domingo, 26 de mayo de 2019

VI DOMINGO DE PASCUA "EL QUE ME AMA, GUARDARA MI PALABRA"

El Señor enseña a sus Apóstoles la noche de la Última Cena: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo ama­rá, y vendremos a él y haremos morada en él».

Promete el Señor: «haremos morada en él». Sabe perfectamente el Señor Jesús que en lo profundo del corazón humano existe una necesidad o “hambre” de amor y comunión. Sabe también que esta profunda necesidad no hallará su plena satisfacción sino en la comunión con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Quien ha creado al ser humano para la comunión en el amor, es en sí mismo Comunión de Amor. Sólo Él puede resolver esa profunda necesidad que experimenta su criatura humana. Sólo en la comunión de amor con Dios el ser humano puede alcanzar su completa realización y felicidad.

Mas esta comunión a la que está invitada la criatura humana no es una comunión que excluya la comunión con todos aquellos que han sido rescatados por la Sangre del Cordero. La comunión a la que está llamada la criatura humana no es “entre Dios y yo solamente”.

¿Pero cómo llega el ser humano a hacerse merecedor de esta promesa? Amando a Cristo, con un amor que se verifica en la obediencia a sus enseñanzas. En efecto, advierte Él mismo que quien lo ama necesariamente guarda sus palabras. No hay un verdadero amor a Jesús donde no hay un serio y sostenido esfuerzo por conocer y seguir sus enseñanzas. Hacer lo que Él dice es la manifestación de un auténtico amor al Señor Jesús.

Continúa diciendo el Señor: «Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nom­bre, será quien les enseñe todo y les recuerde todo lo que les he dicho». El Señor promete a los Apóstoles, a la Iglesia, el don del Espí­ritu. Su misión será la de enseñar y recordar sus palabras a la comunidad de los discípulos. El Espíritu San­to es quien ayudará a los discípulos a com­prender a fondo el Evangelio, a encar­narlo en la propia existencia y a hacerlo vivo y operante a través de su testimonio per­sonal.

Dice finalmente el Señor: «Me voy y volveré a ustedes». Sus palabras encierran, de manera sintética, el acontecimiento pascual: su partida mediante la muerte en Cruz y su vuelta por la Resurrección. Pero también anuncian que cuarenta días después de la Resurrección se separará visiblemente de sus Apóstoles para volver al Padre. Esta partida será al mismo tiempo la condición para una nueva presencia en su Iglesia: por el Espíritu Santo Él permanecerá en y con su Iglesia «todos los días hasta el fin del mundo».

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