El evangelista Lucas nos sitúa en
unas coordenadas históricas concretas, en un tiempo y lugar determinados
(imperio romano, procurador romano en Judea, poder religioso en Jerusalén, río
Jordán, desierto de Judea). Nos quiere hacer pensar que Dios se ha hecho
historia, su palabra se ha encarnado y se manifiesta en personas concretas:
Juan, la voz que grita en el desierto. La profecía de Isaías se concreta
en la persona de Juan que invita a la conversión y al bautismo para el perdón
de los pecados.
Fijémonos en las imágenes que
utiliza la voz que clama en el desierto: senderos, valles, montes, colinas,
caminos torcidos y escabrosos o ásperos. Resulta más fácil comprenderlo in
situ: en el desierto de Judea y las regiones circunvecinas; es el típico
paisaje del sur de Palestina. Los verbos son muy interesantes porque indican
distintas acciones que desembocan en un mismo objetivo: preparar el camino, el
terreno, el territorio por donde el Señor ha de pasar. Estos son: rellenar,
rebajar, enderezar, nivelar o allanar. Nos recuerda a lo que decía el profeta
Baruc: El Señor ha ordenado que se preparen los caminos…
Hoy esa misma voz sigue gritando…
en el desierto… paradójicamente en un lugar que no habita la gente y donde
nadie escucha. Simbólicamente el desierto da mucho que pensar. El desierto de
nuestros días puede tener múltiples sentidos: ¿con cuál nos identificamos?
La voz de Juan el bautista nos
invita a la conversión, una conversión que implica enderezar nuestros caminos,
nuestras vidas; rebajar los montes y colinas de nuestro orgullo, vanidad, de lo
superfluo, de discriminación, de desprecio, de intolerancia y prejuicios de
todo tipo, etc. Una conversión que nos invita a rellenar los valles de nuestros
vacíos existenciales, afectivos, de fe, de confianza y esperanza. Una
conversión que invita a allanar y nivelar todo aquello que es sinuoso o áspero
en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en nuestra iglesia y por qué no, en
nuestra sociedad. ¡El Señor ya viene!
Estamos invitados a reflexionar
sobre la invitación que nos hace Juan el Bautista hoy: ¿en verdad somos
personas con esperanza y con una fe que nos capacita para cambiar el mundo?
¿somos buena noticia para las personas que viven en situaciones de exilio,
tristeza, dolor, sufrimiento, marginación, etc.? ¿Hacemos algo para que el amor
entre nosotros crezca cada día? ¿Creemos realmente que el Señor viene a
nuestras vidas y que necesitamos prepararnos?
Este domingo destila esperanza y
alegría, nos invita a ser gente que da lo mejor de sí para hacer realidad la
justicia y misericordia de Dios porque creemos inquebrantablemente que todo el
mundo verá la salvación de Dios. ¡Cantemos con el salmista que nuestro Dios ha
estado grande con nosotros y estamos alegres!
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