En el Evangelio Jesús habla del
amor. En nuestra sociedad se habla también mucho de amor. Pero el amor parece
casi como un instrumento que usamos para sentirnos mejor. Tanto nos hemos
acostumbrado a vivir en una sociedad de consumo, en la que todo se compra para
sentirnos mejor, para hacer nuestra vida más cómoda y más confortable, que el
amor y las relaciones humanas también se piensan desde la misma perspectiva. La
persona y su bienestar se han colocado de tal manera en el centro de la
existencia que todo lo demás, incluidas las otras personas, giran a su
alrededor. Todo se contempla desde una perspectiva egoísta. La persona mira
continuamente por sus derechos. Y los otros se ponen al servicio de mis
necesidades y deseos. Cuánto más placer, comodidad y bienestar consigue la
persona, más valiosa será su vida. En la medida en que no consigo un buen
coche, una buena casa, un buen salario y/o una persona que me ame, mi vida
pierde valor. Ese es el planteamiento actual.
Jesús hace
un planteamiento tan radicalmente diferente que no se puede decir siquiera que
sea opuesto. Es, sencillamente, otra cosa. Entenderlo es entrar en una
sabiduría diferente. Vivirlo es tener la posibilidad de alcanzar la felicidad y
la dicha más honda. Jesús, de entrada, invita a amar a los enemigos, a que
hagamos el bien a los que nos odian. Ahí es donde se nos rompen los esquemas.
Ni entendemos ni queremos entender. ¿Cómo voy a hacer el bien al que me hace
daño? ¿Voy a hacer un regalo al terrorista que me puso una bomba? ¿Perdono la
vida al delincuente que me amenazó con su cuchillo? Esas ideas suenan a
imposibles. Después Jesús habla del mérito. Nos dice que, si queremos tener
algún mérito, tenemos que hacer precisamente eso porque amar a los que nos aman
es demasiado fácil. En el fondo, se ríe de todos los que se pasan la vida
haciendo cosas para conseguir otras. Esos tampoco se han enterado de
nada.
Jesús hace
una propuesta clara: amen y háganlo sin esperar nada a cambio. Sin esperar
siquiera que Dios los ame y recompense por ello. Ahí está el gran misterio del
amor. Y sólo entonces se recibirá la recompensa de la vida y la dicha. Cuando
la persona se entrega, sin límites, al amor. Cuando se agota en ese amor. Sin
medida. Sin condiciones. Entonces y sólo entonces experimentaremos el amor de
Dios que nos envuelve y nos llena. A eso es a lo que Jesús nos invita a todos
los cristianos.
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