida.
Necesitamos leer con atención
este relato y dejar que sus palabras, las de Jesús, nos lleguen al corazón.
Porque sabemos que estamos enfermos de muerte. Somos muy conscientes de que el
orgullo, la envidia, el deseo de independencia, el desprecio, y tantos otros
virus afectan a nuestro ser y nos van matando poco a poco. Después de tantos
años de ciencia e investigación, todavía no tenemos unas medicinas que curen de
verdad esas enfermedades, que nos matan en vida. Terminamos viviendo una muerte-vida
que no lleva a ningún lugar. Nos enroscamos en nosotros mismos y nos alejamos
del que es la fuente de la vida.
Jesús nos
invita a salir de la cueva, de la fosa, en que nos hemos metido nosotros
mismos. Nos invita a reconocer que no tenemos fuerzas para salir nosotros
solos. Nos tiende la mano y nos saca a la luz, también dijo “Yo soy la luz del
mundo”. Y aunque al principio no podemos caminar bien porque las vendas nos lo
impiden, enseguida descubrimos, si nos atrevemos a salir, que él, Jesús, es el
sol que más calienta, que da gusto estar a su lado, que es el pan que da la
vida, que él es la vid y nosotros los sarmientos. Dicho de otra manera, que
Jesús es la Vida-Vida, la Vida-Viva.
FELIZ DOMINGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario