El evangelio de Lucas sigue
mostrando su sensibilidad con los problemas de los pobres y los sencillos. En
el Antiguo Testamento, las historias entre jueces y viudas, especialmente en
los planteamientos de los profetas, se multiplican incesantemente. Son bien
conocidos los jueces injustos y las viudas desvalidas. El mismo Lucas es el
evangelista que más se ha permitido hablar de mujeres viudas en su evangelio.
En lo que se refiere a la parábola que nos propone, no hay por qué pensar que
se tratara de una viuda vieja. Eran muchas las que se quedaban solas en edad
muy joven. Su futuro, pues, lo debían resolver luchando. Si a ello añadimos que
la mujer no tenía posibilidades en aquella sociedad judía, entenderemos mejor
los propósitos de Lucas.
Nos podemos preguntar: ¿quién es
más importante aquí, el juez o la viuda? Por una parte, la mujer que no se
atemoriza e insiste para que se le haga justicia. Pero también es verdad que
este juez, a diferencia de los que se presentan en el Antiguo Testamento, llega
a convencerse que esta mujer, con su insistencia, puede llegar a hacerle la
vida muy incómoda o casi imposible. Lo hace desde sus armas: su palabra y su
constancia o perseverancia; no usa métodos violentos, pero sí convicción de que
tiene derechos a los que no puede renunciar. Por eso al final, sin
convencimiento personal, el juez decide hacerle justicia. La comparación es más
o menos como en la parábola del amigo inoportuno de medianoche: la
perseverancia puede conseguir lo que parece imposible. Pero si eso lo hacen los
hombres injustos, como el juez, ¿qué no hará Dios, el más justo de todos los
seres, cuando se pide con perseverancia? Es esa perseverancia lo que mantiene
la fe en este mundo hasta que sea consumada la historia.
Lo que busca la parábola, pues,
es comparar al juez con Dios. El juez, en este caso, no representa
simbólicamente a Dios, sería absurdo. Pero es de Dios de quien se quiere hablar
como coprotagonista con la viuda. Indirectamente se hace una crítica de los que
tienen en sus manos las leyes y las ponen al amparo de los poderosos e
insaciables. De esto sabe mucho la historia. Dios, a diferencia del juez, es
más padre que otra cosa; no tiene oficio de juez, ni ha estudiado una carrera,
ni tiene unas leyes que cumplir a rajatabla. Dios es juez, si queremos, de
nombre, pero es padre y tiene corazón. De esa manera se entiende que
reaccionará de otra forma, más sensible a la actitud de confianza y
perseverancia de los que le piden, y especialmente de los que han sido
desposeídos de su dignidad, de su verdad y de su felicidad.
De esta parábola el Señor Jesús
saca la siguiente conclusión: si aquel juez inicuo le hizo justicia a la viuda
por su terca e insistente súplica, «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que
le gritan día y noche?». Ante la tentación del desfallecimiento por una larga
espera, ante las duras pruebas e injusticias sufridas día a día, los discípulos
deben perseverar en la oración y en la súplica, con la certeza de que Dios «les
hará justicia sin tardar» y les dará lo que en justicia les pertenece.
El Señor Jesús da a entender que
la fidelidad de Dios y el cumplimiento de sus promesas están garantizados. La
gran pregunta más bien es si los discípulos mantendrán la fe durante la espera
y las pruebas que puedan sobrevenirles: «Cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará esa fe sobre la tierra?»
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/20-10-2019/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
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