El Señor enseña a sus Apóstoles
la noche de la Última Cena: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo
amará, y vendremos a él y haremos morada en él».
Promete el Señor: «haremos morada
en él». Sabe perfectamente el Señor Jesús que en lo profundo del corazón humano
existe una necesidad o “hambre” de amor y comunión. Sabe también que esta
profunda necesidad no hallará su plena satisfacción sino en la comunión con
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Quien ha creado al ser humano para la
comunión en el amor, es en sí mismo Comunión de Amor. Sólo Él puede resolver
esa profunda necesidad que experimenta su criatura humana. Sólo en la comunión
de amor con Dios el ser humano puede alcanzar su completa realización y
felicidad.
Mas esta comunión a la que está
invitada la criatura humana no es una comunión que excluya la comunión con
todos aquellos que han sido rescatados por la Sangre del Cordero. La comunión a
la que está llamada la criatura humana no es “entre Dios y yo solamente”.
¿Pero cómo llega el ser humano a
hacerse merecedor de esta promesa? Amando a Cristo, con un amor que se verifica
en la obediencia a sus enseñanzas. En efecto, advierte Él mismo que quien lo
ama necesariamente guarda sus palabras. No hay un verdadero amor a Jesús
donde no hay un serio y sostenido esfuerzo por conocer y seguir sus
enseñanzas. Hacer lo que Él dice es la manifestación de un auténtico amor
al Señor Jesús.
Continúa diciendo el Señor: «Les
he hablado de esto ahora que estoy con ustedes, pero el Defensor, el Espíritu
Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les
recuerde todo lo que les he dicho». El Señor promete a los Apóstoles, a la
Iglesia, el don del Espíritu. Su misión será la de enseñar y recordar sus
palabras a la comunidad de los discípulos. El Espíritu Santo es quien ayudará
a los discípulos a comprender a fondo el Evangelio, a encarnarlo en la propia
existencia y a hacerlo vivo y operante a través de su testimonio personal.
Dice finalmente el Señor: «Me voy
y volveré a ustedes». Sus palabras encierran, de manera sintética, el
acontecimiento pascual: su partida mediante la muerte en Cruz y su vuelta por
la Resurrección. Pero también anuncian que cuarenta días después de la
Resurrección se separará visiblemente de sus Apóstoles para volver al Padre.
Esta partida será al mismo tiempo la condición para una nueva presencia en su
Iglesia: por el Espíritu Santo Él permanecerá en y con su Iglesia «todos los
días hasta el fin del mundo».
No hay comentarios:
Publicar un comentario