San Miguel es uno de los tres arcángeles mencionados en la Sagrada Escritura, junto con Gabriel y Rafael. Su nombre significa “¿Quién como Dios?”, una expresión que proclama la grandeza del Señor y la humildad de sus servidores.
En la Biblia, aparece como un defensor del pueblo de Dios y
jefe de los ejércitos celestiales. En el libro de Daniel, se le describe como
el protector de Israel, el que lucha contra las fuerzas del mal y sostiene a
los fieles en la prueba. En el Apocalipsis, se narra la gran batalla en la que
Miguel y sus ángeles vencen al dragón, símbolo de Satanás, expulsándolo del
cielo.
La tradición cristiana lo presenta como el guardián de la
Iglesia y el que acompaña a los fieles en la hora de la muerte, conduciéndolos
hacia la presencia de Dios. También se le invoca como defensor contra las
tentaciones, las adversidades y los peligros espirituales.
El culto a San Miguel se extendió desde los primeros siglos
del cristianismo. Numerosos santuarios le han sido dedicados, como el Monte
Gargano en Italia y el Monte Saint-Michel en Francia. Su
fiesta se celebra el 29 de septiembre, junto con los arcángeles Gabriel y
Rafael.
San Miguel es representado habitualmente como un guerrero
celestial: con armadura, espada o lanza en mano, y bajo sus pies el demonio derrotado. Esta imagen recuerda la victoria de la luz sobre las tinieblas y de
la gracia sobre el pecado.
La Iglesia ha difundido oraciones en su honor, especialmente
la célebre oración compuesta por el papa León XIII, en la que se pide a San
Miguel que defienda a los fieles en la lucha contra las fuerzas del mal.
Para los cristianos, San Miguel Arcángel es un modelo de
fidelidad y fortaleza. Su misión es recordarnos que la verdadera victoria no
está en la fuerza humana, sino en la confianza plena en Dios. Invocarlo es
pedir ayuda para vivir en la verdad, resistir al mal y permanecer firmes en la
fe.
Así, San Miguel continúa siendo un compañero de camino para
la Iglesia, un signo de esperanza y un poderoso intercesor que nos anima a
proclamar con nuestra vida: “¿Quién como Dios?”
Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio.
Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica.
Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial,
con el poder que Dios te ha conferido,
arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos
que vagan por el mundo para la perdición de las almas”.
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