Dios no ha creado al hombre para
vivir en soledad, sino en relación, en compañía; pues “no es bueno que el
hombre esté solo”. La compañía de los animales es buena, pero
insuficiente (Gen 2,18). De ahí que la primera palabra del hombre en la Biblia
sea de reconocimiento del otro y de comunión de amor. «¡Esta sí que es
carne de mi carne!». El sentido de la vida está ligado a la experiencia
del encuentro amoroso.
Pero la experiencia humana nos
hace ver que tanto el hombre como la mujer pueden hacer fracasar el vínculo
querido por Dios.
Ahí se sitúa la pregunta que los
fariseos plantean a Jesús para ponerlo a prueba: "¿Le es lícito al
varón divorciarse de su mujer?".
No se trata del divorcio tal como
lo conocemos hoy, sino de la situación en que vivía la mujer judía dentro del
matrimonio, controlado por el varón.
La ley "machista", dada
por Moisés que permitía a los hombres dar acta de repudio a sus mujeres se
impuso en el pueblo por la "dureza de corazón" de los
varones. Pero según Jesús de Nazaret, no se trata de plantear ¿qué es lícito?,
sino de ¿cuál es el proyecto de Dios?
En el Evangelio, Jesús afirma la
igualdad del hombre y la mujer. Y es clara la dimensión de fidelidad
inquebrantable que comporta el matrimonio (“lo que Dios ha unido que no lo
separe el hombre”).
Una advertencia para no destruir
el proyecto de Dios: “que no se nos endurezca el corazón” por creernos
superiores al otro, por envidias, egoísmos, ansias de dominar…
Un camino posible: Acoger a la
persona como don de Dios. Ser como niños en sencillez y agradecimiento
acogiendo el Reino para que la relación mutua en este mundo sea ámbito de
felicidad, vínculo gozoso, fiel e indisoluble entre dos seres humanos, donación
amorosa e incondicional en la que es posible amarse más allá de las
diferencias, de los conflictos de pareja, en la entrega sincera y el sincero te
quiero. Amor en el que no falten las palabras: permiso, gracias, por favor,
perdón, te quiero (como recordó el Papa Francisco 29.07.2016).
Ver la diferencia sexual como un
bien necesario para la complementariedad; un regalo, una bendición de
Dios para "creced y multiplicaos” que en la relación amorosa entre el
hombre y la mujer, es santificada por el matrimonio y elevada al esplendor de
una comunión plena y eterna.
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