sábado, 13 de septiembre de 2025

NOVENA A LA VIRGEN DE LOS LIÑARES

Previamente a la fiesta en Honor a la Virgen de los Liñares, hemos tenido la celebración del Rosario y la Novena a la Virgen, en los cuales hemos pedido a Nuestra Señora de los Liñares en los distintos días por los sacerdotes y personas de vida consagrada, por los trabajadores, por los enfermos, por los países oprimidos, por los pueblos que sufren la pobreza, el hambre y desastres naturales, por el cuidado de la tierra, por los cristianos perseguidos y en dificultades, por las familias y por todos los devotos de la Virgen de los Liñares, vivos y difuntos. 

Así mismo, hemos meditado sobre las virtudes de la Virgen María basados en las reflexiones del grupo de jóvenes de Misión País que nos acompañaron este verano.

María, Madre de Jesús, es el modelo más perfecto de virtudes cristianas. Su vida refleja las actitudes fundamentales que un creyente está llamado a imitar.

La humildad es el fundamento de todas sus virtudes: aunque llena de gracia, se reconocía pequeña y dependiente de Dios, respondiendo siempre con un “sí” confiado. Rechazaba alabanzas y dirigía toda gloria al Señor, tanto en la Anunciación como en la Visitación, y especialmente al pie de la cruz.

El amor a Dios en María fue total, cumpliendo de manera perfecta el mandamiento de amar con todo el corazón. Su relación con la Trinidad –Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo– muestra su entrega plena y amorosa.

De ese amor brota la caridad con el prójimo. Sirvió a Isabel con generosidad, se preocupó de los novios en Caná y continúa intercediendo por nosotros. Su compasión es reflejo del corazón de Cristo.

La fe de María fue firme y luminosa: creyó en las promesas de Dios aun sin ver. Supo reconocer a su Hijo como Dios en cada circunstancia, desde Belén hasta el Calvario, permaneciendo siempre fiel.

La esperanza de María se apoyó en la confianza absoluta en la Providencia. En momentos de incertidumbre, pobreza o huida, esperó en las promesas divinas, y sobre todo en la resurrección de su Hijo.

La pureza de María, en cuerpo y espíritu, fue fuente de fidelidad y castidad. Se entregó plenamente a Dios y es modelo para jóvenes, esposos y consagrados, recordándonos que el cuerpo es templo del Espíritu Santo.

Su pobreza no fue solo material, sino sobre todo espiritual: desprendida de todo, tuvo a Dios como único bien. Nos enseña a vivir libres de apegos, con un corazón disponible para Él.

La obediencia de María es ejemplo de docilidad a la voluntad de Dios. Desde la Anunciación hasta el Calvario, aceptó con fe y amor los designios divinos, incluso en el dolor más grande.

La dulzura tiene origen en la bondad que derrama el corazón. La bondad del corazón de la Madre es enorme porque su fuente es inagotable, es el mismo Dios. No hay consuelo humano más grande que la ternura del corazón dulce de Nuestra Madre, que nos llama sin descanso a volver a su Hijo. 

Finalmente, la oración fue el pilar de su vida. Amaba el silencio, cultivaba la intimidad con Dios y halló en la oración la fuerza para cumplir su misión y permanecer junto a Cristo hasta la cruz.

Así, María es modelo de humildad, amor, fe, esperanza, pureza, pobreza, obediencia y oración. Su vida enseña que la verdadera grandeza está en el servicio, la confianza y el abandono total en Dios. Ella nos invita a imitar sus virtudes para crecer en santidad y alcanzar la vida eterna.

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