miércoles, 29 de octubre de 2025

SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN

El Sacramento de la Penitencia es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo para la salvación de los hombres. También se le llama Confesión, Reconciliación o Perdón, y tiene como fin restituir la amistad con Dios después de haberla perdido por el pecado.

La base bíblica del sacramento se encuentra en las palabras de Jesús resucitado a los apóstoles: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (Jn 20,22-23). Con este mandato, Cristo confirió a la Iglesia, por medio de los apóstoles y sus sucesores, el poder de perdonar los pecados en su nombre.

San Pablo también alude a este ministerio de reconciliación cuando escribe: “Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación” (2 Co 5,18). Así, la Iglesia ejerce como instrumento visible de la misericordia divina.

De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia católica solo les confirió el poder de perdonar pecados: “Solo Dios perdona los pecados” (Marcos 2:7). "Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: «El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Marcos 2:10) y ejerce ese poder divino: «Tus pecados están perdonados» (Marcos 2:5; y Lucas 7:48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (Juan 20:21-23) para que lo ejerzan en su nombre (CIC 1441).

El Catecismo de la Iglesia Católica también nos enseña que: “Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia” (CIC 1422). Este sacramento, por tanto, no es solo un acto individual, sino también eclesial: al pecar se hiere al Cuerpo de Cristo, y en la reconciliación se restaura la comunión.

Santo Tomás de Aquino explica que este sacramento es necesario porque, aunque el bautismo borra todos los pecados, la fragilidad humana hace que los cristianos vuelvan a caer. Por eso Dios, en su infinita bondad, dispuso este “segundo bautismo”, no de agua, sino de lágrimas y arrepentimiento.

El efecto principal de la Penitencia es el perdón de los pecados mortales y, con él, la recuperación de la gracia santificante. También otorga paz y consuelo espiritual, así como la fortaleza para no recaer. El Catecismo afirma: “La reconciliación con Dios es, por así decirlo, el renacimiento espiritual, cuya imagen más bella es la vuelta del hijo pródigo a la casa paterna” (CIC 1468).

El ejemplo del hijo pródigo (Lc 15,11-32) es quizá la parábola más clara del amor misericordioso del Padre. El hijo, arrepentido, vuelve humillado, pero es recibido con alegría y fiesta. Así también, cada penitente experimenta que Dios no se cansa de perdonar.

Este sacramento, aunque puede ser recibido cada vez que se necesite, la Iglesia manda confesar los pecados graves al menos una vez al año (cf. CIC 1457), especialmente en tiempo de Cuaresma, como preparación para la Pascua.

El papa Francisco ha recordado muchas veces que “la confesión no es una sala de torturas, sino un encuentro con la misericordia del Señor”. El confesor actúa “in persona Christi”, es decir, en nombre de Cristo, y guarda el secreto sacramental de modo absoluto.

Para recibir dignamente este sacramento, la tradición de la Iglesia señala cinco pasos esenciales:

Examen de conciencia

El examen de conciencia es recordar los pecados que hemos cometido desde la última confesión bien hecha, para poderlos decir al sacerdote que nos confiesa.

Arrepentimiento y contrición

Es tener la intención de no volver a cometer los pecados que se van a confesar (es decir, tener el propósito de enmienda), en atención a la justicia y la misericordia de Dios. El arrepentimiento busca sentir interiormente la culpa por los pecados cometidos, aunque el sentimiento ―que es involuntario― en sí no es necesario para hacer una buena confesión; nada más la voluntad ―que es libre― es requerida. El arrepentimiento conlleva el deseo de reparar el daño hecho por los pecados cometidos.

Confesión

La fase de la confesión consiste en la enumeración verbal de todos los pecados mortales y veniales a un sacerdote con facultad de absolver. Esta enumeración deberá ser clara, concisa, concreta y completa. Los sacerdotes están obligados a guardar en secreto los pecados confesados durante esta fase, lo que se conoce como sigilo sacramental o secreto de arcano. Un sacerdote jamás, bajo ninguna circunstancia, puede romper este secreto. El Código de Derecho Canónico indica que, de ser violado, el sacerdote queda automáticamente excomulgado: “El sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo”. (CDC, canon 983,1)

La confesión debe ser completa, es decir, debe especificar todos los pecados en tipo y número, así como las circunstancias que modifiquen la naturaleza del pecado.

Para que el sacramento de la Penitencia sea válido, el penitente debe confesar todos los pecados mortales. Si el penitente calla voluntaria y conscientemente algún pecado mortal, la confesión no es válida y el penitente comete sacrilegio. Una persona que ha ocultado a sabiendas un pecado mortal debe confesar el pecado que ha ocultado, mencionar los sacramentos que ha recibido desde ese momento y confesar todos los pecados mortales que ha cometido desde su última buena confesión. Si el penitente se olvida de confesar un pecado mortal durante la Confesión, el sacramento es válido y sus pecados son perdonados, pero debe contar el pecado mortal en la próxima Confesión si nuevamente le viene a la mente.

Absolución

El sacerdote con facultad de absolver, después de haber indicado la penitencia, y haber dado consejosapropiados si le pareciera oportuno o si el penitente mismo lo pide, da la absolución con esta fórmula: Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (CIC 1449).

El penitente responde «Amén».

Satisfacción

La satisfacción, también llamada penitencia, es una acción indicada por el sacerdote y llevada a cabo por el penitente como reparación por sus pecados.

La confesión sincera requiere humildad. El libro de los Proverbios dice: “El que encubre sus faltas no prospera; el que las confiesa y se aparta, alcanzará misericordia” (Prov 28,13). La penitencia impuesta por el confesor, aunque sea leve, une al penitente a la cruz de Cristo y lo ayuda a reparar el daño causado por el pecado.

En resumen, el Sacramento de la Penitencia es un don precioso que nos permite levantarnos cada vez que caemos. Es signo del amor infinito de Dios, que nunca abandona a sus hijos y siempre los invita a volver a la casa paterna. Por medio de este sacramento, el cristiano experimenta la verdad de las palabras del salmo: “Misericordia quiero, y no sacrificios” (Os 6,6; Mt 9,13).

 

domingo, 26 de octubre de 2025

SALMO 29 (30) SEÑOR, DIOS MÍO, A TI GRITÉ, Y TÚ ME SANASTE; TE DARÉ GRACIAS POR SIEMPRE.

El Salmo 29 (30) es uno de los más bellos cantos de acción de gracias del salterio: reconoce la fragilidad humana (“escondiste tu rostro, y quedé desconcertado”) y la misericordia de Dios que transforma el dolor en alegría (“cambiaste mi luto en danzas”). Su tema central nace del corazón de alguien que da gracias a Dios porque ha sido liberado del peligro de muerte o de una situación límite y muestra cómo el sufrimiento y el dolor se transforman en alegría cuando se experimenta la misericordia divina.

Alabanza inicial

“Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, Dios mío, a ti grité, 
y tú me sanaste.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.”

El salmista comienza con una acción de gracias directa y personal. Habla de una enfermedad o peligro de muerte (“bajaba a la fosa”) que Dios ha revertido. “Ensalzaré” indica elevar a Dios por encima de todo, reconocer su poder salvador. El verbo “me sanaste” puede entenderse tanto en sentido físico como espiritual.

Cada vez que Dios nos saca de una situación oscura —culpa, tristeza, desesperación—, podemos hacer nuestras estas palabras.

Invitación a alabar

“Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.”


El salmista invita a la comunidad a unirse a su gratitud. Se revela aquí el carácter misericordioso de Dios: su enojo es breve, su amor es eterno. “Atardecer y mañana” son una metáfora del paso de la tristeza a la alegría, de la noche del sufrimiento a la luz del nuevo día.

Dios permite el dolor por un tiempo, pero su propósito último es siempre la vida y la restauración.

Confesión de autosuficiencia y caída

“Yo pensaba muy seguro:
‘No vacilaré jamás.’
Tu bondad, Señor, me aseguraba
el honor y la fuerza;
pero escondiste tu rostro,
y quedé desconcertado.”


Aquí el orante recuerda un momento de orgullo o falsa seguridad. Reconoce que su estabilidad venía de Dios, no de sí mismo. Cuando “Dios esconde su rostro” (imagen bíblica de la prueba o la ausencia sentida de Dios), se desmorona.

La autosuficiencia espiritual lleva a la caída. Esta estrofa enseña humildad: la vida depende siempre de la gracia divina.

Súplica en la aflicción

“A ti, Señor, llamé,
supliqué a mi Dios:
‘¿Qué ganas con mi muerte,
con que yo baje a la fosa?
¿Te va a dar gracias el polvo,
o va a proclamar tu lealtad?
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.’”

Es una plegaria desesperada pero llena de confianza. El salmista razona con Dios: su vida tiene sentido solo si puede seguir alabándolo. “El polvo” representa la muerte, el silencio de quien ya no puede proclamar la gloria divina.

La oración auténtica puede ser también una conversación honesta con Dios, incluso argumentativa; nace del deseo de seguir viviendo para servirle.

Transformación y alabanza final

“Cambiaste mi luto en danzas,
me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
te cantará mi alma sin callarse.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.”

La experiencia de salvación se convierte en gozo y celebración. “Luto en danzas” y “vestido de fiesta” son imágenes de renovación total. El salmista promete una alabanza continua, sin silencio ni olvido.

Cuando Dios actúa, el dolor se convierte en testimonio. La fe madura transforma la experiencia de sufrimiento en canto y esperanza.

El salmo refleja un camino interior: Dolor y súplica, → Intervención de Dios →Gratitud y alegría.

Podría resumirse así:

El Señor me devolvió la vida, y mi lamento se transformó en canto.”

Por eso la liturgia lo usa en momentos de acción de gracias personal, recuperación, o para cerrar el día (como en las Vísperas): es un himno de confianza en que Dios no deja al justo en la oscuridad.

LECTIO DIVINA

Invocación

Señor, antes de cerrar este día, quiero hacer memoria de tu presencia en mi vida. Ven con tu luz, ilumina mis heridas, reaviva mi gratitud, y enséñame a ver cómo me has sostenido, incluso en mis noches más oscuras.

1. “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”

Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste. Detente un momento y recuerda alguna situación en la que sentiste miedo o dolor. Dios no siempre quita el dolor, pero siempre entra en él contigo.

2. “Su cólera dura un instante, su bondad de por vida”

Al atardecer nos visita el llanto, por la mañana, el júbilo. La vida es un paso constante entre la noche y el amanecer. Tu bondad, Señor, me sostiene cada día.

3. “Escondiste tu rostro, y quedé desconcertado”

Reconoce sin miedo los momentos en que te sentiste solo o sin fe. En esa noche interior, Dios no te abandona: te enseña a confiar en Él.

4. “Escucha, Señor, y ten piedad de mí”

Habla con Él como con un amigo: exprésale tus miedos, tus dudas, tus deseos más hondos. Él acoge tus preguntas y las convierte en oración.

5. “Cambiaste mi luto en danzas”

Aunque no veas el final de tu lucha, Dios ya está obrando. Imagina que Él te cubre con un manto nuevo, símbolo de su amor y su perdón. Te daré gracias por siempre.

Oración final

Señor, Dios mío, cuando mi alma se cansa, recuérdame que Tú eres mi fuerza. Cuando temo la noche, muéstrame la aurora que preparas. Y cuando todo parezca perdido, hazme creer que mi luto terminará en danzas y mi silencio en canto. Amén.

miércoles, 22 de octubre de 2025

SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

La Eucaristía (del griego εχαριστία, eucharistía, acción de gracias), es el sacramento central de la vida cristiana, el “sacramento de los sacramentos”, porque en él Cristo mismo se hace presente de manera real, verdadera y sustancial bajo las especies de pan y vino (CIC, 1374). Jesús la instituyó en la Última Cena, la noche antes de su Pasión, cuando tomó el pan y el cáliz y dijo: “Tomad y comed: esto es mi Cuerpo… Bebed todos de él, porque esta es mi Sangre de la Alianza” (Mt 26,26-28). De este modo, cumplía su promesa: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51).

En la Eucaristía se unen inseparablemente el sacrificio y el banquete: es el memorial de la cruz y, al mismo tiempo, el alimento espiritual de los fieles (CIC 1382). San Pablo recuerda: “Cada vez que coméis este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Cor 11,26). El Concilio de Trento afirmó que en este sacramento se ofrece el mismo Cristo inmolado en la cruz, solo que de manera incruenta. Esta presencia real de Cristo se explica por la doctrina de la transubstanciación, según la cual la sustancia del pan y del vino se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, permaneciendo solo sus apariencias (CIC 1376). Santo Tomás de Aquino precisaba que Cristo está presente “bajo las especies sacramentales” y no como en un lugar físico (Suma Teológica III, q.76).

San Ignacio de Antioquía, que fue discípulo directo de San Juan, el apóstol amado quien se recostó sobre el pecho de Jesús en la última cena, nos acerca este misterio para entender lo que Jesús enseñó sobre su cuerpo y su sangre.

En su carta a los cristianos de Esmirna alrededor del año 110, San Ignacio escribió, refiriéndose a los herejes, que ellos se abstienen de la Eucaristía y de la oración porque no confiesan que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, la carne que sufrió por nuestros pecados y que el Padre resucitó por su bondad.  San Ignacio no estaba escribiendo siglos después ni especulando una interpretación.  Él transmitía lo que recibió de los apóstoles: la Eucaristía es la carne de Cristo.

En el apocalipsis vemos al cordero como inmolado, pero vivo. Así es la Eucaristía, Cristo muerto y resucitado entregándose eternamente por nosotros. Cristo murió una sola vez, la misa no repite el sacrificio, lo hace presente al cristiano, pero actualizado sacramentalmente en el tiempo.

Algunos dicen que Jesús hablaba en sentido figurado cuando dijo este es mi cuerpo, pero en Juan 6,51-57 leemos que Jesús repite una y otra vez “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” y cuando muchos se escandalizaron lo abandonaron, pero Jesús no los corrigió, no suavizó sus palabras porque hablaba de algo real. así los primeros cristianos eran acusados de canibalismo por los paganos, morían mártires como San Ignacio por algo que creían real, creían porque sabían que Cristo mismo se hacía presente en cada misa. 

La Eucaristía no es solo un símbolo. San Agustín, otro testigo de la fe antigua, dijo, “nadie come de esta carne sin antes haberla adorado. No sería pecado adorarlo sino pecado no adorarla

La Eucaristía no solo nos une a Cristo, sino que edifica a la Iglesia: quienes comulgan participan de un mismo pan y se hacen un solo cuerpo (cf. CIC 1396; 1 Cor 10,17). Como afirmaba San Agustín: “Si vosotros sois el Cuerpo de Cristo y sus miembros, es vuestro misterio el que está sobre la mesa del Señor” (Sermón 272). Por ello, la constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II la llama “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (LG 11).

Este sacramento es memorial en sentido pleno: no es solo recuerdo simbólico, sino actualización sacramental de la Pasión y Resurrección de Cristo (CIC 1366). San Ignacio de Antioquía la llamaba “medicina de inmortalidad y antídoto contra la muerte” (Carta a los Efesios, 20). Para recibir dignamente la comunión es necesario estar en gracia de Dios, de lo contrario, advierte San Pablo, se come y bebe la condenación (1 Cor 11,27-29; CIC 1385).

Desde los primeros siglos, los cristianos se reunían el domingo para celebrar la fracción del pan (Hch 20,7). San Justino Mártir, en el siglo II, describió la celebración eucarística con gran semejanza a la Misa actual (Apología I, 65-67). Así, la tradición siempre reconoció en ella el signo de unidad de la Iglesia: “Un solo pan, y todos participamos de ese único pan” (1 Cor 10,17).

Eucaristía no es un símbolo bonito, es Cristo, es amor que se queda, es Dios que no se cansa de venir a ti. Nosotros solo podemos hacer lo que hizo la Iglesia desde sus inicios: adorar el misterio, recibirlo con humildad, alimentarnos de este pan vivo bajado del cielo: “el que come de mi carne y bebe de mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.

Así, el sacramento de la Eucaristía es el corazón mismo de la fe cristiana: memorial vivo del amor de Cristo, fuente de unidad y caridad, prenda de la gloria futura y esperanza de la Iglesia que peregrina hacia el banquete eterno del Reino de Dios.

Y tú ¿te atreves a recibirlo? 

lunes, 20 de octubre de 2025

SIETE NUEVOS SANTOS PARA NUESTRO TIEMPO

Este domingo 19 de octubre de 2025, en una emotiva ceremonia en la Plaza de San Pedro, el Papa León XIV proclamó siete nuevos santos para toda la Iglesia.

El Papa León XIV, en su homilía, el Papa enfatizó que estos nuevos santos “mantuvieron viva la lámpara de la fe” y nos invitan a vivir con esperanza y compromiso y destacó que estos siete santos muestran la universalidad y actualidad de la santidad: hombres y mujeres, laicos y consagrados, científicos, misioneros y mártires. Todos vivieron el Evangelio en circunstancias diversas, convirtiéndose en luces de esperanza para el mundo.

El Papa León XIV recordó en su homilía que “la santidad no es para unos pocos elegidos, sino para todos los bautizados que viven el amor cada día.” Estos nuevos santos son testigos de esperanza para una Iglesia que busca servir, sanar y reconciliar. Sus vidas nos animan a decir, como ellos, “Aquí estoy, Señor, envíame.”

San José Gregorio Hernández Cisneros (Venezuela, 1864-1919)

El médico de los pobres. Científico, docente y cristiano ejemplar, dedicó su vida a atender gratuitamente a los más necesitados. Su canonización es una fiesta para todo el pueblo venezolano y para quienes ven en él un modelo de fe y servicio. “La caridad es el mejor remedio para todas las enfermedades del alma.” 
Fiesta: 29 de junio.


Santa María del Monte Carmelo Rendiles Martínez (Venezuela, 1903-1977)
Religiosa caraqueña que, a pesar de nacer sin un brazo, fundó las Siervas de Jesús para ayudar a los sacerdotes y a los pobres. Su vida enseña que la limitación no impide amar ni servir con plenitud.
Fiesta: 9 de mayo.

San Pedro To Rot (Papúa Nueva Guinea, 1912-1945)
Catequista laico y padre de familia. Fue asesinado por defender el matrimonio cristiano durante la ocupación japonesa. Es el primer santo de Papúa Nueva Guinea, ejemplo del valor de los laicos en la Iglesia. 
Fiesta: 7 de julio.

San Ignacio Choukrallah Maloyan (Armenia, 1869-1915) 

Arzobispo armenio de Mardin, en el Imperio Otomano; fue detenido y ejecutado por motivos de fe durante los convulsos años del genocidio armenio. Rechazó renunciar a su fe y murió proclamando el nombre de Cristo. Su testimonio es un recordatorio de la fidelidad hasta el final. 
Fiesta: 11 de junio.

Santa María Troncatti (Italia/Ecuador, 1883-1969)

Salesiana y misionera en la Amazonía ecuatoriana, donde sirvió por casi 50 años entre los pueblos Shuar. Enfermera, educadora y catequista, vivió con alegría la entrega total. “Servir con una sonrisa es la mejor medicina del alma.” 
Fiesta: 25 de agosto.

Santa Luigia (María Vincenza) Poloni (Italia, 1802-1855)

Cofundadora de las Hermanas de la Misericordia de Verona, dedicó su vida a cuidar enfermos y pobres. Encarnó la santidad sencilla del servicio cotidiano y la ternura evangélica. Su santidad nos recuerda la caridad diaria, los comienzos de la vida religiosa en el siglo XIX, y la acción social desde la fe. 
Fiesta: 11 de noviembre.

San Bartolo Longo (Italia, 1841-1926)

Antiguo abogado que, tras una juventud alejada de Dios y envuelta en el ocultismo, tuvo una de las conversiones más dramáticas: pasó del ateísmo y satanismo al catolicismo ferviente. Fundó el Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya y promovió el rezo del Rosario por todo el mundo. Su vida demuestra que nadie está tan lejos que no pueda volver al amor de Dios. 
Fiesta: 6 de octubre.






miércoles, 15 de octubre de 2025

SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

El Sacramento de la Confirmación es uno de los tres Sacramentos de iniciación cristiana, junto con el Bautismo y la Eucaristía. Por medio de él, las personas bautizadas se integran de forma plena como miembros de la comunidad, reciben la plenitud del don del Espíritu Santo y se fortalecen.

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) enseña: “La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el Sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo y a su Iglesia, y asociarnos más estrechamente a su misión” (CIC, n. 1316).

El sujeto de la Confirmación es todo bautizado que no la haya recibido aún y que esté debidamente preparado. El CIC señala: “Para recibir la Confirmación se requiere estar en estado de gracia, haber recibido instrucción conveniente y estar debidamente dispuesto” (CIC, n. 1319).

Aunque el código de derecho canónico indica que los “fieles están obligados a recibir ese sacramento en el tiempo oportuno” (canon 890), su no administración no condiciona la validez del bautismo, aunque sí la del orden sacerdotal y la del matrimonio, aunque este último se puede recibir antes sub conditione, a la espera de recibir en breve la confirmación. No tendrían sentido la recepción de estos sacramentos sin el primero.

En este Sacramento, al confirmando, tras recibir una catequesis previa si tiene edad suficiente, se le pide que acepte de forma libre y consciente las promesas realizadas en el bautismo, normalmente por sus padres y durante su primera infancia. La catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la comunidad parroquial, y durante esa preparación se suelen tratar temas diversos en especial la fe católica en el Espíritu Santo y sus siete dones, pero también otros contenidos como la Iglesia, María, los Sacramentos (entre ellos, la Eucaristía, el perdón o reconciliación, etc.), la Biblia con particular énfasis en los evangelios, la oración, la resurrección, etc.

El Sacramento de la Confirmación tiene por finalidad que el confirmado sea fortalecido con los dones del Espíritu Santo, completándose la obra del bautismo. Los siete dones del Espíritu Santo, que se logran gracias a la Confirmación, son: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. El Sacramento pretende lograr en el confirmado un arraigo más profundo a la filiación divina, que se una más íntimamente con su Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra, ya que por él será capaz de defender su fe y de transmitirla, lo que por el Sacramento se compromete a hacer activamente.

Martín Lutero manifestó no haber encontrado bases bíblicas suficientes que probaran la institución de la Confirmación como Sacramento, por lo que los protestantes no reconocen la sacramentalidad de la Confirmación como rito diferente del bautismo. Según ellos, el don del Espíritu Santo se confiere plenamente en el bautismo para ser testigo de Cristo ante el mundo. Sin embargo, podemos encontrar en varios textos del Nuevo Testamento el fundamento bíblico de este Sacramento. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que los apóstoles imponían las manos sobre los bautizados para que recibieran el Espíritu Santo: “Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” (Hch 8,17). También san Pablo hizo lo mismo en Éfeso: “Y habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar lenguas y a profetizar” (Hch 19,6). En el día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles reunidos con María: “Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2,4). Este acontecimiento marcó el origen espiritual de la Confirmación como inicio de la misión de la Iglesia, y cada confirmado participa de ese mismo impulso misionero.

El rito católico actual consiste, dentro de la celebración de la misa, tras la homilía, en primer lugar, en la renuncia al mal y al pecado y la profesión de fe, que renueva la renuncia y profesión que hicieron sus padres en el bautismo. Es muy importante la profesión de la fe, pues en esta fe se recibe el Sacramento y fiel a esta se compromete ya con su madurez adquirida a vivir de ahora en adelante, no como mandato de los padres, sino con propia aceptación y voluntad. Después se impone a cada confirmando las manos como signo de la invocación del Espíritu Santo y luego se le unge en la frente haciendo la señal de la cruz con el santo crisma, aceite consagrado, que simboliza la fuerza y el gozo del Espíritu mientras el ministro (habitualmente, el obispo o uno de sus vicarios) le dice la frase ritual: «N., Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo», a lo que se responde: «Amén». El rito de la Confirmación concluye con un saludo de paz al que ya es miembro completo de la Iglesia; luego sigue la misa como de costumbre.

Es conveniente que un padrino o una madrina acompañe a quién será confirmado. Se trata de una costumbre antigua de la Iglesia, al igual que en el caso del bautismo. Cada confirmando no debe tener más de un padrino/madrina. La Iglesia prefirió siempre que cada confirmando tuviese su padrino o madrina, y rechazó el abuso de que uno fuese padrino de muchos, salvo verdadera necesidad.

Las condiciones que debe reunir el padrino o madrina son: que sea un creyente católico, maduro en la fe para que le ayude a vivir esta fe en profundidad. Para esto, resulta razonable que se trate de un miembro activo del cuerpo de la Iglesia, que haya recibido los tres Sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) y que no esté impedido por el derecho canónico para ejercer tal función, que sea mayor de 16 años y en uso de razón, que tenga intención de desempeñar el cargo, que no sea padre, madre o cónyuge del confirmando, que haya sido designado por el confirmando, o en su defecto por sus padres o tutores, o por el ministro o párroco, que, en el acto de la Confirmación, se ubique detrás del confirmado y coloque su mano derecha sobre el hombro del confirmando, significando que será su apoyo en la fe.

Este Sacramento significa para el católico afirmar su fe y continuar con ella, incentiva a la formación cristiana permanente y a la catequesis de adultos donde Dios los elige como sus hijos. A los bautizados, el Sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo.

Los efectos de la Confirmación son múltiples y profundos: Aumenta y perfecciona la gracia bautismal, une más íntimamente con Cristo y con la Iglesia, fortalece los dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios (Is 11,2), imprime un carácter espiritual indeleble, que no puede borrarse ni repetirse, da fuerza para confesar la fe con valentía y vivir como testigo de Cristo. “El Espíritu Santo, al darnos su fuerza, nos hace testigos de Cristo” (CIC, n. 1303).

La Confirmación es, por tanto, un Sacramento de madurez cristiana. No significa el final del camino de la fe, sino el comienzo de una vida más comprometida con el Evangelio. Jesús prometió: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos … y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). “El Sacramento de la Confirmación se ha de administrar a los fieles en torno a la edad de la discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine otra edad, o exista peligro de muerte o, a juicio del ministro, una causa grave aconseje otra cosa”. (Código de Derecho Canónico, canon 891). En la mayoría de las diócesis, el sujeto recibe el Sacramento con los 14 o 15 años, aunque se pueden dar casos con menor edad.

Quien ha sido confirmado está llamado a vivir con alegría y responsabilidad su fe, participando activamente en la comunidad y en el servicio a los demás. Como enseña el Papa Francisco: “La Confirmación nos une más a Cristo y nos da una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe por palabra y obra” (Audiencia General, 2018).

En resumen, la Confirmación es el Pentecostés personal de cada cristiano. Es el momento en que Dios, por medio de su Espíritu, nos unge para ser luz, testigos y constructores de su Reino en el mundo.

“El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8,26), y con Él, el cristiano puede decir con valentía: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece” (Flp 4,13).

lunes, 13 de octubre de 2025

BIENVENIDA A NUESTRO NUEVO PÁRROCO

La comunidad de San Miguel de Oia celebra con alegría la llegada de su nuevo párroco, Don José Juan Sobrino Pino.

Este domingo 12 de octubre, festividad de la Virgen del Pilar y vigésimo octavo del tiempo ordinario, la comunidad parroquial de San Miguel de Oia vivió una jornada muy especial: la bienvenida a nuestro nuevo párroco, Don José Juan Sobrino Pino.

Hace apenas una semana despedíamos con gratitud a Don Benito, quien durante años guio nuestra parroquia con entrega y dedicación. Hoy, con el mismo espíritu de agradecimiento, acogemos con alegría a quien viene a continuar esa misión pastoral entre nosotros.

En el atrio de la iglesia, Don José Juan nos saludó con sencillez y cercanía, acompañado por los monaguillos, antes de iniciar la celebración de la Eucaristía. En el interior del templo, la Coral Polifónica Lira de San Miguel de Oia embelleció la liturgia con sus cantos, ayudándonos a vivir un ambiente de oración y comunidad.

La misa contó con una gran participación de feligreses, tanto de la parroquia como de las parroquias que deja, que quisieron acompañarle en esta nueva etapa de su ministerio pastoral.

Los niños de catequesis leyeron las preces, otros presentaron las ofrendas, una de ellas representando a  los distintos grupos parroquiales, que quisieron expresar así su disposición a colaborar y trabajar unidos al nuevo pastor.

Durante la celebración, se leyó una monición de entrada que nos recordaba el privilegio que supone, en tiempos de escasas vocaciones, contar con un sacerdote que nos acompañe en la fe y administre los sacramentos. También se elevó una acción de gracias por este nuevo ministro, pidiendo al Señor que bendiga la labor de Don José Juan y que, bajo la protección de la Virgen de los Liñares y de San Miguel, su servicio sea reflejo del amor de Cristo.

Al concluir la misa, Don José Juan dirigió unas palabras llenas de emoción y gratitud por la cálida acogida recibida. La jornada terminó con un pequeño ágape compartido a la salida del templo, donde reinó el buen ambiente y la alegría de sentirnos una comunidad viva y esperanzada.

Damos gracias a Dios por este nuevo comienzo, y pedimos que el Espíritu Santo ilumine y fortalezca a nuestro nuevo párroco en su misión.

“Que el Señor bendiga el ministerio de nuestro nuevo párroco y fortalezca los lazos de fe y fraternidad en nuestra parroquia de San Miguel de Oia.”

¡Bienvenido, Don José Juan, a la familia parroquial de San Miguel de Oia!

sábado, 11 de octubre de 2025

LLEGAR TARDE A MISA

Llegar a misa a tiempo (incluso con algo de antelación) no es solo una cuestión de cortesía, sino de respeto y amor a Dios y a la comunidad. La Misa es una unidad, desde el Acto Penitencial hasta la Comunión final. Todo tiene sentido en conjunto.

 La misa no es una reunión cualquiera, sino el Sacrificio de Cristo actualizado en el altar, el acto más grande de adoración que la Iglesia puede ofrecer. Participar plenamente desde el inicio es una forma de reconocer eso y de preparar el corazón para encontrarse con el Señor.

La Iglesia Católica enseña que los fieles deben participar entera y conscientemente en la Eucaristía: “Los fieles deben estar presentes desde el comienzo hasta el final de la celebración para participar plena, consciente y activamente.” (Instrucción General del Misal Romano, n. 17 y 18)

Además, el Código de Derecho Canónico (c. 1247) dice que los católicos tienen el deber de participar en la Misa los domingos y días de precepto y esto requiere participar plenamente, especialmente en la Liturgia de la Palabra (que incluye los Ritos Iniciales, Lecturas, Evangelio, homilía) y la Liturgia de la Eucaristía. Ambas son esenciales, como enseña el Concilio Vaticano II (Sacrosanctum Concilium, n. 56): “Las dos partes que constituyen, en cierto modo, un solo acto de culto, están tan íntimamente unidas que forman una sola acción litúrgica.” Por tanto, asistir a toda la Misa, desde el inicio hasta el final, es el modo normal y correcto de participar.

Pero ¿qué pasa si llego tarde a Misa? Muchos llegan tarde a Misa y dicen “no importa llegar tarde, lo importante es estar”.  ¿Hasta qué punto si llegas cuando ya la Misa ha iniciado cumples con el precepto? La instrucción general del Misal romano en los numerales 46 y 47 nos explica que la Eucaristía se inicia con los Ritos Iniciales, los cuales tienen como objetivo reunir a la asamblea, disponerla a la escucha de la palabra de Dios y prepararla para vivir dignamente la Eucaristía, es decir es una parte esencial de la celebración. Saltarla o llegar tarde es perdernos esta preparación inicial y así no estar dispuesto para vivir la Eucaristía plenamente y sobre todo romper con la unidad de la asamblea.

Piensa esto, si te invitan a una cena importante y llegas después de que ya sirvieron el plato fuerte, ¿no crees que estaría mal?, te has perdido el saludo, la disposición inicial, los platos de entrada, ...  Así pasa en la Eucaristía no sólo es llegar a comulgar el cuerpo de Cristo, es vivir todo el banquete. La Iglesia nos enseña que para cumplir con el precepto dominical hay que vivir la Eucaristía completa, y participar de toda la celebración.

La Iglesia no define un minuto exacto o una parte específica como el “mínimo válido”, pero basándonos en la enseñanza tradicional y el sentido teológico, se considera que se debe estar presente al menos desde el inicio de la Liturgia de la Palabra hasta el final de la Liturgia de la Eucaristía, es decir, desde las lecturas bíblicas (mejor si desde la primera lectura, pero como mínimo desde el Evangelio) hasta el final de la Misa (incluyendo la comunión y bendición final)

No se cumpliría el precepto si llegas después del Evangelio, y sin una causa justa (como enfermedad, accidente, transporte, niños, etc.); si te vas antes de la comunión o de la bendición final, sin una razón válida; si estás físicamente presente pero no participas conscientemente (dormido, distraído completamente, etc.).

Más allá de la norma, lo importante es el amor y la reverencia: si realmente creemos que en la Misa nos encontramos con Cristo vivo, tratamos de llegar antes, no solo “a tiempo”, para disponernos en silencio y oración.

La misa no es un trámite, es un encuentro con Cristo. Si llegas tarde por una razón seria, no hay culpa grave, si fue por descuido o pereza habitual, conviene mencionarlo en confesión.

Por lo tanto, tenemos que tratar de llegar antes del Acto Penitencial, porque es aquí donde se perdonan todos esos pecados veniales que traemos de nuestro día a día, y así dignificar nuestro corazón para recibir a Cristo, pero si se representa alguna situación difícil por lo menos trata de llegar antes del Acto Penitencial para así participar de la celebración eucarística completa.

 

miércoles, 8 de octubre de 2025

SACRAMENTO DEL BAUTISMO

El Bautismo es el primero de los sacramentos de la Iglesia y la puerta de entrada a los demás sacramentos y a la vida en Cristo, la vida cristiana. Se le llama también el “sacramento de la fe”, porque la persona al ser bautizada, a través de él, se une a Cristo y a su Cuerpo místico, la Iglesia, que es la familia de Dios, en definitiva, comienza un camino de adhesión a Cristo y a su comunidad. “El Bautismo es el sacramento de la regeneración por el agua en la palabra." (CIC 1213). El bautismo representa una transformación radical, un renacimiento a una vida espiritual y el perdón de todos los pecados, incluyendo el pecado original.

El rito infunde el Espíritu Santo en la persona, haciéndola templo del Espíritu y capaz de vivir una vida sobrenatural. Este sacramento fue instituido por Jesús, quien mandó a sus discípulos: "Por tanto, vayan y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo." (Mateo 28, 19-20). Por ello, la Iglesia desde los primeros tiempos lo ha considerado necesario para la salvación.

El Bautismo borra el pecado original, y también todos los pecados cometidos antes de recibirlo. Nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia y herederos de la vida eterna. Es un don gratuito, que la persona recibe por la gracia divina y no por méritos propios. “El Bautismo confiere la gracia santificante; borra el pecado original y todos los pecados personales; nos hace miembros de Cristo y de la Iglesia." (CIC 1214)

Uno de los símbolos más importantes es el agua. La inmersión en el agua simboliza la purificación, la muerte al pecado y la resurrección a una nueva vida con Cristo. Así como el agua limpia y da vida, en el Bautismo se convierte en signo de regeneración espiritual. "Jesús respondió: ‘En verdad, en verdad te digo, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.’." (Juan 3, 5). Se pronuncia la fórmula "Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo".

La cruz trazada en la frente es otro signo esencial. Con ella se señala la pertenencia a Cristo, recordando que el bautizado le pertenece de manera definitiva. “Fuimos, pues, con él sepultados por el Bautismo en la muerte, a fin de que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva." (Romanos 6, 4)

La unción con el Santo Crisma significa la participación del bautizado en la triple misión de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Por esta unción, se fortalece con el Espíritu Santo para vivir como testigo de la fe. “Pedro les dijo: ‘Convertíos y cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo’." (Hechos 2, 38)

La vestidura blanca simboliza la nueva dignidad: la pureza, la vida nueva y la gracia que reviste al cristiano. Se invita a conservarla limpia hasta la vida eterna.

El cirio encendido tomado del cirio pascual representa la luz de Cristo, que ilumina al nuevo bautizado. Indica que está llamado a vivir como “hijo de la luz” y a perseverar en la fe. “El agua del Bautismo simboliza la muerte al pecado y la vida nueva en Cristo. La vestidura blanca y el cirio encendido son signos de la pureza y la luz de Cristo." (CIC 1234)

En la celebración también están los padrinos, cuya misión es acompañar al bautizado en su camino de fe, apoyando la formación cristiana y el testimonio. En este caso, los padres y padrinos hacen la profesión de fe en nombre del niño, confiando en la gracia de Dios para el desarrollo espiritual futuro del pequeño." Los padrinos ayudan al bautizado a perseverar en la vida cristiana y a cumplir las obligaciones derivadas del Bautismo."(CIC 1262)

Los beneficios del Bautismo son múltiples:
  • Nos incorpora a la Iglesia, Cuerpo de Cristo.
  • Nos hace hijos adoptivos de Dios.
  • Infunde las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
  • Nos da la gracia santificante, que es la vida de Dios en el alma.
  • Nos abre la puerta a los demás sacramentos.
  • Nos concede la vida eterna, si permanecemos fieles hasta el final.
  • Nos libera del poder del pecado y de la muerte eterna.
El Bautismo es, por tanto, un nuevo nacimiento. De ahí que la Iglesia lo celebre con alegría y lo cuide como fundamento de toda vida cristiana. El bautismo no solamente purifica de todos los pecados, sino que también hace del neófito "una nueva creación", un hijo adoptivo de Dios, que ha sido hecho "participe de la naturaleza divina", miembro de Cristo, coheredero con Él, y templo del Espíritu Santo (CIC 1265).

A lo largo de la vida, el bautizado está llamado a renovar las promesas bautismales, especialmente en la Vigilia Pascual, para recordar su compromiso de renunciar al mal y de vivir en comunión con Dios.

Este sacramento es un don inmenso de amor divino, que transforma la existencia y marca para siempre con el sello de Cristo. Es la primera gracia y la raíz de toda la vida espiritual.

domingo, 5 de octubre de 2025

DESPEDIDA DE D. BENITO

 

Querido D. Juan Benito,

Hoy, al despedirnos de usted tras ocho años compartiendo la vida parroquial, lo hacemos con el corazón lleno de sentimientos encontrados. Su presencia entre nosotros ha dejado huella, y con el paso del tiempo, cada uno sabrá reconocer lo que su ministerio ha aportado a esta comunidad.

Durante este tiempo, hemos sido testigos de su incansable dedicación tanto en el cuidado espiritual como en las muchas mejoras materiales que se han llevado a cabo en nuestra parroquia. Gracias a su esfuerzo y entrega, la Iglesia, la Capilla, el cementerio  y sus alrededores han experimentado importantes renovaciones que perdurarán como testimonio de su paso por nuestra comunidad (se pueden consultar en la web parroquial:

 https://parroquiasanmiguel8.wixsite.com./principal )

Pero, más allá de lo visible, valoramos especialmente su trabajo pastoral, su presencia constante en los sacramentos, y su deseo de fortalecer la vida cristiana en cada rincón de nuestra parroquia.

Hemos compartido caminos de fe, celebraciones, dificultades y también momentos de crecimiento como comunidad. No han faltado desafíos, y somos conscientes de que ha sido un camino con luces y sombras, como toda convivencia sincera. Sabemos que su manera de hablar no siempre fue fácil de entender o aceptar, y que a veces las palabras dolieron más de lo que ayudaron y en ocasiones las formas de comunicar han generado tensiones y opiniones diversas. Sin embargo, también sabemos que detrás de cada palabra y de cada decisión siempre hubo un profundo amor por Jesucristo y una sincera devoción por nuestra querida Virgen de los Liñares.

Lo que nadie puede negar es su pasión por Cristo, su fidelidad a la Iglesia y su inmenso amor por nuestra Virgen de los Liñares. La devoción con la que celebró cada Eucaristía, la fuerza con la que nos habló de Dios, y la forma en que defendió su vocación y su incansable labor por mantener viva nuestra comunidad parroquial nos dejan una huella que no se borra.

Hemos crecido como comunidad gracias a su acompañamiento, y hoy podemos decir con orgullo que ha formado parte de nuestra historia y de nuestras vidas.

Gracias por su tiempo, por su servicio, por sus oraciones y también por sus silencios. Gracias por haber estado, incluso en los momentos en que era difícil hacerlo.

Sabemos que el Señor le llama ahora a continuar su misión en otro lugar, que su nueva comunidad recibirá a un gran sacerdote, y aunque nos duele verle partir, también confiamos en que allí donde vaya, seguirá sembrando esperanza, fe y amor, como lo ha hecho aquí. Le acompañamos con nuestra oración y pidiendo que el Espíritu Santo le siga iluminando en esta nueva etapa, con el deseo sincero de que el Señor le siga fortaleciendo en su misión, y que la Virgen de los Liñares —a quien tanto ha amado y venerado— le acompañe y que lo proteja siempre.

Le deseamos lo mejor en esta nueva etapa de su vida pastoral.

Con cariño y gratitud.


Su comunidad parroquial de San Miguel de Oia


sábado, 4 de octubre de 2025

A JUAN BENITO RODRÍGUEZ GUERREIRO

Hoy en la comida de despedida de D. Benito y tras hacerle unos regalos, nos sorprendía gratamente Chirri con otro regalo, unos versos dedicados a D. Benito que en un tono alegre nos describía el sentir de la mayoría de los comensales.
Los transcribimos aquí, con autorización del autor, para el deleite de todos.

A Juan Benito Rodríguez Guerreiro
por apellido  por linaje
el día de su homenaje

No es nada fácil glosar
a este ilustre personaje
que nos hace meditar
y seguirle en su lenguaje.

Se maneja en castellano
en gallego y en latín
y el sufrido pueblo llano
nunca ve llegar el fin

Al rendirle pleitesía
no olvidamos el pavor
que causan sus homilías,
pues del texto desvaría
a pesar de su fervor.

Cuenta la historia sagrada
que el Creador de esta tierra
al finalizar su obra
realizó una maniobra.

Allí arriba, en una esquina
le puso su mano encima
y creó las cinco rías.

Ante un hecho tan notorio
excitáronse los egos,
y comprendiendo el agravio
y compensar el dispendio,
nos instaló a los gallegos.

La anécdota viene a cuento
le va como anillo al dedo
al párroco de este evento

El Salvador le dotó
de una fe inquebrantable
inmenso celo apostólico
una entrega interminable
que envidia cualquier católico.

¿Cuál fue la contrapartida
y compensar sus efectos?
Pongo en forma resumida
los principales defectos.

Siempre fuisteis cabezón
eres como roca dura
desdeñas nuestra opinión
que sale del corazón
y está llena de ternura
(Pido perdón por la rima
hay exceso de autoestima)

No aplica el dicho eclesial
que en época de melones
proceden cortos sermones,
es a la vez impuntual.

Perfilando su talante
el comer bien le estimula
se refleja en su semblante
aunque se queda distante
del pecado de la gula.

Basta ya de hacer reproches
no es lo que tú te mereces
todo lo que nos has dado
es suntuoso legado
que agradecemos con creces.

Lloras porque te cambiaron
y poco te defendieron,
ríen los que te insultaron
y en su vileza gozaron.

Tus lágrimas a millares
y tu rostro entristecido
al mirar ensimismado
a tu Virgen de Liñares.

Tus testigos presenciales
compartimos tu dolor
entendemos lo que vales
porque fue mayor tu amor.

Ese amor se reflejó
cuando llegó la pandemia.
enseguida comprendió
que su trabajo vital
ya no estaba en la parroquia
estaba en el Hospital.

No sigo porque me irrita
el ponerlo por las nubes
si estás abajo subes,
el halago debilita.

He pretendido expresar
el sentir de los presentes
veraneantes ausentes
al no estar en el lugar.

Es Benito nuestro cura,
te vamos a echar de menos
aunque cerca te tendremos,
mientras, nuestro amor, perdure.

El tuyo lo conocemos
pues no tiene condiciones
y todos te agradecemos
que nos colmes de oraciones.

Tienes un nuevo proyecto
y todo inicio es muy duro,
mas si limas los defectos
como tus fines son rectos
logras éxito seguro.

Y ya como colofón
con nuestro mayor afecto
y un cariño predilecto
recibe nuestra oración.

Benito, te quiero,
no hay adiós sino hasta luego.
Gracias por todo


Chirri

En Vigo a 4 de Octubre de 2025

SAN FRANCISCO DE ASÍS

San Francisco de Asís, nacido como Giovanni di Pietro Bernardone en Asís, Italia, hacia 1181 o 1182, fue hijo de un próspero comerciante de telas. Desde joven mostró una personalidad alegre, carismática y amante de la vida. Vivió una juventud acomodada y mundana, tenía todo para ser feliz según el mundo, dinero, comodidades, una buena familia. Soñaba con la gloria militar, y participó en la guerra entre Asís y Perugia, donde fue hecho prisionero. Durante su cautiverio y una posterior enfermedad, Francisco comenzó a experimentar una conversión espiritual profunda. Al regresar a Asís, sus intereses mundanos fueron reemplazados por una creciente búsqueda de Dios. Comenzó a retirarse en soledad para orar y meditar, y fue entonces cuando escuchó una voz de Cristo que le decía: “Francisco, repara mi casa, que, como ves, está en ruinas.” y entonces lo dejó todo, renunció a su herencia a su ropa a sus planes y salió al mundo desnudo de bienes, pero lleno de amor y adoptó una vida de pobreza radical para seguir el Evangelio literalmente. “Lo que hasta ahora me era dulce y placentero, se ha vuelto amargo” – decía al abandonar su antigua vida.

Inicialmente, interpretó este llamado literalmente y reconstruyó con sus propias manos la iglesia de San Damián. Para financiarla, vendió bienes de su padre, lo que provocó un fuerte conflicto familiar. En un acto simbólico y radical, renunció a la herencia paterna y, delante del obispo de Asís, se despojó de sus ropas, declarando: “Desde ahora no diré más ‘padre Pietro Bernardone’, sino ‘Padre nuestro que estás en los cielos’.”

A partir de entonces, vivió como un pobre, predicando el Evangelio y sirviendo a los más necesitados. Su forma de vida atrajo a otros jóvenes, y en 1209 fundó la Orden de los Hermanos Menores (Franciscanos), basada en la pobreza absoluta, la fraternidad y la predicación itinerante.

En 1210, el Papa Inocencio III aprobó oralmente la Regla franciscana, impresionado por la humildad de Francisco. Más adelante, también surgirían la Segunda Orden, o las Clarisas, fundada junto a Santa Clara, y la Tercera Orden para laicos que querían vivir los ideales franciscanos sin dejar sus familias.

Francisco viajó incluso a Tierra Santa en medio de las Cruzadas, y se reunió con el sultán musulmán al-Malik al-Kamil, a quien impresionó por su fe y mansedumbre. Su intención no era convertir por la fuerza, sino con el testimonio de amor cristiano.

La vida de Francisco fue una obra viva del Evangelio. Su principal enseñanza fue el amor a Dios, la paz, la humildad y el respeto por toda la creación. Amaba a través de la pobreza, la fraternidad universal y el respeto por toda la creación a cada criatura, a cada persona, porque veía a Dios en todo y sobre todo amaba a Cristo crucificado al que quiso imitar hasta en sus llagas. Llamaba “hermanos” y “hermanas” a todos los seres vivos, e incluso a los elementos naturales, como el sol, el agua y el fuego.

Compuso el "Cántico de las Criaturas" (también conocido como Cántico del Hermano Sol), una de las primeras obras poéticas en italiano. En él expresa su alabanza a Dios por medio de la creación: “Alabado seas, mi Señor, por el hermano Sol, por la hermana Luna, por el hermano Viento, por la hermana Agua…”

Fue el primero en realizar un pesebre viviente, en la Navidad de 1223 en Greccio, con el fin de hacer más cercana la contemplación del misterio del nacimiento de Jesús. Además, dejó una Regla escrita para sus hermanos, exhortaciones, oraciones y cartas que forman parte del legado espiritual franciscano. “Comencemos, hermanos, a servir al Señor, porque hasta ahora poco o nada hemos hecho.”

Durante su vida y después de su muerte, a Francisco se le atribuyen numerosos episodios de carácter milagroso. Entre los más famosos están:
  • El lobo de Gubbio: Un feroz lobo atemorizaba al pueblo de Gubbio. Francisco salió a su encuentro, lo llamó “hermano lobo” y lo convenció de dejar de atacar a las personas, estableciendo un “pacto” entre el animal y los ciudadanos, que luego lo alimentaron en señal de paz. “Ven aquí, hermano lobo. En nombre de Cristo, te ordeno que no hagas más daño ni a las personas ni a los animales.”
  • Estigmas: En 1224, mientras oraba en el monte Alvernia, Francisco recibió los estigmas de Cristo: las heridas en manos, pies y costado, convirtiéndose en el primer santo con este don místico. “Vi una figura como un serafín crucificado, y al desaparecer la visión, sentí un gran dolor y vi impresas en mi carne las llagas del Señor.”
  • Curaciones: Se narran varias curaciones milagrosas obradas por Francisco en vida, como la sanación de leprosos, ciegos y enfermos a través de su oración y contacto.
  • Control sobre la naturaleza: Hay muchos testimonios sobre su cercanía con animales, aves que lo escuchaban predicar, peces que nadaban junto a él, e incluso fuego que lo respetaba. “Hermano fuego, seas cortés hoy, porque he de predicar al pueblo.”
Francisco murió el 3 de octubre de 1226, a los 44 años, en la Porciúncula, rodeado de sus hermanos, mientras cantaba el Salmo 141. Antes de morir, pidió ser colocado desnudo sobre la tierra, en humildad total. Fue canonizado apenas dos años después, en 1228, por el Papa Gregorio IX.

Se convirtió en uno de los santos más queridos del cristianismo, y en 1979 fue declarado patrono de los ecologistas por el Papa Juan Pablo II.

En 2013, el cardenal Bergolio, al ser nombrado Papa, adoptó su nombre como Papa Francisco, en honor a su ejemplo de humildad, sencillez y amor por los pobres.

San Francisco de Asís fue un testigo vivo del Evangelio. Su vida continúa inspirando a creyentes y no creyentes por igual. Su mensaje de fraternidad, paz, pobreza y amor por la creación es más actual que nunca en un mundo dividido y herido por la violencia y la crisis ecológica. “Laudato si’, mi Signore, per sora nostra madre Terra, la quale ne sustenta y governa...” (“Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Madre Tierra, que nos sustenta y gobierna”).

San Francisco dejó un legado de paz, pobreza y amor a toda la creación. Su ejemplo sigue inspirando a millones, incluyendo al anterior Papa que tomó su nombre.

Hoy nos enseña que la verdadera riqueza no se lleva en el bolsillo, se lleva en el alma y que la Iglesia no es solo un edificio, sino cada corazón que se deja tocar por Dios.

jueves, 2 de octubre de 2025

SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS

Los Ángeles Custodios, o ángeles de la guarda, son seres celestiales en varias religiones, especialmente en el catolicismo, que se cree que son asignados por Dios para proteger y guiar a cada persona desde su nacimiento hasta la muerte, ayudándola a alcanzar la salvación. La Iglesia Católica celebra su fiesta cada 2 de octubre, recordando su misión de asistencia e intercesión en la vida humana.

Sermón para la fiesta de los Santos Ángeles Custodios.

Hermanos míos, nuestros ángeles custodios son nuestros más fieles amigos, porque están con nosotros día y noche, en todo tiempo y lugar; la fe nos enseña que los tenemos siempre a nuestro lado. Eso es lo que hizo decir a David: "No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos" (Sl 90, 11). Y para que veamos cuán grandes son sus cuidados para con nosotros, el profeta dice que nos llevan en sus manos como una madre lleva a su hijo. ¡Ah! es que el Señor previó los peligros sin número a los que estaríamos expuestos en la tierra, en medio de tantos enemigos y que todos buscan nuestra perdición. Sí, son los ángeles buenos que nos consuelan en nuestras penas, que hacen nos demos cuenta cuando el demonio nos quiere tentar, que presentan a Dios nuestras oraciones y todas nuestras buenas acciones, que nos asisten en la hora de la muerte y presentan nuestras almas a su soberano juez.

Desde el comienzo del mundo, el trato de los ángeles con los hombres es tan frecuente que la Escritura santa los menciona a cada instante. Casi todos los patriarcas y profetas han sido instruidos por los ángeles acerca de la voluntad del Señor. Incluso a menudo vemos que el mismo Señor se ha hecho representar por ángeles. Pero me diréis, si les viéramos ¿no aumentaría nuestra confianza en ellos? Si esto hubiera sido necesario para la salvación de nuestra alma, el buen Dios los habría hecho visibles. Pero eso tiene muy poca importancia, porque en nuestra religión sólo conocemos por la fe, y esto para que todas nuestras acciones sean más meritorias.

Si deseáis saber el número de ángeles que existen, su función, os diré que son muy numerosos: unos han sido creados para honrar a Jesucristo en su vida escondida, dolorosa y gloriosa, o bien para ser los guardianes de los hombres sin dejar, por ello, de gozar de la presencia divina. Otros están ocupados en contemplar las perfecciones de Dios, o bien velan para que conservemos nuestra vida cristiana proveyéndonos de todos los medios necesarios para nuestra santificación. Si bien es verdad que el buen Dios se basta a sí mismo, no es menos verdad que para gobernar al mundo, se sirve del ministerio de sus ángeles.

Aunque el buen Dios se baste a sí mismo, sin embargo emplea, para gobernar el mundo, el ministerio de sus ángeles. Si vemos a Dios cuidar con tanto esmero de nuestra vida, debemos concluir que nuestra alma es algo muy grande y muy precioso, para que emplee para su conservación y santificación todo lo que tiene de más grande en su tribunal. Nos dio a su Hijo para salvarnos; Este mismo Hijo nos da a cada uno de nosotros, uno y hasta varios ángeles, que únicamente se ocupan de pedirle para nosotros las gracias y los socorros necesarios para nuestra salvación. ¡Oh, qué poco conoce el hombre lo que es, y el fin para qué ha sido creado! Leemos en la Escritura que el Señor decía a su pueblo: » Voy a enviaros a mi ángel, con el fin de que os conduzca en todos vuestros pasos» (Ex 23, 20).

Debemos invocar a menudo a nuestros ángeles de la guarda, respetarlos y, sobre todo tratar de imitarlos en todas nuestras acciones. La primera cosa que debemos imitar en ellos, es el pensamiento de la presencia de Dios. En efecto, si estuviéramos bien penetrados de la presencia de Dios, ¿Cómo podríamos hacer el mal? ¡Nuestras virtudes y todas nuestras buenas obras, serían mucho más agradables a Dios! Dios le dice a Abraham: "¿Quieres ser perfecto? Camina en mi presencia" (Gn 17, 1).

¿Cómo puede ser que olvidemos tan fácilmente al buen Dios, si lo tenemos siempre delante de nosotros? ¿Por qué no tenemos respeto y reconocimiento hacia nuestros ángeles, que nos acompañan día y noche? Soy demasiado miserable, diréis, para merecer esto. No sólo, hermanos míos, Dios no os pierde de vista un instante, sino que os da un ángel, que no deja de guiar vuestros pasos. ¡Oh, inmensa felicidad, tan poca conocida por los hombres!
San Juan María Vianney -Santo Cura de Ars

miércoles, 1 de octubre de 2025

LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA CATÓLICA

 

Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, mediante los cuales se nos comunica la vida divina. A través de ellos, Dios actúa en el creyente, fortaleciendo su fe y acompañándolo en las distintas etapas de la vida cristiana.

Cada sacramento tiene un efecto particular, pero todos tienen como fin último la salvación del hombre y la glorificación de Dios. En conjunto, los sacramentos acompañan al cristiano desde su nacimiento hasta su muerte, guiándolo por el camino de la fe y configurándolo cada vez más con Cristo.

Todos los sacramentos son signos visibles de una gracia invisible y canales por los cuales el Espíritu Santo actúa en la Iglesia. A través de ellos, el creyente crece en santidad, se fortalece en la fe y participa más plenamente en la vida divina.

Los sacramentos no son simples ritos simbólicos: son acciones de Cristo mismo, presentes y actuantes en su Iglesia. Por ello, requieren fe, disposición interior y participación consciente.

Son siete y se agrupan en tres grandes categorías: sacramentos de iniciación cristiana, sacramentos de sanación y sacramentos al servicio de la comunión y misión.

1. Sacramentos de iniciación cristiana

Bautismo: Es el primer sacramento y la puerta de entrada a la vida cristiana. Por él somos liberados del pecado original, incorporados a Cristo y a la Iglesia, y hechos hijos de Dios. Se administra con agua y la invocación trinitaria. Deja una marca espiritual indeleble en el alma.

Confirmación: Completa la gracia bautismal y fortalece la fe mediante el don del Espíritu Santo. El confirmado se convierte en testigo y defensor de Cristo, participando más plenamente en la vida de la Iglesia. Se administra con la unción del santo crisma y la imposición de manos del obispo.

Eucaristía: Es el centro de la vida cristiana. En ella se hace presente el sacrificio de Cristo en la cruz bajo las especies de pan y vino, que se convierten en su Cuerpo y Sangre. Al recibirla, los fieles se unen íntimamente con Cristo y con la comunidad eclesial. Es fuente y culmen de toda la vida cristiana.

2. Sacramentos de sanación

Penitencia o Reconciliación: Este sacramento devuelve la gracia bautismal cuando se ha perdido por el pecado grave. A través de la confesión sincera, el arrepentimiento y la absolución del sacerdote, el pecador es reconciliado con Dios y con la Iglesia. También fortalece el alma para resistir futuras tentaciones.

Unción de los Enfermos: Concede consuelo, paz, fortaleza y, si es la voluntad de Dios, la salud corporal a los fieles que padecen grave enfermedad o debilidad. Une al enfermo a la pasión de Cristo y prepara su alma para el encuentro definitivo con el Señor. Se administra mediante la unción con óleo bendecido y la oración del sacerdote.

3. Sacramentos al servicio de la comunión y misión

Orden Sacerdotal: Mediante este sacramento, algunos fieles son consagrados para servir al pueblo de Dios en nombre de Cristo. El orden se confiere en tres grados: diaconado, presbiterado y episcopado. Por él, el ministro actúa in persona Christi, especialmente en la Eucaristía, la predicación y la guía pastoral.

Matrimonio: Es la alianza establecida por un hombre y una mujer bautizados, que se unen libremente para toda la vida en un vínculo de amor fiel y fecundo. El matrimonio simboliza la unión de Cristo con su Iglesia y se ordena al bien de los esposos y a la generación y educación de los hijos. Los mismos esposos son ministros del sacramento al darse el consentimiento mutuo.

Los sacramentos construyen y fortalecen la comunidad eclesial: el Bautismo y la Confirmación incorporan a nuevos miembros; la Eucaristía une a todos en un mismo cuerpo; la Reconciliación restaura la comunión rota; la Unción consuela en la debilidad; el Orden asegura el ministerio y el anuncio del Evangelio; y el Matrimonio refleja el amor fiel y creador de Dios en el mundo.

Vivir los sacramentos con fe es dejar que Cristo actúe en nosotros, transformando nuestra vida y enviándonos a ser testigos de su amor en el mundo. A través de ellos, la gracia divina nos sostiene y guía en nuestro camino hacia la plenitud del Reino de Dios.