domingo, 7 de julio de 2019

DOMINGO XIV ORDINARIO "VAYAN Y ANUNCIEN"


En el Evangelio de este Domingo el Señor Jesús designa «a otros setenta y dos» para enviarlos «por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él». Dice «otros» porque el Señor ya había enviado anteriormente a los doce Apóstoles en una misión semejante. Las instrucciones dadas tanto a los Apóstoles como a los setenta y dos son iguales. También lo es el contenido del anuncio: proclamar el Reino de Dios.

Al enviar a sus doce Apóstoles los instruyó a dirigirse no a los pueblos gentiles o samaritanos sino «a las ovejas perdidas de la casa de Israel». Doce era el número de las tribus de Israel. Es un signo evidente de que la misión primaria de Jesús y la proclamación de su Evangelio se dirige en primer lugar al pueblo de Israel, porque a ellos había sido prometida la salvación por medio de los profetas.

¿Y por qué el Señor en un segundo momento envió a setenta y dos discípulos? En este caso el número elegido por el Señor significa la totalidad de las naciones de la tierra. El origen de esta relación la encontramos en el capítulo diez del Génesis. Allí se dice que cada uno de los hijos de Sem, Cam y Jafet, hijos a su vez de Noé, dio origen a una nación de la tierra.

Según la versión de los Setenta, antigua traducción de la Escritura hebrea al griego, conocida y utilizada por el Señor Jesús y los Apóstoles, el número de estos hijos era de setenta y dos. El envío de setenta y dos discípulos significa por lo mismo que el anuncio del Reino de Dios se dirige ya no sólo a Israel sino también a todas las naciones de la tierra, y es por tanto universal.

Los envió el Señor delante de sí, «a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él». La misión de estos discípulos es la de preparar el camino, disponer los corazones para el encuentro pleno con el Señor Jesús. Para demostrar la verdad de su anuncio el Señor les confiere el poder de curar enfermos, arrojar demonios y hasta resucitar muertos. Por Él son revestidos de autoridad, para actuar en su Nombre.

Antes de ponerse en marcha el Señor les advierte que no siempre serán bien recibidos. Él los envía «como corderos en medio de lobos». Mediante esta comparación los prepara para encarar la extrema hostilidad y el rechazo de muchos.

Asimismo, les da instrucciones precisas: «No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no se detengan a saludar a nadie por el camino…». No saludar a nadie por el camino implica la urgencia del anuncio. En oriente el saludo entre caminantes podía prolongarse por horas, considerándose incluso un acto de buena educación. El enviado no tiene tiempo que perder, se ve urgido a dedicar todo su tiempo al cumplimiento de la misión.

En caso de no ser acogidos por los habitantes de algún pueblo, debían sacudir públicamente el polvo de los pies. Ni siquiera el polvo de ese pueblo merecía ser llevado en sus pies, pues era el polvo de una tierra pagana, habitada por hombres que rechazan la salvación que Dios les ofrece, que rechazan a Dios mismo.

Finalmente, el Señor les especifica su misión: anunciar a todos el Reino de Dios.

El Evangelio relata también el retorno de los setenta y dos: éstos volvieron gozosos de su experiencia apostólica. Mas antes que alegrarse por la espectacularidad de los signos realizados, el Señor los invita a alegrarse de que sus nombres estén inscritos en el Cielo. No es el poder someter al demonio lo que debe ser causa de gozo, sino el hecho de estar destinados a participar de la vida y comunión divina gracias a la «nueva creación» que el Señor Jesús ha venido a realizar por su Cruz y Resurrección.



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