La misa no es una reunión cualquiera, sino el Sacrificio
de Cristo actualizado en el altar, el acto más grande de adoración que la
Iglesia puede ofrecer. Participar plenamente desde el inicio es una forma de
reconocer eso y de preparar el corazón para encontrarse con el Señor.
La Iglesia Católica enseña que
los fieles deben participar entera y conscientemente en la Eucaristía: “Los
fieles deben estar presentes desde el comienzo hasta el final de la celebración
para participar plena, consciente y activamente.” (Instrucción General del
Misal Romano, n. 17 y 18)
Además, el Código de Derecho
Canónico (c. 1247) dice que los católicos tienen el deber de participar en la
Misa los domingos y días de precepto y esto requiere participar plenamente,
especialmente en la Liturgia de la Palabra (que incluye los Ritos Iniciales, Lecturas,
Evangelio, homilía) y la Liturgia de la Eucaristía. Ambas son esenciales, como
enseña el Concilio Vaticano II (Sacrosanctum Concilium, n. 56): “Las dos
partes que constituyen, en cierto modo, un solo acto de culto, están tan
íntimamente unidas que forman una sola acción litúrgica.” Por tanto, asistir
a toda la Misa, desde el inicio hasta el final, es el modo normal y correcto de
participar.
Pero ¿qué pasa si llego tarde a Misa?
Muchos llegan tarde a Misa y dicen “no importa llegar tarde, lo importante es estar”.
¿Hasta qué punto si llegas cuando ya la Misa
ha iniciado cumples con el precepto? La instrucción general del Misal romano en
los numerales 46 y 47 nos explica que la Eucaristía se inicia con los Ritos Iniciales,
los cuales tienen como objetivo reunir a la asamblea, disponerla a la escucha
de la palabra de Dios y prepararla para vivir dignamente la Eucaristía, es
decir es una parte esencial de la celebración. Saltarla o llegar tarde es
perdernos esta preparación inicial y así no estar dispuesto para vivir la Eucaristía
plenamente y sobre todo romper con la unidad de la asamblea.
Piensa esto, si te invitan a una cena
importante y llegas después de que ya sirvieron el plato fuerte, ¿no crees que
estaría mal?, te has perdido el saludo, la disposición inicial, los platos de
entrada, ... Así pasa en la Eucaristía
no sólo es llegar a comulgar el cuerpo de Cristo, es vivir todo el banquete. La
Iglesia nos enseña que para cumplir con el precepto dominical hay que vivir la Eucaristía
completa, y participar de toda la celebración.
La Iglesia no define un minuto
exacto o una parte específica como el “mínimo válido”, pero basándonos en la enseñanza
tradicional y el sentido teológico, se considera que se debe estar presente al
menos desde el inicio de la Liturgia de la Palabra hasta el final de la
Liturgia de la Eucaristía, es decir, desde las lecturas bíblicas (mejor si
desde la primera lectura, pero como mínimo desde el Evangelio) hasta el final
de la Misa (incluyendo la comunión y bendición final)
No se cumpliría el precepto si
llegas después del Evangelio, y sin una causa justa (como enfermedad,
accidente, transporte, niños, etc.); si te vas antes de la comunión o de la
bendición final, sin una razón válida; si estás físicamente presente pero no
participas conscientemente (dormido, distraído completamente, etc.).
Más allá de la norma, lo
importante es el amor y la reverencia: si realmente creemos que en la Misa nos
encontramos con Cristo vivo, tratamos de llegar antes, no solo “a tiempo”, para
disponernos en silencio y oración.
La misa no es un trámite, es un
encuentro con Cristo. Si llegas tarde por una razón seria, no hay culpa grave,
si fue por descuido o pereza habitual, conviene mencionarlo en confesión.
Por lo tanto, tenemos que tratar
de llegar antes del Acto Penitencial, porque es aquí donde se perdonan todos
esos pecados veniales que traemos de nuestro día a día, y así dignificar
nuestro corazón para recibir a Cristo, pero si se representa alguna situación
difícil por lo menos trata de llegar antes del Acto Penitencial para así participar
de la celebración eucarística completa.