La fiesta de la Sagrada Familia
es una celebración que motiva a profundizar en el amor familiar, examinar la
propia situación del hogar y buscar soluciones que ayuden al padre, la madre y
los hijos a ser cada vez más como la Familia de Nazaret. Algo bueno ha de tener
la familia cuando el Hijo de Dios quiso tener una.
Estratégicamente situada
inmediatamente después de la Navidad, esta fiesta nos invita a mirar a la
familia formada por Jesús, María y José. En primer lugar, nos recuerda una vez
más que el hecho de la encarnación tuvo lugar en nuestra historia. No sólo en un
tiempo y lugar concretos sino también en una familia concreta. María y José
fueron el matrimonio en el que Jesús nació, creció y maduró físicamente y como
persona.
Nos imaginamos la vida de aquella
familia llena de armonía, de amor, de paz. José trabajando en el taller y María
en la cocina, mientras que Jesús juega o está en la escuela. Todo eso no son
más que proyecciones de nuestra realidad sobre una realidad de la que sabemos
muy poco y de la que los Evangelios nos hablan menos todavía.
José tuvo que acoger a María,
cuando ésta se había quedado embarazada sin su participación. No debió ser
fácil ese primer momento de la relación. Luego viene el nacimiento en Belén. El
texto nos habla de la pobreza en que vivían. ¡Nadie los acogió! Y la mucha
pobreza no suele formar parte del ideal de la vida de una familia. No sólo eso.
La familia se vio obligada a emigrar a Egipto. ¡Refugiados políticos! Hoy
sabemos lo dura que es la vida de los emigrantes. Mucho más dura sería en
aquellos tiempos en los que no existían en absoluto las organizaciones y leyes
que hoy, mal que bien, se destinan a acogerlos y hacerles en cierta medida la
vida más fácil.
Y así ha sido la familia a lo
largo de los siglos y las culturas. Una realidad siempre cambiante, siempre
sometida a presiones diversas y dificultades. La vida familiar no puede
reducirse a los problemas de pareja, dejando de lado los valores trascendentes,
ya que la familia es signo del diálogo Dios–hombre. Padres e hijos deben estar
abiertos a la Palabra y a la escucha, sin olvidar la importancia de la oración
familiar que une con fuerza a los integrantes de la familia.
En esta fiesta quizá lo más
importante no sea tratar de imponer el ideal de lo que a nosotros nos parece
bueno para la familia sino comprometernos a echar una mano a todas las familias
que sufren, a ser muy comprensivos con aquellos que no encajan en nuestra idea
de familia, a acoger a los que están solos y abrirles las puertas de nuestro
corazón, aunque no sean de nuestra familia. Porque la familia de los hijos de
Dios es más grande que la familia de los lazos de la carne.
El papa Francisco invitó a rezar
por las familias donde "hay una falta de paz y de armonía" y la
calificó como un tesoro.
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