El Bautismo es el primero de los sacramentos de la Iglesia y la puerta de entrada a los demás sacramentos y a la vida en Cristo, la vida cristiana. Se le llama también el “sacramento de la fe”, porque la persona al ser bautizada, a través de él, se une a Cristo y a su Cuerpo místico, la Iglesia, que es la familia de Dios, en definitiva, comienza un camino de adhesión a Cristo y a su comunidad. “El Bautismo es el sacramento de la regeneración por el agua en la palabra." (CIC 1213). El bautismo representa una transformación radical, un renacimiento a una vida espiritual y el perdón de todos los pecados, incluyendo el pecado original.
El rito infunde el Espíritu Santo en la persona, haciéndola templo del Espíritu y capaz de vivir una vida sobrenatural. Este sacramento fue instituido por Jesús, quien mandó a sus discípulos: "Por tanto, vayan y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo." (Mateo 28, 19-20). Por ello, la Iglesia desde los primeros tiempos lo ha considerado necesario para la salvación.
El Bautismo borra el pecado original, y también todos los pecados cometidos antes de recibirlo. Nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia y herederos de la vida eterna. Es un don gratuito, que la persona recibe por la gracia divina y no por méritos propios. “El Bautismo confiere la gracia santificante; borra el pecado original y todos los pecados personales; nos hace miembros de Cristo y de la Iglesia." (CIC 1214)
Uno de los símbolos más importantes es el agua. La inmersión en el agua simboliza la purificación, la muerte al pecado y la resurrección a una nueva vida con Cristo. Así como el agua limpia y da vida, en el Bautismo se convierte en signo de regeneración espiritual. "Jesús respondió: ‘En verdad, en verdad te digo, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.’." (Juan 3, 5). Se pronuncia la fórmula "Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo".

La unción con el Santo Crisma significa la participación del bautizado en la triple misión de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Por esta unción, se fortalece con el Espíritu Santo para vivir como testigo de la fe. “Pedro les dijo: ‘Convertíos y cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo’." (Hechos 2, 38)
La vestidura blanca simboliza la nueva dignidad: la pureza, la vida nueva y la gracia que reviste al cristiano. Se invita a conservarla limpia hasta la vida eterna.
El cirio encendido tomado del cirio pascual representa la luz de Cristo, que ilumina al nuevo bautizado. Indica que está llamado a vivir como “hijo de la luz” y a perseverar en la fe. “El agua del Bautismo simboliza la muerte al pecado y la vida nueva en Cristo. La vestidura blanca y el cirio encendido son signos de la pureza y la luz de Cristo." (CIC 1234)
En la celebración también están los padrinos, cuya misión es acompañar al bautizado en su camino de fe, apoyando la formación cristiana y el testimonio. En este caso, los padres y padrinos hacen la profesión de fe en nombre del niño, confiando en la gracia de Dios para el desarrollo espiritual futuro del pequeño." Los padrinos ayudan al bautizado a perseverar en la vida cristiana y a cumplir las obligaciones derivadas del Bautismo."(CIC 1262)
Los beneficios del Bautismo son múltiples:
- Nos incorpora a la Iglesia, Cuerpo de Cristo.
- Nos hace hijos adoptivos de Dios.
- Infunde las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
- Nos da la gracia santificante, que es la vida de Dios en el alma.
- Nos abre la puerta a los demás sacramentos.
- Nos concede la vida eterna, si permanecemos fieles hasta el final.
- Nos libera del poder del pecado y de la muerte eterna.
El Bautismo es, por tanto, un nuevo nacimiento. De ahí que la Iglesia lo celebre con alegría y lo cuide como fundamento de toda vida cristiana. El bautismo no solamente purifica de todos los pecados, sino que también hace del neófito "una nueva creación", un hijo adoptivo de Dios, que ha sido hecho "participe de la naturaleza divina", miembro de Cristo, coheredero con Él, y templo del Espíritu Santo (CIC 1265).
A lo largo de la vida, el bautizado está llamado a renovar las promesas bautismales, especialmente en la Vigilia Pascual, para recordar su compromiso de renunciar al mal y de vivir en comunión con Dios.
Este sacramento es un don inmenso de amor divino, que transforma la existencia y marca para siempre con el sello de Cristo. Es la primera gracia y la raíz de toda la vida espiritual.
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