El principal instrumento
para construir la comunidad cristiana es la predicación de la Palabra. Así lo
podemos ver en la lectura de los Hechos de los Apóstoles donde se nos relata
parte del primer viaje apostólico de Pablo. Cuando llegan a una ciudad, comienzan
predicando en la sinagoga y luego predican a toda la ciudad. El fruto de esa
predicación es la creación de una comunidad. Aunque, según la lectura, Pablo y
Bernabé son expulsados de la ciudad, los discípulos quedan llenos de alegría y
de Espíritu Santo. Consecuencia de esa predicación es la gran muchedumbre
que compone la Iglesia.
Pero el
Evangelio nos habla de una realidad que es más importante que la predicación.
Si la comunidad cristiana nace de la predicación de la Palabra, esa predicación
no es más que el instrumento que nos abre los ojos a otra realidad más
profunda. La verdad, la más importante verdad de nuestras vidas, es que somos
familia de Dios. Para usar la comparación que nos ofrece Jesús, somos ovejas
del rebaño del Padre. Hay una relación especial de conocimiento, de ternura, de
amor, entre el Padre y Jesús y cada una de las ovejas. Tanto que, según dice
Jesús, nadie puede arrebatar las ovejas de la mano del Padre.
En un mundo secularizado, en el que prima
la imagen sobre la palabra, la pregunta no es tanto ¿quién escucha hoy la voz
de Dios?, como ¿qué voz, o a qué voz, escuchan hoy la mayoría de nuestros
contemporáneos? La escucha, como la contemplación, tienen que ver con la
serenidad y con el interior, con la vida profunda e íntima de nuestro yo
auténtico, con ese lugar y momento que es capaz de conmovernos hasta las
entrañas. El reto no es buscar fuera, sino caminar hacia dentro de nosotros
mismos, sin caer en el egotismo. Si soy capaz de escucharme, puede que sea
capaz de escuchar a Dios, a los otros y a la creación.
Nunca ha sido fácil para un cristiano
vivir con credibilidad y coherencia el seguimiento a Cristo. Nos ha tocado
vivir, en una cultura donde lo cristiano se difumina cada día más; lejos van
quedando los tiempos de la cristiandad, en la buena parte de la realidad estaba
permeada de ‘lo cristiano’. La secularización nos sitúa en otro escenario. La
vivencia de la fe está dejando de ser un hecho social y cultural de masas para
pasar a ser un hecho existencial y de comunidades más reducidas. Nuestros
templos se vacían y van cerrando poco a poco. El reto es no caer por ello, como
el pueblo de Israel en el desierto, en el desaliento, sino el explorar nuevos
caminos, el buscar nuevas rutas. Dios sigue comunicando porque su corazón sigue
latiendo.
La experiencia del encuentro con la
voz de Dios es individual, pero la salvación ofrecida por Dios es universal.
Persona y comunidad, individuo y totalidad humana, se entrecruzan porque no
podemos vivir incomunicados ni desconectados. Los cristianos tenemos como
fundamento de lo que somos la vida de Jesús, confesado como el Cristo, y un
proyecto que realizar: ir construyendo con su aliento y Espíritu el Reino de
Dios. La voz de Jesús es la misma que la del Padre eterno, “Yo y el Padre somos
una sola cosa”, y está, sobre todo, en su Palabra proclamada en la Iglesia en
cada celebración y contenida, de modo eminente, en la Biblia, Palabra de Dios.
Ojalá escuchemos hoy su voz de resucitado y no endurezcamos nuestros oídos perdidos
en el mundanal ruido.
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